Argelia Ríos: Los límites de la paciencia

Argelia Ríos: Los límites de la paciencia

La nomenclatura bolivariana experimenta una punzante inquietud. Aguijoneada por las protestas en Brasil, ha puesto su mirada sobre la situación interna, para cerciorarse de que todo está bajo control. Hasta ahora, la paciencia de los venezolanos ha favorecido los planes de “la sucesión”, que hoy observa con cuidado las tímidas expresiones del malestar popular causado por la escasez, el desabastecimiento y la inflación. La pretendida campaña contra la corrupción -en la que se muestran como trofeos las detenciones de funcionarios de menor rango- revela que el gobierno es consciente del riesgo al que se enfrenta. Las autoridades saben cuán peligrosa puede ser la coincidencia de una crisis económica con las críticas sobre la falta de transparencia en el manejo de los fondos públicos. En tiempos de recesión, cuando los pueblos sienten presión sobre sus bolsillos y su calidad de vida, la reacción no tarda en producirse. El “chavismo sin Chávez” camina sobre una línea delgada e inestable y se pregunta cuál será el límite de la tolerancia de esta Venezuela que ya no cuenta con la conducción del “comandante supremo”.

El estallido de la burbuja brasileña reconfirma el axioma y plantea una seria advertencia a los nuevos jefes del “proceso” venezolano: la ilusión de armonía creada por el madurismo, con ayuda de la hegemonía comunicacional, puede ser una gran trampa. La censura y la autocensura podrían estar encubriendo un descontento de proporciones importantes. Es habitual que los gobiernos se crean sus propias mentiras y que, en el trajín, pierdan toda capacidad para reconocer el mar de fondo de una decepción en camino a transformarse en amenaza sigilosa. Con 79% de popularidad en el mes de marzo, y unos logros económicos que el mundo reconoce como el “milagro brasileño”, Dilma Rousseff jamás imaginó una interpelación social como la que se le está haciendo. Con un pobre liderazgo interno, Maduro -quien ni siquiera ha conseguido el reconocimiento de algunos factores del PSUV- tiene motivos para preocuparse. Además de las precariedades económicas, Venezuela vive una crisis de expectativas, en la cual está envuelto el propio pueblo revolucionario, que hoy encara a un socialismo de carestías y penurias, muy diferente al modelo de apariencia opulenta proclamado por el Chávez de las “vacas gordas”.

El gobierno bolivariano ha tomado nota de la inesperada situación brasileña. El paro universitario -que no ha conseguido su objetivo, pero sí la solidaridad y comprensión de los venezolanos-, le habla de un país en pleno barajo de sus opiniones: de un país capaz de reconocer la justicia de una protesta, que toma distancia de la ideología y que, al hacerlo, pudiera estar insinuando los límites de su paciencia.





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