El fenómeno Capriles se asemeja en cierta medida a lo que ocurrió en el país a partir del primer trimestre del año 1998, cuando toda la agenda pública era copada por lo que decía y se comentaba del entonces candidato Hugo Chávez, situación que no cambió hasta su fallecimiento. Pareciera que aún en la psiquis de la élite decadente del oficialismo ese vacío mediático está siendo llenado por la figura de Henrique, cada vez que hacen una cadena o convocan una rueda de prensa le hacen propaganda gratuita y aumentan su nivel de influencia.
A pesar del monopolio que el PSUV tiene sobre los medios de comunicación, bien sean públicos, comprados por ellos o bajo la égida de la autocensura, la figura de Capriles es omnipresente. El discurso de Nicolás y los enchufados repite insistentemente dos ideas: Hugo Chávez, en cualquiera de sus grandilocuentes calificativos, comandante supremo, líder supremo, máxima figura, entre otros y Henrique Capriles con todos los epítetos imaginables, apátrida, sabandija, burguesito y pare usted de contar. La explicación a esta Capriles dependencia puede encontrarse en la falta de preparación e ideas propias y en el terror que le tienen a la figura del joven líder. En medio de su utopía de guerra civil pareciera que realmente se creen el cuento de que detrás de la oposición existe un ejército de ocupación presto a lanzarse sobre las costas venezolanas para quitarles sus privilegios y comodidades. El ambiente que se vive en el entorno de Maduro y de Nicolás es precisamente de pre guerra, cientos de escoltas, servicios de inteligencia paralelos, guarda espaldas cuidándose de los otros guardaespaldas. Hay al interior del partido de gobierno un estado general de sospecha y todos parecen drenarlo atacando a Capriles y a los que pensamos distinto.
El devenir cotidiano del gobierno transcurre entre viajes, gabinetes de calles, el vicio de andar todo el día de reunión en reunión y un empeño por acabar con más de la mitad del país, dejándolos sin tiempo efectivo para atender los problemas del país. Venezuela en este momento no tiene un gobierno sino una especie de comando anárquico de guerra. Parece que el único que intenta hacer algo es Merentes quien actúa cual Poncio Pilatos, prometiendo resolver los enormes desequilibrios creados por él mismo desde el BCV, mientras el resto del gabinete participa en una lucha sórdida entre ellos mismos y contra nosotros.
El vacío que dejó la imagen del presidente fallecido ha sido llenado por Henrique Capriles y su propuesta de construir una Venezuela de inclusión y de equilibrio entre lo público y lo privado. El discurso progresista resulta un oasis frente a los estragos dejados por el socialismo del siglo XXI que ya ni siquiera le garantiza a los más humildes gratuidad en la vivienda, ni los bienes de la canasta básica, mucho menos redistribución populista. El fracaso del modelo que defienden los enchufados es tan grande que los mismos funcionarios que han dirigido las supuestas mesas de diálogo, que para mi son espacios de desactivación de la oposición, admiten en conversaciones privadas “esta vaina es una locura inviable”.
Nicolás es un rehén de la herencia política recibida y de sus primos inter pares que le disputan el poder y es por ello que cada día de este breve y nefasto gobierno pareciera ser el último.
¿Hasta cuándo puede durar está situación de anomia y desgobierno? La respuesta es compleja porque si bien pareciera que cada día el gobierno termina exhausto y a punto de tirar la toalla, la realidad es que el barril de petróleo rozando los 100 dólares le dan un margen de maniobra importante y el monopolio de las divisas les permite con la mano zurda apretar al sector privado llevándolo a un punto casi de muerte y luego con la derecha ofrecer dólares y auxilio para ganarse el silencio de ese sector. Lo mismo hace con los medios de comunicación y con una parte del sector opositor que prefiere “pantalla” antes que denunciar la compra de canales, por ejemplo.
Mientras Capriles siga marcando la agenda, bien sea por sus aciertos o por la torpeza del gobierno, como lo vimos recientemente en el episodio con Santos, el poder se encontrará en manos de la gente y no del gobierno. Dicen los expertos en la lucha contra el totalitarismo que esto es un elemento clave. En la consolidación y fortalecimiento de la nueva mayoría, así como las luchas radicales, pacíficas y democráticas está el camino que nos permitirá salir de este bache civilizatorio. Tenemos que articular una política social cargada de protesta pero también de promoción de valores democráticos y herramientas de superación de la pobreza.
Un signo inequívoco de la decadencia roja es la obsesión HCR, sin embargo, creo que es un error de los que luchamos por un país distinto caer en el “Maduro vete ya” o estar impacientes esperando que mañana cuando abramos los ojos aparecerá Capriles sentado en Miraflores ordenando resolver el caos en el cual vivimos. Si me permiten un consejo, nuestra actitud debe ser de denuncia permanente por todos los medios, desde el boca a boca, pasando por las redes sociales hasta el poco espacio que aún queda de prensa libre y de conversar permanentemente con aquella parte de la población que aún cree en el oficialismo todavía prendados de la imagen del ex presidente. Los atajos y la impaciencia son abono para aventuras y frustraciones.
Carlos Valero
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