Susana Relaño, madrileña de 46 años, levanta un poco la falda y enseña unos pequeños arañazos en la pierna. Los muestra casi con vergüenza, explica, por haber salido ilesa del mismo tren en el que otras 78 personas perdieron la vida. Se mira y se remira las manos, los brazos… con incredulidad. “¡Es que no tengo nada!”.
Era la una de la tarde cuando este viernes cruzó las puertas del hospital La Rosaleda, de Santiago, dada de alta, después de que los médicos hicieran pruebas para confirmar el milagro: que había salido ilesa, que no había, tampoco, lesiones internas. Nada en su aspecto revela su condición de superviviente. Solo su bolso, lleno de manchas de sangre de otras personas, habla de dónde estaba el miércoles a las 20.45, cuando envió el siguiente mensaje de Whatsapp a su marido: “Accidente. Ni sé si saldré. Me ahogo. Aplastada”.
Arcadio, el hombre que recibió aquel terrible mensaje, enseña las estremecedoras líneas en su móvil y mira a su mujer con ternura, sin creerse todavía la suerte que han tenido. Su sonrisa desaparece cuando recuerda cómo fueron los cinco minutos más largos de su vida: “Yo la esperaba en la estación de A Coruña cuando me llegó el mensaje. Fui corriendo a hablar con los de la estación y dijeron que no sabían nada de ningún accidente. Y entonces, a las 20.50, me entró otro Whatsapp: ‘Estoy a salvo”.
Susana volvía de Madrid, del funeral de su madrina, en el octavo vagón del tren siniestrado. Cuenta que no es capaz de decir si iba muy rápido porque en el momento del accidente estaba entretenida. “Cuando descarrilamos iba hablando con un niño de dos años que viajaba con su madre. Entonces me cayeron maletas y gente encima. Lo primero que recuerdo después del accidente son los gritos y la sangre. Todo el mundo chorreaba sangre. La madre del niño gritaba sin parar ‘¿Dónde está mi hijo? ¿Dónde está mi hijo?’ No sé qué habrá sido de él. Espero que se haya salvado”, relata a EL PAÍS.
“Me quité brazos y piernas de encima y le escribí el mensaje a mi marido”, explica. “Salí del tren sola, antes de que llegaran los servicios de emergencia, y me evacuaron enseguida”, cuenta Susana, aliviada por haber visto menos espanto del que habla el personal de emergencias en las horas siguientes al siniestro, cuando de los vagones ya no salían heridos, sino solo víctimas mortales. “Se quedó conmigo una chica de Angrois, Vanessa, que me tranquilizó muchísimo. Le estoy muy agradecida”.
Fue una de las primeras pasajeras del tren siniestrado en llegar al hospital de La Rosaleda. Entonces no se hacía aún idea de la magnitud de la tragedia y de la suerte que había tenido. De lo afortunada que había sido ella misma o la pareja de ancianos de los que recuerda haberse despedido poco antes del accidente, en la parada de Ourense “Hasta luego, que tenga buen viaje’, dijeron”.
“He vuelto a nacer. Viendo después lo que ha pasado, las heridas que tiene la gente, las fotos, y todos los fallecidos que ha habido, te sientes hasta mal de haber salido tan bien. Tengo un ángel de la guarda”, relata.
Artículo completo: ElPaís.es