Por Enrique Andres Pretel / Reuters
Los peores fantasmas de la política venezolana resurgieron con fuerza en las reñidas presidenciales de la semana pasada, cuando el grito de “fraude” de los opositores y el clamor de “golpe de Estado” del chavismo reabrieron viejas heridas que apenas comenzaban a cicatrizar.
Tras unos días de máxima tensión en los que ambos bandos acariciaron la peligrosa idea de verse las caras en las calles, la crisis se encauzó por la vía administrativa después de que el ente electoral aceptó ampliar la auditoría ante las denuncias de irregularidades en los comicios.
Pero el daño ya está hecho.
La disputada votación que dio ganador a Nicolás Maduro por menos de 300.000 votos desató una dura espiral de ataques y acusaciones que radicalizó al país, asegurándose de que la feroz polarización que marcó la era Hugo Chávez sobreviva por muchos años al controvertido líder socialista.
“En Venezuela no tenemos una oposición (…) lo que existe es una conspiración”, zanjó esta semana el fornido ex chofer de autobús, de 50 años, asegurando que los disturbios fueron provocados por sus adversarios para dar un golpe de Estado con la connivencia de Washington como hace 11 años.
El líder opositor Henrique Capriles no sólo desconoció a Maduro, sino que acusó al “presidente ilegítimo” de manipular las protestas -con un saldo oficial de ocho muertos, decenas de heridos y varios edificios públicos atacados- que los medios estatales achacaron a las “hordas antichavistas”.
“La mentira está fresca, es impresionante esa capacidad de mentir”, disparó el espigado gobernador, de 40 años, alertando de una oleada de represión política, con “depuraciones” en la nómina estatal, ataques a ONGs y el silenciamiento de los diputados opositores en la Asamblea Nacional.
La situación es tan delicada que el Papa Francisco mandó un mensaje el domingo desde la Plaza San Pedro del Vaticano para pedir por la reconciliación de la nación petrolera.
“Rechacen cualquier tipo de violencia y comiencen un diálogo basado en la verdad, el reconocimiento mutuo y la búsqueda del bien común y el amor nacional”, pidió el pontífice argentino.
FANTASMAS DEL PASADO
La desconfianza entre las “dos Venezuelas” es palpable. Las discusiones se convirtieron en peleas, los argumentos en insultos y hasta más los moderados se ven arrastrados a tomar partido, justo cuando muchos esperaban que la desaparición de la polémica figura de Chávez relajara las pasiones encontradas.
La crisis ha favorecido a los extremistas a ambos lados del espectro político, que vieron cumplidas sus peores profecías: unos, que Capriles desconocería el resultado y los otros, que Maduro manipularía la urnas.
El chavismo tiene marcado a fuego en la memoria abril de 2002, cuando su “Comandante” fue derrocado por un grupo de militares, políticos y empresarios montados sobre masivas protestas callejeras, aunque fue restituido 48 horas después por tropas leales y manifestaciones de sus seguidores.
“Con la derecha, el pueblo pone los muertos, siempre ha sido así en este país. Por eso no deben volver, piensan sólo en ellos y son violentos cuando no tienen lo que desean”, dijo el viernes María García, trabajadora social de 42 años, enfundada en su camisa roja en una concentración de apoyo a Maduro.
La oposición aún se resiente ante las represalias de la administración contra miles de los que firmaron una petición de referendo para revocar el mandato de Chávez en 2004. El militar ganó con comodidad y sus adversarios denunciaron un fraude que nunca pudieron demostrar que pesó muchos años en las urnas.
“El CNE debe decir la verdad, aquí hubo fraude el domingo con las elecciones. Seguiré en la calle las veces que sean necesarias hasta que digan la verdad”, dijo Andrea Hernández, estudiante universitaria, en una protesta en el fronterizo estado Táchira para defender la “clara victoria” de Capriles.
PAIS PARTIDO
El árbitro electoral siempre fue acusado por la oposición de favorecer al oficialismo, pero sus cifras han sido aceptadas por ambas partes en media docena de elecciones desde 2006. El año pasado, antes de la última victoria de Chávez, la confianza en la institución superaba el 70 por ciento en los sondeos.
Pero su credibilidad se ve seriamente amenazada ante la mitad del país que duda del resultado, lo que podría amplificar los riesgos a la hora de dirimir el conflicto en las urnas.
“La plataforma tecnológica funciona perfectamente y los resultados son fiel reflejo de la voluntad soberana”, insistió la jefa del organismo, Tibisay Lucena, pidiendo no caer en malentendidos, manipulaciones o “falsas expectativas”.
Comprobar los votos electrónicos y las actas en poder del CNE con los comprobantes físicos de unas 12.000 urnas será un proceso laborioso y delicado de al menos un mes durante el cual ambos bandos están decididos a no reconocerse.
“Aquí no va haber impunidad, aquí va haber justicia. Aquí van a pagar los crímenes quienes los incitaron, quienes los cometieron. Sólo con la justicia será posible sanar el odio”, amenazó Maduro en su investidura ante una veintena de líderes mundiales pero sin representantes de la oposición.
Capriles terció desafiante: “La verdad no solamente saldrá a flote (en la auditoría), sino que va a tener consecuencias”.
El impasse electoral terminó de desconcertar a los venezolanos que, tras dos años de incertidumbre por el cáncer de Chávez, vieron cómo su dramática muerte el 5 de marzo no tuvo el efecto electoral que casi todo el mundo esperaba.
El escandaloso “cacerolazo” de protesta convocado por la oposición y el tronar de los cohetes con los que respondió el chavismo les recordó que después de 14 años su país está más partido que nunca y con nuevas cuentas pendientes.