Tras quince años de suplicio, alguna lección tiene que dejar la historia. ¿Qué nos pasó? Este tipo de análisis puede resultar baladí, porque los árboles incendiándose dificultan contemplar el bosque. Pero de algo estoy seguro. Si no se toma en serio la enfermedad que carcomió el sistema colectivo, el único destino de Venezuela será una tierra seca, donde nada crecerá, salvo monte y culebras.
En 1975 se cambió la concepción de Estado, construyéndose un laberinto maldito donde se encerró el Minotauro asesino, el monstruo que todos estos años se ha devorado las posibilidades de tener una nación sólida. Esa bestia insaciable se puede desmembrar en palabras, y éstas podrían convertirse en lecciones, la escuela de las fórmulas equivocadas, esos sonidos trillados que traen a la memoria personajes como Uslar Pietri y Adriani.
Es un error que el Estado, esa entelequia clientelar con tantos elementos contaminantes, controle el poder de generar riqueza. La capacidad de producir dinero siempre debe tenerla la esfera donde gravitan los individuos, en sus respectivos escenarios particulares. En el caso del petróleo, la premisa debe respetarse con el mayor de los celos, precisamente por el efecto pulverizador que tiene esta industria cuando la fórmula de su empleo es incomprendida.
La Industria de los hidrocarburos debe correr por cuenta de empresas que puedan cotizar en bolsa y se financien en mercados de capitales, rindiendo cuentas de su gerencia a los genuinos dolientes, personas de carne hueso que invierten sus ahorros en la expectativa de un retorno multiplicado.
Nuestro potencial se está quedando enterrado. Es vital prepararnos para el renacimiento, y eso comienza con un debate serio sobre estos asuntos. No subestimemos su importancia.
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