La ilusión marca el comienzo de la vida en pareja, pero también trae los primeros desencuentros. Conviene aceptar las diferencias y cultivar el diálogo.
Los primeros meses en pareja sientan las bases de cómo será la relación. Es una prueba de fuego que hay que superar para conocer la calidad de nuestro compromiso afectivo. El amor se construye día a día, entre ese espacio que va del inconsciente del uno al inconsciente del otro.
Antes de vivir juntos, mostramos al otro lo que queremos que vea. Sin embargo, en el día a día aparecen otros problemas, y nuestra pareja se convierte en el testigo de facetas que no nos parecen buenas. El conocimiento personal que cada uno tenga de sí mismo, y la madurez psicológica, influyen para que la empresa llegue a buen puerto. Cada miembro de la pareja aporta su visión de la convivencia, adquirida, por lo general, en su familia de origen. El tipo de relación que el cónyuge mantiene con ella es un dato importante porque, a veces, advierte demasiado tarde que no solo se ha casado con su novio, sino con su familia.
Una pareja que se ama tiene desencuentros. Los primeros, curiosamente, están relacionados con lo que motivó la elección de esa pareja. Marilyn Monroe decía que todos los hombres se enamoraban de ella por ser como era, pero, cuando se casaba, querían cambiarla. Nuestras elecciones amorosas son enigmáticas, porque provienen de poderosos impulsos inconscientes que, aun perteneciéndonos, nos son desconocidos. En los pequeños desencuentros podemos aprender mucho de nosotras mismas.
Elisa y Juan viven juntos desde hace cuatro meses, han puesto mucha ilusión en arreglar la casa y van a dar una cena de amigos. Sin embargo, ese día, a Juan se le complica el trabajo y llega tarde. Elisa tiene que arreglarlo todo sola y, cuando él aparece, está muy nerviosa. Ella empieza a temer que no colabore en lo doméstico. Juan la escucha sin ponerse a la defensiva. Gracias a esta actitud, Elisa se siente comprendida y así se evita la tensión que podría haberse dado. Parece sencillo lo que ha pasado, pero no lo es. Si no hubiera sido capaz de escucharla sin recelos, ella se hubiera sentido sola y un poco estafada en los acuerdos establecidos. También hubiera podido ocurrir que Juan rechazara la protesta de ella porque le remitiera a las que oyera durante toda su vida. Su madre siempre estaba acusando a su padre de comodón. Él no quiere repetir ese modo de relación, y la mejor manera de evitarlo es colaborar. Lejos de pretender cambiar la personalidad de Elisa, que dice lo que le molesta, Juan se alía con ella. Elisa, al contrario de Marilyn, ha sabido elegir bien. Su pareja la quiere como es, sin intentar cambiarla… No se puede transformar al otro. Juan se conoce bien, su madurez psicológica le conduce a entender a su pareja y a no repetir modelos familiares.
Juntos y libres
Una feliz convivencia consiste en superar con éxito los pequeños conflictos diarios. En no rehuir las múltiples dificultades con las que nos encontramos, sino en hablarlas e intentar resolverlas. Cada poco tiempo conviene revisar si los acuerdos que habíamos hecho se están cumpliendo o es preciso cambiarlos. La convivencia necesita cuidados y hay que mimarla, porque es muy frágil. Algunos de sus enemigos son la intolerancia, el dominio de un miembro sobre otro, el reparto injusto de papeles, la utilización del dinero como medio de presión, la intromisión de la familia política, la falta de acuerdos explícitos y el no saber escuchar.
El primer año de convivencia puede ser el termómetro que mida la temperatura de nuestra relación. En todo lo que se refiere al amor, no hay reglas de actuación. Quizá la única sea el grado de conocimiento que tengamos de nosotros mismos y estar dispuestos a querer al otro por sus defectos y por sus virtudes.
Todos tenemos dependencias y necesitamos a los demás para amar, hablar o vivir. La libertad la encontramos cuando sabemos manejar nuestras dependencias internas. Si ante la perspectiva de convivir aparece el miedo a perderla, probablemente estemos ante una persona con deseos inconscientes que le atan a antiguas dependencias. Cada uno necesita tiempo para sí, no hace falta estar siempre juntos. Vivir en pareja no significa perder la individualidad. Es indispensable respetar el tiempo del otro o bien tratar de llegar a acuerdos. En ocasiones, uno tiene ganas de ver a sus amigos solo o de salir a una fiesta o al cine… Eso no debe crear sentimiento de culpabilidad ni ser fuente de conflictos en la pareja.
Crecer en pareja
Convivir nos lleva a una intimidad en la que se realizan los deseos como el de ser amado. Vivir con el otro es conocerse cada vez mejor; siempre puede haber sorpresas, positivas y negativas, incluso después de muchos años de vida en común. La pareja, en el inicio de la convivencia, emprende un camino: los dos van creciendo juntos, cambian y deben readaptarse constantemente.
La convivencia comienza con ilusión. La intimidad alcanzada evoca todas las relaciones anteriores que han dejado una huella en nuestra forma de sentir. Si nuestra historia emocional está marcada por abandonos afectivos, la convivencia puede ser más conflictiva y será difícil respetar la libertad del otro y defender la propia.
¿Qué podemos hacer?
Para tener éxito y no recorrer el camino que va de la desilusión al desencanto, conviene:
Aceptar las diferencias como algo enriquecedor.
No pedir al otro más de lo que nos pedimos a nosotros. Los defectos también unen.
Si surgen conflictos, mirar al pasado y ver si reeditamos una situación antigua.
El diálogo es fundamental: permite una buena adaptación, evita malentendidos y aclara situaciones.
No irse a dormir sin haber solucionado las diferencias, evitará rencores o la acumulación de tensiones en la pareja.
Hablar de los conflictos a medida que ocurran en un lugar de “estallar” un día con reproches sobre cosas que el otro ni siquiera recordará.