Corre un testimonio de cómo las cosas son y han sido. El solo hecho de que conversaciones privadas sean grabadas por propios o extraños, sustraídas y lanzadas a la arena pública, habla del impúdico revoltijo que las políticas oficiales han promovido. Los próceres rojos creían que los cubanos y otros oscuros operadores sólo “montarían” a los enemigos. En su frenesí, no se dieron cuenta que cuando la inteligencia cubana se puso a trabajar en el espionaje no era solo para saber que hablaban los jefes opositores sino, muy especialmente, para saber quiénes en el Gobierno podían pensar por cuenta propia. Una vez que el régimen dio luz verde a este inicuo sistema de espionaje, nadie podía estar a salvo, y menos quienes tienen en sus manos las palancas para satisfacer o enfadar a los insaciables hermanos Castro.
Lo verdaderamente sobrecogedor de la confesión es que no dice nada que la oposición no haya dicho, solo que viene con la confirmación de una de las criaturas engendradas por el Comandante y más consentidas por este. Cuando se escucha lo que se escucha la reacción es de asombro, no por la novedad (salvo en la alusión a unos “pim, pum” que parecen aludir a ejecuciones sumarias) sino porque se devela el estado terminal del régimen y su septicemia. El semigobierno de Maduro es un suplicio para los demócratas y una lástima los que ven perderse el poder.
RAÚL CASTRO SALE DEL CLOSET. Lo que los altos oficiales de la FAN que aceptaron la tutela cubana no preveían cuando la aceptaron, fue que los camaradas de la isla además de darles órdenes también dejarían constancia de su sumisión. Hay que ser bien idiota para pensar que los cubanos solo grabarían a los enemigos. Personajes que saben lo que se mueve en los lugares donde la larga mano de los Castro ha llegado, cuentan que están registrados todos los altos jefes militares que reciben en silencio instrucciones foráneas.
El proceso no ha sido simple. Cuando Chávez vivía, él era el centro del poder y ejercía el papel de gran componedor, con el apoyo y los “consejos” que Fidel prodigaba. Chávez era el cemento que pegaba todo ese abigarrado conjunto de personalidades, ideologías, apetencias, hambres demoradas, y aspiraciones. Cuando enfermó el que aglutinaba, se dio paso a la guerra soterrada entre los bandos y bandas, lo cual habría de poner en claro peligro la continuidad del régimen; fue entonces cuando los Castro -en uso innoble del cuerpo del moribundo- comenzaron su nueva estrategia. Ésta consistió en llamar a Cuba a los jefes de las facciones en pugna y tratar de ponerlos de acuerdo en nombre de Chávez pero sin Chávez al mando. Así los cubanos pretendieron sustituir a Chávez como punto de encuentro y constituirse como la nueva amalgama entre los segundones, ahora en disputa por la herencia.
Raúl Castro se transfiguró en jefe político directo de la sargentería y sus hombres pasaron de ser “acompañantes” del proceso a comisarios políticos y militares. Ministros, doctores y generales, llevados a látigo limpio en una estructura que se impuso, primero como desinteresada ayuda, después como “pago” por las remesas de petróleo y dólares, y finalmente como una capitulación vergonzosa ante el poder extranjero. Traición a la patria dicen los códigos que se llama esta conducta.
SIN RUMBO. Lo que se confirma ya se sabía. El famoso “nido de alacranes” sobre el que estaba el Comandante y que denunció el fallecido general Müller Rojas, se reprodujo en forma ampliada. Los abrazos que se prodigan Maduro y Diosdado no son más que expresión de estar en el mismo bote salvavidas ante el naufragio de la embarcación madre. La pelea es a cuchillo y la guerra, a muerte.
Si alguna vez hubo la idea de una transformación profunda y de un país diferente, mejor que el que había, se perdió entre la inopia intelectual, la corrupción y la enferma pasión por el poder sin más objetivo que poseerlo. Si fuese cierto que lo de Diosdado y su gente es pura corrupción, que lo de Nicolás y la suya es bobería y falta de carácter, que los militares están divididos por el reparto del botín; si es verdad que no hay más que robo y poder o poder y robo, como si el orden de los factores alterara el producto; entonces este régimen estaría ya -como parece- liquidado.
EL TRÁMITE POSTRERO. Si no fuera por la represión, el régimen habría cesado. No por un golpe de estado sino por por implosión. Ahora Nicolás anda en una de alianzas con el empresariado mientras insulta y veja a los dirigentes políticos de oposición y trata de dividirlos. Es una táctica antigua pero se emplea ahora, tarde y mal. Tarde, porque la descomposición del país, dentro de lo cual la del chavismo ocupa el lugar que la pestilencia reciente ha dejado ver, no les permite actuar de manera unificada; también se hace mal, porque los dirigentes empresariales saben que lo que les propone el Gobierno no es más que un chantaje destinado a inhabilitarlos como ciudadanos: “ganen real pero callen”, les dice, mientras injuria, enjuicia, amenaza y violenta a los dirigentes políticos. Esa táctica ha de fracasar. Por cierto, resulta fascinante ver a los ministros que hace 10 días insultaban a diestra y siniestra, ahora blandir la rama de olivo porque les han ordenado jugar el papel de “buenos” durante un rato.
El gobierno de Maduro parece que llegara a su fin. Si hubiese sensatez se podría prever su renuncia para darle paso a un reacomodo de las fuerzas políticas y sociales, en las que un programa mínimo común permitiera que la transición fuese lo menos estrepitosa, hasta llegar a nuevas presidenciales (desde luego, sin este CNE que el striptease volvió a desnudar sin atenuantes). En caso de no ser así, como es muy probable, dada la ausencia de sentido histórico de los personajes, el nivel de deterioro puede alcanzar cotas monumentales.
No sé cómo ni sé cuándo, pero lo que sí sé es que al poner no la rodilla, sino el oído en tierra, se oye un tropel que avanza sin parar y que promete tomar la fortaleza. Es cuestión de tiempo.
Twitter @carlosblancog