La obesidad disminuye las ganas en la cama, y las más afectadas, claro está, son las mujeres.
Hay que reconocer que en parte esa apatía parece desprenderse del temor que sentimos al ver que los gorditos que ocultamos bajo las fajas se expanden sobre las sábanas. Es más, para evitarlo, apagamos la luz, nos desvestimos a medias y estamos más pendientes de meter la panza que de disfrutar. No obstante, el asunto va más allá.
Resulta que tener demasiados kilos de más altera en las mujeres los ciclos de ovulación y, de paso, la cantidad de hormonas que circulan por nuestro cuerpo, tan necesarias para convertir, de un vistazo, a sapos en príncipes y hasta para ver en el boticario a un arrollador semental.
De igual forma, un cuerpo muy rollizo disminuye la capacidad para respirar, lo que hace que tengamos menos oxígeno en el cuerpo; cuando eso pasa, el gas carbónico invade hasta el cerebro y ocasiona que lo último que queramos en el mundo sea acostarnos con alguien.
Y no lo digo yo, sino los magos autores de muchas investigaciones, entre las que se cuenta una hecha por la Academia Mexicana para el Estudio de la Obesidad. Sugieren que los señores barrigones corren el riesgo de fabricar menos espermatozoides y de disponer de menos testosterona libre, ese combustible que le mueve y le eleva las ganas hasta al más abstemio de los líderes ascetas.
Leer más: El tiempo.com