No es lo mismo una mayoría electoral que una mayoría nacional. Las electorales se expresan en un número que puede sobrepasar la mitad de un universo de votantes, aunque algunas resulten confortablemente holgadas. Cierto que una mayoría electoral podría alcanzar rangos de mayoría nacional: un estatus superior que sugiere la aclamación maciza de una opción en competencia, cuyas consecuencias políticas se distinguen por mucho de aquellas derivadas de resultados electorales más bien modestos.
La explicación viene a cuento por el esfuerzo que Capriles está desarrollando, para llevar al país hacia el cambio, haciendo la única trayectoria que le garantizaría, tanto el arribo, como la estabilidad futura de un gobierno del postchavismo. Es imprescindible entender que una estrategia de triunfo debe trascender al instante de la algarabía que produce la conquista del poder y que tan importante es alcanzarlo como estar en condiciones óptimas para retenerlo.
En el contexto venezolano, nadie en su sano juicio se plantearía un diseño ajeno a esta necesidad: sólo una gran irresponsabilidad ignoraría los descomunales retos del postchavismo. En efecto, Capriles ganó las elecciones del 14A, pero el número de sufragios obtenidos -junto a las duras realidades institucionales- no le dio la plataforma robusta requerida para formular un reclamo distinto al que su austera votación le permitió.
“La calle” que unos cuantos reclaman hoy -omitiendo la experiencia de López Obrador, en México, o de la propia Plaza Altamira- sólo habría sido un camino inexcusable si el país hubiera acogido a Capriles como la encarnación de una mayoría nacional: como una urgencia general a favor de un cambio, cuyo rocoso y amenazante respaldo hubiera sido imposible de demoler hasta desde los cuarteles… A eso alude el concepto de “mayoría nacional”: a una que sea la suma de la oposición y del creciente chavismo inconforme; a un proyecto abrazado de tal modo por las diversas masas, que le ofrezca al nuevo gobierno una ancha capacidad de acción y transformación.
Seguir votando mientras esa mayoría nacional continúa conformándose a la luz de la crisis económica y social, es lo que cabe. Ninguna revolución entrega el poder perdiendo por unos pocos puntos. Nadie debe temer por el “enfriamiento” de la coyuntura, porque la salida del fraude electoral del debate público, sólo ha servido para la sobreexposición de temas no menos demoledores para el régimen: el del desabastecimiento, la inflación y la corrupción. Todos ellos son dañinos y servirán para coronar una victoria en construcción evolutiva, que se cobrará cuando el cambio sea un alud; un extendido y diverso coro de venezolanos cantándole su “ya basta” a los herederos del difunto.
[email protected] Twitter @Argeliarios