Venezuela es un país maravilloso. Nunca me cansaré de ver en nuestro país elementos excepcionales que nos posicionan como un lugar privilegiado en el mundo. Por otra parte, me sigue causando una tristeza e impotencia absoluta el ver cómo seguimos siendo un pobre país rico que lejos de alcanzar la senda al desarrollo estamos sumidos en problemas de fácil resolución pero de muy difícil ejecución de las soluciones. Uno de lo problemas es no lograr en nuestra administración pública y en nuestros gobiernos la institucionalidad requerida para que el sistema que mueve al Estado, sea eficaz y eficiente.
Aquí reparó en los dos conceptos: eficiencia que es hacer uso de los recursos con la debida prudencia (gastar lo necesario y emplear el recurso humano exactamente requerido para solucionar esas tareas; hacer un uso prudente de los recursos, sea dinero o tiempo) y eficacia que significa básicamente alcanzar los objetivos planteados.
Van 202 años desde que nacimos como república. Y un sin fin de movimientos políticos llamados revoluciones por ellos mismos. ¿Han sido eficaces y eficientes en sus resultados? Debo decir que no. Y la primera razón es la falta de institucionalidad como piso para lograr esa ansiada eficacia y eficiencia en los planes y proyectos de transformación socio-política y económica del país. Claro que ha habido avances importantes desde inicios del siglo XX.
Pero muchos han quedado como tímidos intentos debido, desde mi perspectiva, a la falta de institucionalidad el personalísimo político y el centralismo como sistema de reparto y eje de la dinámica política y administrativa.
Sólo una transformación real del modelo de Estado y la conformación de instituciones reales (no partidistas o gobierneras) podremos avanzar hacia la construcción de un país serio y que haga uso de los recursos magníficos que tenemos más por un designio de los cielos, que por un esfuerzo nacional. Eso también debe tomarse en cuenta; para valorar la oportunidad, no para despilfarrar la herencia natural que hemos obtenido.
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