Durante las últimas semanas he tenido que responder a periodistas e investigadores extranjeros sobre el modelo político está viviendo Venezuela. Normalmente la gente espera que uno encasille su respuesta y se quede en los modelos tradicionales de dictadura o democracia. Algunos han asomado la posibilidad de una dicta-blanda.
Describir el sistema político venezolano pasa, necesariamente, por repetir que somos un país petrolero. Eso significa que las clases políticas venezolanos han contado con un recurso que lejos de servir para impulsar nuestro desarrollo e independencia de modelos rentistas, nos ha hundido en el pantano del estatismo, de vivir parasitariamente del negocio del oro negro y de alejarnos de toda posibilidad de progreso que dependa de otras fuentes alternativas de financiamiento.
Quienes nos gobiernan se atribuyen el calificativo de revolucionarios. En realidad, no han hecho más que repetir los errores del pasado. Meterse en todas las actividades de la sociedad y contaminarlas con la arrogancia y prepotencia del nuevo rico. Las clases políticas venezolanas siempre han sentido un cierto desprecio por el conocimiento, por la técnica, por la forma correcta de manejar los asuntos públicos. La que actualmente nos gobierno no es diferente en ese sentido.
Eso explica por qué la delincuencia se ha enseñoreado en nuestro país. Todas las políticas para combatir la criminalidad se han centrado en crear policías. Poco se ha hecho en fomentar la educación para promover el ascenso social y disminuir el pasivo social que se va incrementando cada vez que un joven abandona la escuela. La educación no ha sido prioridad para ningún gobierno y mucho menos para el actual. La mejor prueba de ello es que cada vez menos personas quieren dedicarse a la muy mal pagada profesión de educador. Al punto de que hay universidades en las que las escuelas de educación quedan con cupos disponibles.
Este ejemplo nos lleva a retomar el reto de tratar de describir que tipo de gobierno tenemos actualmente. Debemos destacar que ha creado su propio discurso. Un discurso muy pobre plagado de simples etiquetas sin significado. De ahí que el léxico oficial este lleno de descalificaciones que en sí mismas son violaciones a la constitución. Básicamente porque en un mundo civilizado no se espera que un servidor público, el presidente por ejemplo, se desparrame en insultos contra aquella parte de la población que no comparte su forma de pensar. Por aquello de servidor público, digo. De una persona que llegó a ese cargo por un proceso electoral. Es decir, una persona cuyo ejercicio del cargo le obliga a respetar a quienes lo designó y tienen el poder de revocarlo. Si eso se le exige al presidente, es de obligatorio cumplimiento para sus ministros, que al final no son más que empleados públicos.
Otra característica de esta administración es el inmenso esfuerzo mediático de disfrazar la realidad. Y es así que ahora, este gobierno, que es continuación del que ha dilapidado una fortuna incalculable, se declara en lucha contra la corrupción. Pero no contra los magnates chavistas. Contra funcionario de bajo nivel, contra miembros de la oposición que no administran recursos públicos. ¿Para qué? Para intentar vanamente esconder los problemas que acogotan a los venezolanos por culpa de un modelo que, más rentista que nunca antes, ha vuelto papilla la calidad de vida de los venezolanos.
Y es porque piensan que tener grandes reservas petroleras da para todo. Y han hipotecado el futuro de varias generaciones. Lo peor, no han hecho nada que valga la pena ser mencionado y que aunque sea de lejos justifique los dineros que se han birlado.
Lo peor de todo, en mi opinión, es un gobierno sin futuro. Sus referencias son permanentemente al pasado. A supuestas glorias que no se traducen en planes para sacar al país del hueco donde lo metieron gracias a sus malas políticas. Son una clase política que puede ser clasificada solamente como primitiva. Visión de pasado, voraces depredadores de los recursos con los que cuenta el país. Ningún compromiso con el pueblo ni con los venezolanos que deberán asumir en unos años las riendas de un país hecho añicos desde el punto de vista económico y maleado desde el punto de vista ético.
Esto no es más que un festín de unos seres del pasado que tomaron el poder por asalto. No se sienten con el compromiso de rendirle cuentas a nadie. Piensan que pueden manejar el país a su conveniencia que ni siquiera es política sino pecuniaria. Esta parranda está por acabarse. Será el pueblo desengañado el que pase factura.
La mentira, herramienta oficial del gobierno, no podrá seguir escondiendo la triste realidad de lo que estamos viviendo. Unas personas sin escrúpulos de ningún tipo tienen la intención de seguir viviendo del erario público y sometiendo a los venezolanos a todo tipo de dificultades y atrasos.
No hay que llamarse a engaños. Venezuela está hoy mucho peor de lo estaba en 1998. Esta gente que finge gobernar no tiene ni la más mínima idea de lo que debe hacer. La ruta que les queda es la de enfrentar una conflictividad sin precedentes que ya se observa en nuestras calles.
Esto es una comiquita. En remedo de gobierno. Unos malandrines que juegan a ser señores y a desempeñar cargos cuyos objetivos y funciones desconocen. Hay poco que esperar de esta ópera bufa dirigida desde las Antillas por unos ancianos cuyas mentes no han logrado traspasar la para ellos insalvable barrera del siglo XXI.