Para el régimen, acostumbrado a hacer lo que le da la gana, las cosas en el país han cambiado sustancialmente en tan corto espacio que no les ha dado tiempo de realizar una lectura adecuada de los últimos acontecimientos. Las elecciones del 14 de abril marcaron un hito histórico; en esa fecha Capriles ofició de sepulturero del mito del Presidente difunto, leyenda efímera que murió casi al nacer. Del 5 de marzo al 14 de abril mediaron 40 días, lapso en que ilusoriamente los herederos del caudillo pensaron que con unas excesivamente prolongadas, teatrales, plañideras y pomposas honras fúnebres, cimentarían las bases de una leyenda santificada que les permitiría redituar beneficios políticos para los próximos 20 años. Se equivocaron. Razón tenía el amigo con el que compartía una reunión el día del fallecimiento, cuando me dijo: “Créelo, se acabó una era”. Así fue, el mito no trascendió. No era transferible el carisma, ni la manipulación a voluntad de las masas.
Pero también se acabó el mito de la invencibilidad del poder del Estado actuando groseramente en beneficio de un candidato. Evidentemente le dio ventajas a Nicolás, pero no fue determinante como ocurrió el 7 de octubre. De esto doy fe personalmente ya que el domingo pasado me dediqué a contactar a varias amigas y amigos en diferentes partes del país, para monitorear la efectividad de la operación remolque que el gobierno, prevalido del uso abusivo de todos los bienes, funcionarios y dinero público, pone en funcionamiento para llevar a votar a los rezagados. Pues bien, mis amigos que estaban en centros electorales en La Guaira, Guarenas, Puerto La Cruz, Barquisimeto, Maturín, Cumaná, Puerto Ordaz, etc., uno a uno me confirmaban que no hubo tal movilización entre el horario de las 3 y las 6 pm.
El régimen al cual siempre le había importado un bledo nuestras solicitudes, que se burlaba socarronamente de nuestros recursos ante las instancias de decisión y de nuestras peticiones políticas, que hacía caso omiso de ellas y que continuaba en su inquebrantable ruta de consolidación de su modelo socialista, ahora tuvo que rectificar. Este guion se siguió al calco cuando se apresuró la proclamación de Nicolás y oímos a Tibisay negar la posibilidad del reconteo de los votos. Se reforzó a continuación con la declaración extemporánea e inconveniente de la presidente del TSJ y se intentaba desechar con las actitudes facistoides de Diosdado. Pues bien, todos estos intentos resultaron infructuosos y la connotada arrogancia del gobierno tuvo que morder el polvo: en Venezuela habrá auditoría de los votos, porque lo pide la mitad del país que reclama firmemente sus derechos y que está dispuesta a hacerse respetar, como en efecto lo hizo.
Haberle arrancado al gobierno más de 800.000 votos que consideraban incondicionales de ellos, en los comicios del 14 de abril, es de por sí una victoria trascendental e histórica, porque marca claramente el principio del fin de este régimen ominoso para Venezuela; pero haber conseguido que se realice la auditoría del 46% de las urnas restantes es también un triunfo extraordinario. De manera que para los venezolanos que adversamos políticamente a quienes hoy pretenden gobernarnos, es motivo de un inmenso placer estas conquistas, por lo que debemos celebrar con alborozo los tiempos que hoy vivimos. Mucho esperamos por estos momentos.
Hoy el futuro es promisor para nuestros hijos. Con toda seguridad ganaremos las venideras elecciones de alcaldes y de legisladores. De la auditoría, no es descartable que Capriles descuente esa pequeña ventaja y la realidad cambie diametralmente para bien de Venezuela. Eso lo saben en el alto gobierno, por eso la ceremonia de hoy tuvo un sabor amargo para ellos.