Venezuela se acostumbró al mal gobierno. Nicolás Maduro logró convertir su incompetencia en la moneda diaria del vecino país y, mientras decaen las protestas en su contra y los reclamos por corrupción, el país navega con rumbo al desastre. Peor aún, que la desesperanza es ver cómo se apaga la luz de una oposición desorganizada y errática a la cabeza de Henrique Capriles, incapaz de encauzar la desazón social.
Tres meses de tumbos con el heredero de Hugo Chávez y ya la efervescencia de un cambio histórico se perdió entre la rutina. Monolíticos y represivos los chavistas saben que su muerte como partido empezaría en el momento en el que muestren fracturas y, aunque las divisiones son evidentes, son lo suficientemente hábiles para no mostrarlas en público.
Mientras las movilizaciones democráticas que siguieron a la estrecha victoria de Maduro impactaron a todo el hemisferio, el matoneo desde el ejecutivo y en el legislativo contra las ideas contrarias ha surtido efecto. Se acallan las voces, se apabulla a la crítica y el oficialismo avanza como una aplanadora imparable vociferando y aplaudiendo sus propias torpezas.
Las impugnaciones legales a las elecciones, que estuvieron plagadas de hechos irregulares, parecen ser la única arma de lucha para los contrarios al Partido Socialista Unido de Venezuela, pero en un país donde la larga mano del expresidente desbarajustó los equilibrios institucionales, esperar cualquier resultado desfavorable a Maduro es poco menos que ridículo. Es iluso.
Si en la casa llueve para la oposición, fuera de sus fronteras la tormenta asusta. El estrepitoso escándalo armado por Diosdado Cabello ante la reunión entre Juan Manuel Santos y Capriles, le cerró de tajo las puertas a cualquier tipo de encuentro entre el joven opositor y otro líder latinoamericano. Al menos de manera oficial. Nadie aquí, en este subcontinente sumiso, quiere pelearse con el chabacano de la chequera amplia.
Y la pesadilla para los que desean el cambio en Venezuela no para ahí. El único parlante periodístico ajeno al oficialismo, Globovisión, cayó estrepitosamente en manos del Gran Hermano y la voz se silenció. La oposición es muda ante los alaridos y la propaganda que sale de Miraflores.
Sin voz dentro ni fuera de su tierra, el antichavismo agoniza en su intento de impedirle a Nicolás Maduro que navegue hasta 2017. La costumbre empieza a pesar como un cielo de plomo que aplasta las protestas acéfalas. La misma historia que vemos desde 1999 de una oposición política incapaz de traducir en hechos el deseo de una parte importante del país. En la política, como en la vida, la rutina corroe los engranajes que estuvieron dispuestos a mover el cambio y mientras todo sigue igual, los que están en el poder se aseguran que esa modorra se mantenga invariable. Que nada cambie para ellos mientras todo empeora para el resto.
Publicado originalmente en el diario El Colombiano (Medellín)