A juzgar por el desarrollo de las impugnaciones introducidas por la MUD ante el TSJ, el país democrático necesita prepararse para explorar los escenarios de lucha que le quedan disponibles: al menos todos aquellos que no le representen una aventura involutiva y sin destino. Además de la articulación de la protesta de calle -obligación que ya va siendo ineludible-, a la oposición, gústenos o no, y para cualquier efecto, le corresponderá mejorar al máximo su musculatura electoral. Mientras no ocurra una reacción social que conmueva los cimientos del gobierno, lo que tenemos enfrente es una cadena de desafíos, cuyos eslabones están enlazados en forma dependiente. Las municipales, las parlamentarias y el referendo revocatorio representan una misma ruta: es inútil colocar la mirada en el RR de 2016, si no se abordan las paradas que le anteceden… Hace años, Julio Borges hablaba de caminar y comer chicle: a la MUD le llegó el momento de hacerlo. Necesita espolear a los ciudadanos inconformes y optimizar sus desempeños electorales.
Si el país no se hubiera abstenido en los pasados comicios regionales, la oposición habría contado con más gobernaciones y, sin duda, hubiera acudido a la cita del 14-A en condiciones organizativas muy superiores a las que se dieron. La experiencia debe servir para algo: en adelante, el electorado democrático está obligado a garantizarse una brecha mucho más amplia, que le dificulte al oficialismo aplicar la de Jalisco… Obtener las alcaldías más importantes resulta crucial para la estructuración de las luchas que se avecinan: incluso, para las de la calle. El 8-D calibraremos hasta la viabilidad del referendo revocatorio: nada menos.
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