Pedro Carmona Estanga: Dolor de Patria

Pedro Carmona Estanga: Dolor de Patria

El título escogido para estas reflexiones, después de meses de silencio en el Blog, refleja el estado de ánimo que me embarga, al igual que a tantos compatriotas. Mi último escrito fue en la Navidad de 2012, transcurridos ya los procesos electorales de octubre y diciembre, en los cuales se consumaron múltiples irregularidades, abuso de poder e intimidaciones, sobre cuyas bases el régimen chavista se aferra al poder sin miramientos.

Es mucha el agua que ha corrido debajo del puente en lo que va del 2013. A la muerte de Chávez, Maduro, sucesor por gracia de su testamento político y de la voluntad de los hermanos Castro, se impuso en los comicios del 14 de abril, no solo con manipulaciones y la complicidad del CNE, sino con un abierto ventajismo en el manejo de los recursos públicos y el peso del aparato del Estado. La impugnación interpuesta por Henrique Capriles fue desestimada por un Tribunal Supremo de Justicia abyecto al oficialismo, evidenciando ante el mundo y Unasur, entidad que fue engañada, que en Venezuela no existen ni resquicios de equilibrio de poderes. A Capriles solo le queda ahora la opción de las instancias internacionales, pese a su dudosa independencia y viabilidad.

 

Muchos analistas han comentado el pobre balance de los primeros 100 días de gobierno de Maduro. Pocas palabras bastan: más restricciones a la libertad de información y toma de medios, entre ellos Globovision, dejando un gran vacío de opinión; el endiosamiento del caudillo fallecido para construir un mito imprescindible para afianzarse en el poder y ocultar las limitaciones del “hijo de Chávez”; el inocultable fracaso económico, legado del difunto, quien dejó en manos de Maduro una bomba de tiempo, ahora agravada por la incapacidad del régimen. Así, la inflación superará en 2013 el 40% (60% para alimentos); el desabastecimiento bate records históricos (20%), con paliativos a través de irracionales niveles de importación que favorecen a países “aliados” y a círculos de corrupción; la saturación de la capacidad de endeudamiento público; las propiedades en manos del Estado causan cuantiosas pérdidas fiscales, al igual que absurdos subsidios a combustibles, alimentos y servicios, en tanto que la política cambiaria constituye el cuello de botella que castiga al sector productivo y afecta la calidad de vida de los venezolanos.

 





Las frenéticas expropiaciones impulsadas por Chávez han hecho más vulnerable al país por la dependencia de las importaciones, con lo cual se genera empleo en otros países, no en Venezuela, y se desvían divisas que contribuirían al desarrollo nacional, sin contar las generosas dádivas que se otorgan con fines de proselitismo político al nivel nacional e internacional, contrastando con el pésimo estado de la infraestructura, la ausencia de obras públicas, y el deterioro de escuelas, hospitales y de la seguridad ciudadana.

 

Se anuncia un Plan Patria Segura contra la inseguridad, pero ocurren 70 asesinatos diarios, pues se armó al pueblo, a “malandros”, a bandas de motorizados, y se estimuló desde el propio gobierno una injustificable impunidad, caos carcelario y anarquización. Se anuncia además lucha contra la corrupción, pero apenas se investiga a pocos e insignificantes chivos expiatorios. Es sabido que en Venezuela no se mueve una hoja sin que medien “mordidas” y jugosas comisiones. ¿Hay dinero en las calles y nuevos ricos?: desde luego. Los “boliburgueses” y funcionarios públicos atesoran fortunas que se trasladan a cuentas en el secretísimo sistema financiero cubano-chino, o algunos más audaces, en el de occidente. El nepotismo continúa, con la boda entre el Presidente y la Procuradora, un hecho institucional sin precedentes. Además del daño al patrimonio, se manejan billones de dólares a través de fondos discrecionales, sin rendición de cuentas ni control político. Como dirigente gremial que fui, distingo también en el sector privado entre empresarios con principios, valores, arraigo y responsabilidad social, y negociantes, que abrevan en las fuentes del gobierno, compartiendo la riqueza con altos funcionarios del régimen.

 

De otra parte, irrita las fibras de la nacionalidad ver al país cubanizado, alienado en su soberanía a cambio de apoyos políticos y estratégicos necesarios para afianzar al régimen e irradiar la ideología castro comunista. Un gobierno que se entrega sin rubor a otra nación cediendo manejo estratégico, y que es controlado por fuerzas invasoras, no puede declararse independiente. El caso venezolano es pues único en la historia universal: el país fuerte financia al más débil para que lo domine, entregándole en aras de apoyo y un proyecto ideológico, los más sagrados valores de la nacionalidad. El espectáculo del pasado 26 de julio en Cuba, de Maduro rodeado del alto mando militar rindiendo pleitesía a los hermanos Castro y a la revolución de ese país es lesivo, como lo es el papel del siniestro G-2 cubano en los cuerpos de seguridad e inteligencia del Estado venezolano y en la Fuerza Armada.

 

Leía hace pocos días un escrito del actor Miguel Ángel Landa que me conmovió, en el cual relata su desconcierto ante una Venezuela destruida y arrebatada. Dice Landa:

 

“No tengo idea en donde estoy ni para donde voy. Las que fueron mis referencias para ubicarme en Venezuela han desaparecido. Es como volar en la niebla sin radio y sin instrumentos. Nací y crecí en Caracas pero ya no soy caraqueño: no me encuentro a mí mismo en este lugar convertido hoy en relleno sanitario y manicomio, poblado por sujetos extraños, impredecibles, sin taxonomía. A lo largo de mi vida recorrí casi todo el país, lo sentí, lo incorporé a mi ser, me hice parte de él. Hoy no lo reconozco, no lo encuentro.

 

El extranjero soy yo. Ocho generaciones de antepasados venezolanos no me ayudan a sentirme en casa. Nos cambiaron la comida, los olores de nuestra tierra, los recuerdos, los sonidos, las costumbres sociales, los nombres de las cosas, los horarios, nuestras palabras, nuestras caras y expresiones, nuestros chistes, nuestra forma de vivir el amor, los negocios, la parranda, o la amistad. Forzosamente nuestro cerebro y nuestro metabolismo se fueron al carajo, ese ignoto lugar carente de coordenadas. Hoy somos zombis, ajenos a todo, letras sin libros, biografías de nadie. Nos quedamos sin identidad y sin pertenencia. Una forma muy ocurrente de expatriarte: en lugar de botarte a ti del país, botaron al país y te dejaron a ti. Hoy Venezuela agoniza en algún exilio, pero no en un exilio geográfico. No, Venezuela se extingue aceleradamente en un exilio de antimateria, sin tiempo ni espacio. Cualquiera sea el intersticio cuántico en donde se desvanece Venezuela, no podremos llegar a él. El país desapareció de la memoria de las cosas universales; no existen unidades o instrumentos capaces de medir su extraña ausencia. No hay un cadáver que sepultar, ni sombra, huella, o testamento que atestigüen una muerte. Todo se perdió en un críptico agujero negro”.

 

Qué desgarradores sentimientos, comunes a muchos que sienten el predominio del poder por el poder, de una ideología foránea, de poderosos intereses internacionales y de antivalores, por encima de los principios que deberían inspirar a gobernantes con visión de estadistas, cuyo deber es aglutinar y construir, en lugar de fracturar y destruir.

 

El desdén hacia la legalidad se acentúa, junto al abuso infinito de poder y la tendencia a confundir el patrimonio público con el personal (véase el reciente relato sobre la familia Chávez haciendo uso de la residencia presidencial de La Casona, patrimonio de la nación, con costos para el Estado). No habrá en el país salida electoral mientras prevalezca el afán oficialista de jugársela con todo, aún con fraudes, para perpetuarse en el poder. Pero es también triste la resignación de muchos venezolanos frente al estado de cosas imperante, con unos márgenes de indiferencia que acentúan el dolor de patria.

 

En el extranjero se nos pregunta si Venezuela es un país de atavismos dictatoriales y de frágiles valores institucionales, y si la bota militarista y la represión son la constante, y por excepción, breves períodos democráticos. Me niego a aceptarlo. Albergo la fe en que más temprano que tarde, los venezolanos harán frente mediante resistencia no violenta a una dictadura incapaz, que no respeta los derechos fundamentales (ni siquiera el de los exiliados a disponer de documentos de identidad), como tampoco el derecho a la legítima defensa y al debido proceso, ejemplo de lo cual son los casos emblemáticos de la juez Afiuni, de Peña Esclusa, Álvarez Paz, Simmonovis y del propio General Baduel, víctima del monstruo que contribuyó a crear, así como de tantos valientes luchadores estudiantiles que han experimentado una brutal represión por defender la libertad de los presos políticos o la autonomía universitaria, a la cual se busca doblegar mediante la asfixia presupuestaria. Dolor de patria no debe significar claudicación. Los venezolanos tenemos el derecho inalienable de defender la libertad, la democracia, la tolerancia, el pluralismo ideológico, la institucionalidad, el derecho al desarrollo, a vivir en una patria que es de todos, y a una política internacional que interprete los intereses nacionales, para lo cual debemos mantenernos activos en la lucha no violenta por el futuro mejor que merece nuestra sufrida patria. Aunque el régimen declina en encuestas ante la demostración fehaciente de su incapacidad, el pueblo tiene la última palabra.

“Para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios”