No habrá reencuentro de ABBA

No habrá reencuentro de ABBA

Uno de los mayores fenómenos musicales del siglo XX, ABBA, no podía durar demasiado. La inseguridad de Agnetha y los fracasos amorosos sentenciaron pronto al grupo. Aunque su final les vino muy bien… a casi todos.

“En el museo pueden vernos juntos de nuevo. Creo que eso es lo más cerca que estarán de conseguirlo”. No, no habrá reencuentro musical de ABBA. La respuesta de Björn Ulvaeus fue tajante: la única concesión para los nostálgicos del grupo la encontrarán en el museo que él ha promovido y organizado en Estocolmo. Un templo para fanes que se inauguró el 7 de mayo.

Pero ni siquiera esa fiesta homenaje en que se convirtió la apertura pudo reunir al cuarteto que llegó a vender 380 millones de discos. “Nos han dicho que Agnetha no ha venido, pero tenemos el presentimiento de que al final aparecerá”, aseguraba una mujer que había viajado desde Bélgica con dos amigos para asistir al acto.

Sin embargo, Agnetha Fältskog no se presentó al estar de promoción en Londres con su nuevo album, A. Tampoco resultó una sorpresa su ausencia. Ella sigue siendo la chica especial de ABBA. Björn, su exmarido, ejerció de anfitrión con los otros dos compañeros, Benny Andersson y Anni-Frid Reuss von Plauen -Frida o la morena del grupo-. Curiosa mezcla de personalidades y talentos, enlazados por relaciones amorosas fracasadas y el éxito de una fórmula musical ideada por Benny y Björn, que no hubiera sido nada sin la distante sensualidad escandinava de sus compañeras.

Más allá de eso, no había gran cosa: caracteres opuestos, propósitos distintos, suerte dispar. Agnetha y Frida también en esto son la imagen real de lo que fue y ha sido ABBA. La primera, una niña precoz nacida en un pueblecito tranquilo que a los tres años ya tocaba el clavicémbalo y a los siete componía al piano; la segunda, una adolescente difícil, huérfana desde los dos años, que a los 17 estaba casada con Ragnar Fredriksson, el bajista de la banda de ‘jazz’ en la que ella cantaba.

La dulce Agnetha no aspiraba más que a su música y al cariño de su familia, pero conoció a Björn Ulvaeus cuando le vio tocar y le siguió enamorada a Estocolmo. Frida abandonó a su marido y a los dos hijos que tuvieron, Hans y Ann Lise-Lotte, para hacer carrera en la capital. Ambas lograron lo que se proponían: una, casarse y formar una familia; la otra, hacerse un hueco en el negocio al comenzar a convivir con Benny Andersson, compositor que junto a su amigo Björn ya había grabado algunos superventas.

Perfección solo aparente

Waterloo, Eurovisión 1974… Agnetha, Benny, Björn y Anni-Frid. ABBA -acrónimo de sus iniciales- había nacido casi por inercia. Sin embargo, probablemente los cuatro sabían que aquello sería efímero. “Yo soy una paleta, una chica de campo -llegó a reconocer Agnetha a su amiga y biógrafa Brita Ahman-. No soy una ‘showgirl’. A los otros les gusta la fiesta. A mí me gusta ser yo misma”. Desde el comienzo, la rubia de voz dominante, ‘sex-symbol’ embutida en monos de látex, fue la nota discordante en una partitura que parecía perfecta: dos parejas, cuatro amigos, un fenómeno musical. Pero, en realidad, todo era inestable nada más comenzar. No solo por ella.

Frida soportó una profunda depresión al descubrir que su padre no había muerto en la II Guerra Mundial. Su madre había mantenido una relación en Noruega, su país de origen, con un soldado de las tropas nazis invasoras. Al finalizar el conflicto, tuvo que huir a Suecia con su hija recién nacida, acosada por haber sido lo que llamaban una ‘tyskerhoren’ -zorra de los alemanes-. 30 años después, Frida se encontró con él y la experiencia fue traumática.

Tenía que superar aquello y por eso se aferró a la fama y al público, lo que resultaba un bálsamo para ella y un suplicio para Agnetha. “Nadie que se haya enfrentado a una multitud vociferante e histérica ha podido evitar un escalofrío. Una fina línea separa la celebración de la amenaza”, llegó a decir. Por eso necesitaba el ‘whisky’ para subir al escenario. Quizá también porque su matrimonio se desmoronaba. El nacimiento de su segundo hijo, Peter, en 1977 solo les separó más. Rompió con Björn unos meses después, aunque decidieron continuar trabajando juntos, a la vez que Benny y Frida se casaban por sorpresa tras nueve años como pareja.

Por encima de crisis personales y divorcios, ABBA agigantaba su presencia con un número uno tras otro en las listas de ventas. En 1979, una gira por EE.UU. les llevó a conquistar el mercado americano; habían alcanzado la cima y, a la vez, era el comienzo del final. En uno de aquellos desplazamientos, su avión privado estuvo a punto de estrellarse a causa de una fuerte tormenta. Agnetha no quiso volver a volar. Fue un punto y aparte definitivo para ella, que solo deseaba estar en su casa de Estocolmo para ver crecer a sus hijos y entrar de vez en cuando en un estudio para grabar sus propias canciones. Por contra, Frida seguía amando lo que hacía, pero no a su marido, del que se divorció tras dos años de matrimonio.

Caminos separados

A partir de 1982 los cuatro emprendieron sus propios caminos. Ellos, haciendo lo que mejor sabían, componer y producir música, recogiendo los beneficios de su participación en el musical Mamma Mía!, en su versión teatral y cinematográfica, un éxito internacional que ha ayudado a mantener muy vivo el recuerdo del grupo y que ha alimentado la reputación de ambos. Benny se volvió a casar el mismo año de su divorcio de Frida (1981) con la presentadora Mona Nörklit, y tienen un hijo. Björn pasó por el altar también en 1981, con Lena Kallersjö, una periodista musical; dos hijos. Los viejos colegas y amigos no han dejado de colaborar: el himno que ha sonado estos días en el festival de Eurovisión de Malmo lo han escrito ellos.

No ha sido la música lo que ha definido los últimos 30 años de sus ex. Las dos intentaron proseguir en solitario con sus carreras, encontrando tanto vacío como eco tuvieron sus tiempos en ABBA. Frida decidió disfrutar de las rentas en Zermatt, una ciudad en los Alpes suizos, “mi paraíso en la Tierra”, como suele decir con razón, entre otras cosas porque fue allí donde conoció a su tercer marido, el príncipe alemán Heinrich Ruzzo Reuss von Plauen.

En 1992 la cantante pop dejó su lugar a la alteza serenísima. No tuvo tanta suerte Agnetha en el amor ni en casi nada. Al poco tiempo de disolverse el grupo, sufrió un grave accidente de tráfico que agravó sus fobias. No soportaba la idea de alejarse de su casa en el campo, cercana a Estocolmo, lo que unido a su rechazo visceral a los años que había vivido bajo los focos provocó una reclusión voluntaria de la que los psiquiatras han intentado sacarla poco a poco. Encadenó un fracaso sentimental con otro. En 1990 se casó con un médico, pero les duró dos años.

A partir de entonces, silencio. Sus fans dejaron de saber de ella prácticamente durante una década. Hasta que los medios suecos publicaron en 2003 que la cantante, aterrorizada, había presentado una denuncia contra un acosador anónimo. La policía encontró al culpable, un holandés llamado Gert van der Graaf, en una cabaña que había construido en el bosque cercano a la residencia de su víctima. Allí vivía junto a una tortuga muerta y rodeado de fotos y recortes de prensa de su estrella. El supuesto loco presentó en el juicio posterior una carta de Agnetha demostrando que habían mantenido una verdadera relación. Incluso se comprobó que semanas antes de la denuncia habían compartido unas románticas vacaciones.

La tragedia familiar obligó también a Frida a recurrir a la ayuda de terapeutas. 1999 fue terrible para ella. En enero moría en la carretera su hija mayor, Ann Lise-Lotte, y en octubre un cáncer le arrebataba a su marido. Continuó residiendo en Zermatt, volcada en proyectos solidarios en los que gastar algo de los 200 millones de euros que heredó del príncipe. Dinero… y otra vez amor, porque desde 2008 vuelve a tener a un hombre en su vida: Henry Smith, quinto vizconde de Hambleden y propietario de la conocida cadena comercial WHSmith.

Agnetha sigue sola, pero ahora se siente mucho mejor consigo misma. Ha ido superando miedos y frustraciones gracias a la ayuda que ha recibido estos años, por eso se ha lanzado a publicar un album con nuevas canciones, el primero desde hace 25 años, y por eso ha sido capaz de volver a viajar para promocionarlo, aunque no hasta el punto de atreverse a ofrecer un concierto en directo.

“¿Que ABBA se reúna otra vez? Eso no va a pasar. Somos demasiado viejos”, aseguró la cantante en una entrevista al ‘New York Times’. “Pero al menos, ya no apago la radio cuando escucho una de nuestras canciones…”.

Mujerhoy.com

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