“…Si como dice la Constitución se presentare alguna circunstancia sobrevenida que a mí me inhabilite, óigase bien… si algo ocurriera que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro, no sólo en esa situación debe concluir como manda la Constitución el período, sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total es que en ese escenario que obligaría a convocar como manda la Constitución de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como Presidente de la RBV, yo se los pido desde mi corazón…”. Un anuncio profético y sorprendente, de un hombre que jamás dio señas de alternancia en el poder con nadie, y que no dio tregua a concesiones después del RR-2004.
Antes de llegada la fecha de la toma de posesión, el TSJ emite su sentencia N 2 del 9-E de 2013, según la cual el juramento de rigor para el desempeño del cargo de PDR, no es considerado como suficiente para desconocer la voluntad popular depositada en la elección del 7-O 2012. Por tratarse de un Presidente reelecto, el TSJ consideró que Hugo Chávez Frías, ya había entrado en posesión del cargo, por lo que su juramentación para el nuevo período podría hacerse más tarde ante el TSJ (Art 231 CBV). Siguiendo esta protología-sic-el TSJ impone el criterio de continuidad administrativa, a partir de lo cual es inocuo detenerse a evaluar la ausencia del Presidente, aun sabiéndose enfermo y convaleciente. No vamos a evaluar el alcance jurídico de esta decisión. Lo que queremos destacar es el medio que justifica el fin; la preservación pura del poder. Y deja a Maduro como Presidente (¿encargado, delegado, interino?) por vez primera.
Chávez fallece el 5-M/2013. De forma inusualmente inmediata, el TSJ emite una nueva sentencia, N 13-196 de 8-M/2013, según la cual inviste a Nicolás Maduro como Presidente Encargado (por II vez). El TSJ no consideró al Presidente Chávez cesante en el cargo, aun cuando no tomó posesión el 10-E 2013. De esta forma no aplicó el supuesto contemplado en el segundo parágrafo del 233 constitucional -que tocaba- y que ordena la designación del Presidente de la AN en caso de falta absoluta del PDR, antes de tomar posesión. Artificiosamente aplicó el parágrafo tercero de la disposición ejusdem, que prevé el nombramiento del VP, y ordena ir a elecciones en un lapso de 30 días. Nada de improvisaciones. Una estratégica jurídico-política que nació la misma noche del 8-D cuando el Presidente Chávez vaticinó su propia inhabilitación, y que se perfeccionó entre gallos y media noche, en Cuba. Nada es casual.
Maduro proclamado presidente encargado al fallecer Chávez se “separa” de la VP, y es habilitado como candidato del PSUV. En contra de la hermenéutica constitucional que sugería el nombramiento de Diosdado Cabello como presidente transitorio, se atenaza la estrategia lineal del orden de suceder. A partir de esta encargaduría, se implementan los actos preparatorios electorales y propagandísticos, preconcebidos. Un evento de difícil convocatoria, como lo es una elección presidencial, es habilitado, instrumentado y ejecutado, a sólo 40 días de la muerte del Presidente. Todo -sepelio incluido- fue perfectamente calculado, cabalmente hilvanado y fielmente ejecutado.
LLega el 14-A. “Gana” Maduro, típicamente asistido de un ventajismo que no es inédito, y de marañas electorales que lo hacen coronar por nariz. A menos de 24 horas del primer boletín oficial de Tibisay Lucena, el sucesor es proclamado PDR (por tercera vez), descartando todo chance de auditar las papeletas. Una victoria estrecha y dudosa (con más de 3.000 denuncias) que dejó perplejos, ojo, no sólo a opositores y veedores internacionales, sino a amplios sectores del chavismo. Maduro se autoproclama Presidente, en medio de una derrota política sensible y sin precedentes en la era chavista.
En nuestra columna de El Universal de fecha 19-F 2013, “Maduro ganará pero no- gobernará”, decíamos: “La tormenta que se avecina no resiste quitasoles floreados. Comporta un desafío que ni el chavismo sin Chávez, ni una oposición difusa, podrán superar”. Y así ruedan los hechos, aderezados por vientos de radicalización y locura, que ya no cuentan con Chávez, para contenerlos (Diosdado Dixit)… Toda una historia que ha dejado en evidencia la parcialidad del árbitro, la politización de las FFAA, la violencia miliciana y el chantaje ciudadano. Y hoy Capriles es quien se comporta como Presidente electo, mientras Maduro delira como un candidato derrotado. Tiempos de cambios incontenibles, cuando la política de la ética nicomáquea es permutada por la “ética” de motín, es decir, la de asegurar el poder como fin último de la revolución. ¡Se cansa uno, diría Omar…!
@ovierablanco