En su obra Las Leyes, Cicerón se propone indagar “el fundamento universal de las leyes y del Derecho (…), derivándolo de la naturaleza del hombre”. Muestra que la Constitución jurídica de una República, que es la forma de gobierno en la cual son posibles la virtud y la felicidad humanas, ha de estar asentada en un orden de justicia anterior válido para todos los hombres de todos los tiempos: la ley de la naturaleza. De este razonamiento deriva su distinción entre ius y lex. Por ius entiende el derecho civil, es decir, lo jurídico-positivo en la ciudad correspondiente a circunstancias concretas de espacio y tiempo. Por lex, en cambio, concibe a la ley natural con perenne vigencia por ser “perpetua, suma y verdadera”. El orden político, por tanto, ha de ser articulado en torno a la auténtica justicia. Y para que ello sea posible las leyes positivas (ius civile) deben reconocer e incorporar contenidos propios de la ley natural (lex naturae). De lo contrario no se reverenciaría la naturaleza humana y se le haría violencia al hombre.
Es oportuno reflexionar sobre este corpus de pensamiento ciceroniano en la Venezuela de la revolución bolivariana. Uno de los mayores desgarros de nuestra vida política es el divorcio entre las leyes positivas que hoy sostienen al régimen totalitario encabezado por Nicolás Maduro y el contenido de ley natural que hemos de aspirar rija la vida común de los venezolanos. La vocación de dominación total del régimen hace que las leyes positivas de nuestros días, incluyendo la Constitución, no solo luzcan como realidades meramente formales, sino que no encuentran ningún compromiso moral por parte de los gobernantes que las avale en justicia. Por eso es imposible reverenciar la naturaleza humana y por eso se nos hace violencia a los venezolanos al hacernos vivir bajo el imperio de leyes animadas por un espíritu de injusticia.
Piénsese, por ejemplo, en las violaciones del derecho a la vida. Piénsese en el irrespeto continuo del derecho de propiedad. Piénsese en la sistemática torcedura de los principios jurídicos, entre ellos los constitucionales, por fines de poder. Y piénsese, en general, en todo intento legalista a partir del cual el régimen bolivariano pretende dominar las consciencias de los venezolanos. Cada una de estas situaciones representa trasgresiones de la ley natural, rupturas entre el derecho positivo (ius civile) y el derecho natural (lex naturae). Develan la injusticia inherente y esencial de un régimen como el que detenta el poder en Venezuela. Por eso es tan importante que la consciencia política bien formada de los venezolanos, especialmente la de la dirigencia de oposición, sepa distinguir con Cicerón lo que es simplemente legal o formal de lo que es en sí mismo injusto. Se trata de una sabiduría práctica que ha sido tan útil en la historia de la humanidad para desnudar la maldad intrínseca de las tiranías, para no obedecer ni someterse a mandatos que no obligan en consciencia y para derrotar toda forma de injusticia política.
Venezuela vive dolores de parto. Pero también vive momentos de esperanza. Se nos está abriendo la posibilidad de despojar del poder a la revolución bolivariana y de purificar nuestra política. Y dentro de esa purificación se halla, precisamente, el volver a unir ius y lex en nuestra convivencia cívica.
Secretario Nacional de Doctrina de Primero Justicia
Presidente de la Fundación Caracas Mía
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