Hace diez días, Sao Paulo, la mayor ciudad brasileña, una aglomeración metropolitana de aproximadamente 18 millones de personas, ha sido escenario de sucesivas y crecientes manifestaciones en la calle motivadas por un aumento de los precios del billete de autobús. Otras grandes ciudades del país fueron testigos de manifestaciones semejantes, aunque de menor envergadura. Han sido convocadas por el Movimiento por el Pasaje Libre favorable a que el transporte público sea gratuito y dirigido exclusivamente por el Estado. Fundado en el Forum Social Mundial en 2005, el movimiento congrega a partidos de izquierda, disidentes del PT.
Sin embargo, la actuación de esas organizaciones y de sus líderes no explica por sí sola la dinámica y el tamaño de las manifestaciones, que recibieron la adhesión virtual y presencial de jóvenes de diversos orígenes sociales, desde grupos punks de la periferia hasta universitarios de la nueva y vieja clase media. Lo mismo se puede decir del aumento del pasaje, de 0,20 reales (veinte centavos de real), bajo la inflación de los últimos doce meses, . Esto, en sí mismo, no explica las manifestaciones.
Esto nos lleva a reflexionar sobre qué más estaría detrás de las protestas: ¿por qué está pasando ahora y no en años anteriores, si el Movimiento Pasaje Libre no es nuevo y en el pasado reciente hubo mayores aumentos de precio en el trasnporte público?
Estamos ante un fenómeno común en sociedades de masas, potenciados por la difusión de los medios de comunicación social: insatisfacciones de origen diverso se van acumulando silenciosamente hasta que un hecho determinado, simbólico, dispara la protesta social. En el caso en cuestión, el detonador fue una decisión simple, corriente, pero que tuvo el don, por lo concreto y fácilmente inteligible, de ser la gota que colmó el vaso, o mejor, el catalizador de una reacción química cuyos elementos principales ya estaban presentes.
Nadie en su sano juicio puede comparar las protestas por el aumento de un pasaje de autobús con el acto de prenderse fuego a las vestiduras. Sao Paulo no es Tunez en vísperas del primer capítulo de las Revoluciones árabes, mucho menos París en 1871, en la inminencia de la Comuna. En otras palabras, para decepción de algunos militantes, no estamos ante una situación pre-insurreccional. Pero hay algo más en el aire que aviones volando, como decía el Barón de Itararé, uno de los padres fundadores de la sátira moderna en Brasil.
Sin poder, por falta de información suficiente, dar respuestas definitivas, arriesgo algunas hipótesis sobre las razones no aparentes de las manifestaciones que paralizaron Sao Paulo en los últimos días.
Hay una indignación latente en la juventud con los gobiernos, en general, y con el modo por el cual son elegidas las prioridades del gasto estatal y utilizados los recursos públicos en particular. Esto viene de lejos, pero se ha acentuado con las noticias recurrentes sobre corrupción, mal uso de los fondos públicos e impunidad de quien comete crímenes contra la administración pública. Incluso la condena de reos notorios en el proceso del “mensalão” no aligeró la sensación de impunidad, dado que hasta hoy, y así será por un buen tiempo, el STF juzga, lentamente, recursos interpuestos por los abogados de los reos condenados.
Hay una indignación latente en la juventud con los gobiernos, en general, y con el modo por el cual son elegidas las prioridades del gasto estatal..
Las grandes cantidades dispendiadas con la construcción de estadios de futbol para la Copa de las Confederaciones, que comenzó el sábado pasado, y para la Copa del Mundo, en 2014, asunto destacado en los medios y en las conversaciones del día a día, le pusieron pimienta al caldo de la indignación. Sobre todo en un cuadro en que las inversiones en las grandes regiones metropolitanas quedan muy por debajo de la creciente demanda por servicios públicos.
El transporte público en cantidad y calidad insuficientes, es uno de los puntos sensibles del problema. La seguridad pública es otro de ellos. La violencia se ha recrudecido en varias grandes ciudades brasileñas, inclusive en Sao Paulo, donde había disminuído a los largo de los últimos diez años. La ciudad está tensa, como hace mucho que no se veía.
A este escenario se suma la reducción del crecimiento económico y el aumento de la inflación, que ya comprometen el optimismo en relación al futuro característico de los diez últimos años. Aisladamente, ninguno de estos factores sería suficiente para desencadenar las protestas. Combinados, en el tiempo y en el espacio, encendieron la mecha que dio impulso a las manifestaciones
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Sérgio Fausto es politólogo y se desempeña como director ejecutivo del Instituto Fernando Henrique Cardoso. Fue asesor del Ministerio de Hacienda y del Ministerio de Planificación entre 1995 y 2002, e investigador del Centro Brasileiro de Análisis y Planificación (CEBRAP).
Artículo publicado originalmente en Infolatam