A falta de resultados oficiales definitivos (el recuento está siendo muy lento), el clérigo considerado moderado Hasan Rohaní habría logrado este viernes la victoria en las elecciones presidenciales de Irán, con entre el 50% y el 52% de los votos. De confirmarse, el resultado supondría una mayoría absoluta que, aunque ajustada, evitaría la celebración de una segunda vuelta. Rohaní sustituiría así a Mahmud Ahmadineyad, quien ha ocupado el cargo durante dos mandatos consecutivos (ocho años), tras unos comicios marcados por la ausencia de candidatos verdaderamente opositores, y por el férreo control del régimen. Según las autoridades, la participación habría alcanzado el 80%.
Hasan Rohaní (de 64 años, nacido en Sorjé, un poblado de la provincia iraní de Semnán, y cuyo nombre es transcrito también como Rouhani, Ruhani o Rowhani), fue secretario del Consejo Superior de Seguridad Nacional entre 1989 y 2007 y es actualmente el representante del líder supremo (jefe del Estado), Alí Jamenei, en este mismo organismo.
Pese a la etiqueta que le colocan muchos medios occidentales, Rohaní no es exactamente un reformista. Su programa no incluye grandes cambios en la esencia del régimen, ni mucho menos un cuestionamiento del sistema. Por otra parte, si al final se confirma su victoria, sus manos estarán muy atadas por quien verdaderamente detenta el poder en Irán, el líder supremo.
Otra cosa es que un nuevo presidente de talante menos radical pueda contribuir a suavizar las tensas relaciones entre Irán y los países occidentales (particularmente, con Estados Unidos), o incluso influir en las posiciones de la cúpula dirigente, dejando espacio para una mayor libertad interna, como ya ocurrió durante el mandato del reformista Mohamed Jatamí (1997-2005).
Lo que sí parece haber logrado Rohaní es el apoyo de los representantes de esta corriente, aunque sea como último recurso tras haber quedado fuera de juego los dos principales candidatos opositores, Akbar Hashemí Rafsanyaní y Esfandiar Rahim Mashaí (a quienes el Consejo de Guardianes no ha permitido presentarse), después de la renuncia del otro candidato moderado Mohamed Reza Aref, y al estar bajo arresto domiciliario los dos principales líderes reformistas, Mir Husein Musaví y Mehdi Karrubí.
Rohaní tiene experiencia en lidiar con uno de los aspectos que más preocupan a Occidente, el programa nuclear iraní, ya que estuvo al frente del equipo que negoció con la troika formada por el Reino Unido, Francia y Alemania, en un periodo, entre 2003 y 2005, en el que Irán llegó a aceptar una suspensión temporal de las actividades de enriquecimiento de uranio. Dejó el puesto al ser elegido Ahmadineyad como presidente, en agosto de ese último año.
Único clérigo de los seis candidatos que se han presentado a estos comicios, Rohaní defiende la redacción de un código de derechos civiles, la creación de un Ministerio de la Mujer y también una política exterior que acabe con “el ambiente de confrontación con el mundo”, ponga fin al creciente aislamiento de Irán y libere al país de las sanciones internacionales, informa Efe.
Íñigo Sáenz de Ugarte explica en su blog que el atractivo electoral de Rohaní “procede del hecho de que en su campaña ha lanzado mensajes discretos pero nítidos al sector de la población que, en especial en las grandes ciudades, apoyó a los candidatos reformistas en anteriores elecciones. Algunos datos anecdóticos, como la participación en las urnas en las zonas de Teherán de clase media alta, hacen pensar que una parte de ese electorado votará a Rohani como mal menor o por miedo a los candidatos más cercanos a Jamenei. El apoyo público de los expresidentes Jatamí y Rafsanyani también le habrá beneficiado”.
Otro aspecto clave de su éxito electoral puede haber sido la división en las filas ultraconservadoras, corriente a la que pertenecían cuatro de los seis candidatos.
Cuando Rohaní anunció su candidatura, el pasado 11 de abril, identificó como principales problemas del país una inflación del 30%, la caída del valor del rial (la moneda iraní), el paro y el estancamiento de la economía, y anunció como objetivos “rescatar la economía y reavivar la ética y la interacción con el mundo”. Posteriormente ha defendido su modelo económico como “libre, con justicia y basado en la religión”.
Un antiguo embajador occidental en Irán que trató con Rohaní durante el
Gobierno de Jatamí lo describió a la agencia Reuters como “accesible y no sin sentido”, “más un servidor tranquilo, ortodoxo, eficiente y sencillo que una figura carismática o independiente”.
Rohaní es considerado un líder pragmático y cercano al expresidente reformista moderado Rafsanyaní. Se le atribuyen buenas relaciones con el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, con quien colabora desde la época de la guerra con Irak, en la década de los 80. Otras fuentes, sin embargo, señalan que existe tensión entre ambos.
Con respecto al presidente saliente, Rohaní ha criticado abiertamente a Ahmadineyad en varias ocasiones, llegando a decir que su “comentarios descuidados y poco calculados” le han costado muy caro al país.
De acuerdo con un perfil publicado en la BBC, en 1999, durante unas manifestaciones estudiantiles en contra del cierre de un periódico reformista, Rohaní mantuvo una posición dura, y afirmó que aquellos que habían sido arrestados por sabotaje y por destruir propiedad privada se enfrentarían a la pena de muerte si eran declarados culpables.
Más recientemente, sin embargo, Rohaní se mostró más tolerante con las protestas que estallaron tras las polémicas elecciones de 2009, y criticó al Gobierno por reprimir el derecho de la gente a manifestarse de forma pacífica.