Desconcierta ver y oír a los simpatizantes del Gobierno hablar del “sagrado derecho a la educación” y de cómo está siendo “violado” por la “derecha” que declaró el paro indefinido. El único que profana ese derecho es el régimen instaurado hace más de catorce años. Su hostilidad con el sector universitario traspasó todas las fronteras convencionales. Solo la UCV ha sido objeto de más de cien ataques terroristas por parte de los grupos paramilitares financiados por el oficialismo. El M-28, La Piedrita y Alexis Vive han actuado como brigadas de choque para atemorizar y sembrar terror entre los miembros de la comunidad.
Las miserables condiciones a las que fueron arrastrados los profesores, el deterioro de las condiciones para la enseñanza y la investigación, y las irrisorias becas y otros beneficios que reciben los estudiantes, forzaron el conflicto actual, convertido en símbolo de la tenaz resistencia que el país sostiene contra la mafia enquistada en el poder. La heroica pelea que docentes y estudiantes mantienen por lograr un presupuesto que responda a las demandas universitarias y por preservar la autonomía universitaria, ubica en su justo lugar los límites del derecho al estudio.
La educación es un proceso integral que incluye la instrucción y la formación de valores éticos y democráticos. Los alumnos se instruyen con el fin de adquirir conocimientos, habilidades, destrezas que los califiquen en determinadas áreas de la ciencia, las técnicas, las artes. La universidad enseña un saber especializado, académico, que trasciende el sentido común y dota al estudiante de nociones, conceptos y teorías que le permiten explicar el área de la que se ocupa y proponer o tomar las decisiones que se deriven del estudio de la materia examinada. En la academia se adquiere un lenguaje especializado y se aprende a utilizar herramientas teóricas y prácticas que elevan la precisión de la observación y el conocimiento. En la búsqueda de estos objetivos reside el fin específico de la educación en cuanto proceso de instrucción.
Sin embargo, no solo de pan vive el Hombre, dice Jesús. El estudiante necesita adquirir valores morales que le permitan llevar una vida digna, aceptar la pluralidad y la democracia, algo que los regímenes totalitarios siempre intentan destruir. El Gobierno busca convertir los alumnos de las universidades autónomas en cómplices de sus planes destructivos de la institución universitaria. Pretende que los estudiantes se hagan los locos ante el empobrecimiento continuo e irreversible de los docentes y la conversión progresiva de la Universidad en una escuela de formación de cuadros revolucionarios, donde no se realiza ninguna clase de investigación independiente, ha desaparecido la libertad de cátedra, la libertad de pensamiento, la libre discusión de las ideas, la democracia en todas sus formas, y predomina el pensamiento único de una secta oscurantista que, contra la voluntad mayoritaria del país y en abierta contradicción con la Constitución, persigue imponer el comunismo.
La “educación” de la cual habla ese grupo milenarista es de carácter confesional, similar a la que se impartía en Rusia, China o la España franquista. Igual a la que se suministra en Cuba, luego de más de cincuenta años de fracasos. En realidad ese amasijo de ideas nada se relaciona con la educación, sino con la ideologización para enajenar al estudiantado. Para despojarlo de toda voluntad y sentido crítico del entorno, y convertirlo en el instrumento dócil de una clase gobernante solo interesada en perpetuarse en el poder.
El “derecho a la educación” del que hablan esos farsantes no es tal. Lo que aspiran es degradar el acto de enseñanza, reducirlo a un lavado ideológico, con la finalidad de envilecer a los alumnos para convertirlos en compinches de su estrategia embrutecedora.
La épica batalla de los profesores y estudiantes, el heroísmo de su acción, además de las reivindicaciones salariales y económicas, posee una dimensión ética esencial. Los jóvenes han demostrado que no se mueven como marionetas, ni poseen alma de esquiroles. No ingresaron a la enseñanza superior para traicionar los fines de la educación, en nombre de un “derecho al estudio” tramposo, concebido para someter, no para liberar. Están allí para defender el valor de la educación como acto integral. Lo lograron.
@trinomarquezc