Definitivamente no hay peor momento para que se presente o se materialice una amenaza socionatural o tecnológica, tales como terremotos, tormentas, huracanes, inundaciones, deslizamientos, incendios, etc., que en aquellos en donde aún sin existir una situación de emergencia declarada en la sociedad, sus ciudadanos viven en condiciones que se asemejan mucho a un estado de post-desastre, pues la emergencia se potenciará.
Por lo general después de los desastres, la evaluación de daños puede dar un registro pormenorizado de afectaciones y pérdidas de infraestructuras y servicios fundamentales para el desarrollo y la calidad de vida de las personas, como lo son los servicios de agua potable, vías de comunicación, servicios de comunicaciones, sistemas eléctricos, deterioro de la capacidad operativa de hospitales y limitaciones para los suministros médicos en los centros de atención primaria (por sobre demanda y/o imposibilidad de dotación inmediata); son tiempos también de disminución de las actividades socio productivas ( muy particularmente las vinculadas a la cadena alimentaria), posible aparición de enfermedades infecto contagiosas y problemas de seguridad en el control de posibles desordenes públicos en asentamientos urbanos afectados.
Cuando me detengo a pensar en las grandes penurias y dificultades que hoy estamos pasando los ciudadanos en nuestro país (particularmente los más pobres o de menos recursos) para tener acceso oportuno y a precios razonables de alimentos de la dieta básica, de medicamentos para el tratamiento de enfermedades comunes, de recibir atención médica en las instalaciones de salud del sector público, o cuando conocemos de las continuas fallas en el sistema de suministro de energía eléctrica en todo el territorio nacional, deficiencias temporales para abastecer de agua potable algunas comunidades, y nos enteramos por distintos medios de la presencia de una condición de epidemia de influenza (A-H1N1); sólo se nos viene a la mente esos momentos que transcurren después de los desastres, donde las carencias, las necesidades y la falta de capacidad de respuesta y de resiliencia, hacen de las emergencias verdaderas tragedias o desastres de mayor magnitud.
Si a ello le agregamos una manifiesta incapacidad (por cuestiones políticas-ideológicas) del gobierno nacional de establecer planes coordinados de prevención, mitigación y atención de desastres con todos los gobiernos regionales y locales, lamentablemente, todo se asemeja a cuando el caos antecede al desastre.
@Angelrangels