Ando atragantado con una opinión que pugna por salir de mi teclado, aunque sé que no me conviene expresarla en este momento. Mas no debo traicionar el propósito que me dicté hace 15 años, de no escamotear mi voz ante cualquier iniquidad o injusticia de la que sea testigo; debo dormir cada noche, y callar sobre esto me lo impedirá. Se aviene esta introducción al caso de la película “Bolívar, el hombre de las dificultades”, patrocinada por el gobierno nacional bajo la dirección de Luis Alberto Lamata y cuya distribución nacional ha sido objeto de un inusitado despliegue de todo el poder del Estado, frente a presuntas agresiones y saboteos del sector comercializador de películas en el país.
Resulta que el cineasta Luis Alberto Lamata, quien jamás levantó un dedo para defender al cine nacional en su conjunto ni para ejercer los engorrosos esfuerzos gremiales que han sido necesarios para llevar a nuestro cine a la favorable situación que hoy disfruta, cada vez que se va a estrenar una de las películas que con sorprendente frecuencia le encargan el gobierno y la Villa del Cine se erige en feroz denunciador de la iniquidades de distribuidores y exhibidores: “que no le dan suficientes cines, que las condiciones de proyección lo perjudican, que hay un sórdido plan contra él y su obra, etc.”
En el caso de “Bolívar…”, el niño consentido del gobierno bolivariano ha encontrado aliados que ningún cineasta soñaría con tener: desde el presidente de la República, pasando por el llamado Sistema Bolivariano de Comunicación e Información (SIBCI), los centenares de medios “públicos” y pro-gobierno, hasta los muy pertinentes CNAC y Villa del Cine, han tocado clarines de batalla, zafarrancho de combate, para romper lanzas en defensa del honor mancillado del cine nacional. Tanto aspaviento para torcerle el brazo a Cines Unidos y lograr que le otorguen al niño Lamata las salas de cines que él reclama para su película. Finalmente le dieron una sala en el Sambil Caracas, templo del capitalismo salvaje, cuya ausencia en la programación del “Bolívar” constituía –según el cineasta y sus seconds del gobierno- una auténtica afrenta contra el cine nacional y contra el propio padre de la Patria. Porque, además de los dos próceres revolucionarios presentes en la película -Lamata y Roque Valero- en ella se encuentra, no por casualidad, el prócer mayor de la República.
Como algo conozco de este negocio, déjenme decirles que quizás ninguna película venezolana ha tenido la programación de este Bolívar encargado por el gobierno a Lamata. Ya quisiéramos todos disponer para el estreno de nuestras obras en Caracas de salas en los complejos Líder, Millenium, San Ignacio, Tolón, El Recreo y otras hasta completar 10 en la capital, más 30 en el interior del país. Ah, pero ¡infamia!, al niño le faltó el Sambil, ¡se lo negaron los agentes del imperio y de Hollywood! Y para colmo, un torvo saboteador de la CIA echó a perder el proyector de una sala del Líder, impidiendo que el mensaje bolivariano llegara a los espectadores de esa función.
Los cineastas venezolanos hemos visto cómo nuestra actividad crece en cantidad y profesionalismo (aunque aun poco en validez artística), a base de un esfuerzo sostenido, con el precioso apoyo del CNAC, de nuestra Ley de Cine y de nuestros gremios. La difusión de las películas nacionales es un complejo proceso en el que convivimos con el sector de la distribución y la exhibición. Una relación en la que abundan los forcejeos, desencuentros, quejas y descontentos. Pero hemos aprendido que necesitamos al sector comercializador y comprendido que ellos poseen un legítimo interés comercial, el cual deben compaginar con el nuestro como productores nacionales y el del público de ver su imagen y sus temas en las pantallas endógenas. Para ello es invalorable el apoyo del CNAC, unas veces para ejercer presión en nuestro favor y otras como un útil factor mediador entre las partes.
El sector comercializador, cuyo negocio principal –el que literalmente mantiene abiertas las salas- es indudablemente la exhibición de películas extranjeras (y principalmente norteamericanas), también ha aprendido a convivir con nuestras películas y con nosotros como contraparte. Es innegable que para ellos el cine nacional representa sacrificios financieros concretos y específicos, en una marcha cuyo propósito es establecer a las obras nacionales como un producto rentable y fuerte, que al cabo resulte apetecible para distribuidores y exhibidores. En ello hemos avanzado los últimos años y esperamos hacerlo con mayor celeridad.
En fin, resulta enojoso e inconveniente que a estas alturas se genere un conflicto de este tamaño, por una película que ha tenido un lanzamiento de lujo y cuyos contratiempos son los normales que sufren otras películas nacionales y también extranjeras. El señor Lamata debe aprender a administrar el enorme poder que le confiere ser el ejecutor predilecto de los encargos cinematográficos del gobierno bolivariano.
Un cliente que, por cierto, muy pocos le envidiamos. Porque no es muy confortable la situación artística a la que ha devenido Lamata. Las frecuentes películas que el gobierno le encarga abultan su curriculum y quizás su patrimonio, al precio de convertirse, de un prometedor autor cinematográfico en un artesano ejecutor de las ideas y proyectos de un poder que suele derretir a quienes se le someten con obsecuencia.
@Turgelles