Y no puede estarlo por varias razones. La primera, me obliga a matizar mi primera aseveración. En estricto sentido, el origen de la crisis es la muerte de Chávez, en su tiempo presidente de la república, Comandante de la Fuerza Armada Nacional, presidente del partido del gobierno, con aspiración planetaria por consolidar un liderazgo continental, coloquialmente dicho, “el papá de los helados”, verdadero “blacamán” hacedor de milagros.
El fallecido Chávez había modelado un régimen de naturaleza autocrática, militarista y autoritario centrado en su carisma y personalidad avasallante, de seguro próximamente desnudada por el pasar de los días. Chávez conducía el país a su antojo, todos los poderes públicos sometidos a su libre arbitrio, a la cabeza de un dispositivo institucional para mantenerse de por vida en el poder. El desenlace de su enfermedad truncó este triste destino para Venezuela.
Desaparece el “líder supremo” sin haber contribuido a un liderazgo colectivo, sin haber fomentado una dinámica democrática y plural en el seno de su partido para la toma de decisiones y como despedida, ante la eminencia o eventualidad de su muerte, impone un sucesor que en los pocos días transcurridos aparece totalmente desbordado e incompetente, inmaduro, para la difícil tarea, no digamos de sustituir al comandante supremo, al “Cristo redentor”, sino meramente para llevar adelante tareas básicas de todo gobierno, reconociendo a la mitad del país que rechaza el legado personalista y autoritario del fallecido presidente.
La herencia de Chávez es la fuente originaria de las turbulencias por las que gravita nuestro país en este momento, la cual se expresa de manera nítida en las inseguridades del heredero, su ya obvio fallido y patético intento de imitar al jefe desaparecido, sus inseguridades, su infantilismo de referir conversaciones con su tutor encarnado en “pajaritos”. Maduro, inmaduro, vive un terrible drama que puede ser la antesala de terribles consecuencias. Lo ha descrito tan pertinentemente en las páginas de este diario Fausto Masó, que me apoyo en sus palabras: “Nada tan trágico, y tan ridículo, como el líder de un régimen autoritario sin autoridad”.
2.En una célebre crónica de un viaje privado en avión con el presidente venezolano, el escritor Gabriel García Márquez, muy amigo y complaciente con el dictador Fidel Castro, comentaba tener la impresión de haber viajado con dos Chávez: uno a quien el destino le había dado la posibilidad de producir grandes logros para su patria; otro, un charlatán que sembraría de calamidades y miseria a su país.
La muerte de Hugo Chávez en marzo pasado, quizá esté muy cercana para ilustrar con pertinente documentación empírica cual de las dos valoraciones del nobel colombiano se ajusta más a la realidad, pero sin duda alguna, la decisión de legar la herencia en manos de Maduro y el desempeño de este último refuerza la aprensión más pesimista. Bastaría atenerse a las confesiones de otros “herederos” políticos sobresalientes y al desempeño de actores políticos y funcionarios de alto rango para validar nuestras expectativas más negativas.
“Nosotros somos una bandada de locos y Chávez era el único que nos atajaba” en palabras más o menos similares ha dicho el Presidente de la Asamblea Nacional en tono de amenaza a la oposición, y en testimonio del tenor de alguna de sus locuras, pretende impedir el derecho de palabra a los parlamentarios en el Palacio Legislativo. Otra ministra del gobierno acusa impunemente de drogadicto y amenaza con cárcel al principal líder de la oposición, a quien atribuye sin fundamento hechos de violencia, manipulando el justo de reclamo de Capriles Radonsky a una auditoría electoral que de demostrarse las irregularidades podrían convertirlo en el verdadero presidente electo en las pasadas elecciones.
En fin, ni Nicolas Maduro, ni los voceros más vociferantes del gobierno dan muestra de madurez para encaminar el país por un sendero de paz que haga verdad la cacareada frase de lograr “la mayor suma de felicidad”.
A la oposición democrática no le queda sino actuar con serenidad y constancia para abrirse al diálogo con ese gran país cansado de la retórica guerrerista que no supera lo que reconoció Chávez ser el talón de Aquiles de la revolución: la ineficiencia, el burocratismo y la corrupción.