La imagen frontal de Marc Palanqués Serra, vecino de El Far d’Empordà, que ahora tiene 11 años, siempre ha sido desigual, asimétrica, un detalle que él soslayó dejándose crecer el pelo hasta los hombros. Hasta hace algo más de un mes, fue un melenudo. Nació sin la oreja derecha, una rareza que los médicos denominan microtia y afecta a uno de cada 15.000 recién nacidos. Siendo bebé, Marc motivaba la curiosidad del vecindario. «Al principio fue duro -relata su padre, Jordi-. Vivíamos en un barrio de Barcelona y había mucha curiosidad. Chafardería. Cuando salíamos a pasear nos paraban por la calle, se acercaban y le giraban la cabeza para ver cómo era: todos lo sabían». La oreja derecha de Marc no se había desarrollado durante la gestación -habitualmente se forma entre las semanas siete y ocho del embarazo-, y tampoco disponía de oído medio y conducto auditivo, el enlace que conecta con el cerebro y permite oír. En el lugar que hubiera debido ocupar la oreja había un pequeño lóbulo externo, del tamaño de un haba, que en absoluto cumplía la función estética de un pabellón auditivo.
Sus padres, Laura y Jordi, no sabían qué hacer. No conocían a nadie que estuviera en una situación similar, y su pediatra tampoco. Quiso el azar que, estando en un bar cuando Marc tenía unos seis meses, Jordi entablara conversación con una mujer que sabía que una doctora francesa, Françoise Firmin, resolvía la ausencia congénita de las orejas. Aquello tenía solución. Vieron el cielo abierto. Investigando, descubrieron que un cirujano plástico pediátrico del Hospital de Sant Joan de Déu, de Esplugues, el doctor Francisco Parri, empezaba a reconstruir orejas en niños españoles que sufrían microtia (de micro otia, pequeña oreja).
El pasado julio, 11 años después de aquel inicio, Marc fue dado de alta en el Sant Joan de Déu de una intervención quirúrgica que se inició hace un año, cuando tenía 10, gracias a la cual, por primera vez en su vida, puede presentarse ante el mundo con dos orejas, aunque solo una le permite oír. Se ha cortado la melena y dice que nunca más permitirá que el pelo le tape media cara.
UN TAMAÑO ADULTO
Los 11 años transcurridos son inevitables para los niños que nacen sin una o las dos orejas. Así se lo explicó el doctor Parri a Jordi y Laura el día que acudieron en busca de ayuda, siendo Marc un bebé. El tratamiento quirúrgico de la microtia no puede plantearse hasta que el niño cumple 10 años, edad en que la oreja humana alcanza un tamaño adulto. La intervención, compleja y lenta -dura dos años— se inicia extrayendo un tramo de costilla falsa del niño, la parte cartilaginosa de las costillas, un tejido de consistencia similar al que da forma al pabellón auditivo. Con ese cartílago, minuciosamente manipulado, el cirujano compone una oreja de las dimensiones morfológicas que corresponden al pequeño paciente, y la inserta -plana, enganchada al cráneo- en el punto donde debió estar el órgano ausente. «Atinar con ese punto no es sencillo», advierte Parri. Después, es preciso esperar un mínimo de 12 meses, hasta comprobar que la oreja se ha implantado. Cuando esto ocurre, el cirujano la separa de un extremo, y la parte que se puede doblar con los dedos queda sujeta solo en su base, como todas las orejas humanas. Así ha sucedido con la de Marc.
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