Por si acaso pensábamos que todo estaba dicho en materia de obsecuencia, comportamiento perruno y arrastrarse para tener el honor de ser pisado por el Comandante Supremo, quedó claro que todavía es posible un esfuerzo mayor de justa sumisión. El régimen ha celebrado los tres meses del deceso del Gigante otorgándole el premio nacional de periodismo. Merecido reconocimiento a quien en sus días de “Gran Hablador de Paja” hiciera tantas cadenas comunicacionales como su modesto ego y su respeto por el Otro se lo permitieran.
El fallo debe haber tomado en cuenta, además, las recientes compra-ventas de Globovisión y la Cadena Capriles como su contribución fundamental postmorten sumada a su valiosa obra en vida a favor de la libertad de expresión. Un vasto acervo que incluye el cierre de RCTV y 32 emisoras de radio, humillaciones a periodistas con preguntas incómodas, uso de las pautas publicitarias del gobierno para el chantaje comunicacional, uso del poder para grabar y difundir sin problemas a los enemigos de la revolución, uso de malvivientes para dar palizas y hostigar a comunicadores pro imperialistas en variadas circunstancias y mantenimiento del #BocasuciaDel8 con un modesto salario de 200 mil bolívares mensuales, 32 escoltas y licencia para asesinar moralmente a cualquiera a través del canal de todos los venezolanos. Abrumador legado.
La decisión, qué duda cabe, es un acto de justicia para quien en su paso por este mundo nos hiciera sentir que estábamos ante un ser superior. Todo para ese “honorable revolucionario” que nos dio todo por nada.
Aparte de la placa, el diploma, la condecoración, el premio en el vil metal para su indigente familia, el laureado comunicador debería recibir una copia certificada del audio desconocido de Mario Silva para divertirse en sus ratos de ocio oyendo en el “más allá” las “opiniones personales” en el “mas acá” de su Frankestein comunicacional.