El escandaloso “caso Globovisión” -desde donde viejos políticos de oficio diestros en “ires y venires” presumen de catedráticos de un periodismo inmaculado y libre de “intereses particulares”- está minimizando la dimensión del fenómeno. Lo que está ocurriendo trasciende por mucho al infortunio de los colegas y televidentes del canal, a quienes el gobierno ha sacrificado con la colaboración de una variada gama de vanidades festejadas, prestas para transgredir el verdadero significado del “bien común” y para matizar el drama del autoritarismo que ahoga a Venezuela. En esa escala conviven esos vivísimos activistas devenidos en bobalicones ejecutantes de una tal “neutralidad despolarizante”, junto a sofistas de mal empaque, empeñados en inventar teorías sobrevenidas acerca del rol de la prensa en democracia. También coinciden allí los solícitos auxiliares de la movida financiera bolivariana, cuyos exponentes se han labrado un rico mundo de relaciones, útiles en el lavado de sus reputaciones, además de otros tantos figurines hábiles en el arte de las relaciones públicas… La reveladora situación ha sido tan impúdica que ha apagado el eco de las graves censuras que tienen lugar en los territorios endógenos del “proceso”.
La proliferación de denuncias sobre el silenciamiento de las voces bolivarianas que cuestionan la gestión de Maduro describe la avanzada. No se les perdona que exijan la identificación de las empresas de maletín beneficiadas por el Sitme con el indebido otorgamiento de $20.000 millones, ni mucho menos las sospechas deslizadas con inquietud sobre el avance de los modos -precisamente “fascistas”- con los cuales el “heredero” intenta ocupar los sagrarios del “proyecto”. Algo malo está pasando cuando la misma revolución desenchufa a sus más perseverantes y leales defensores.
Argelia.rios@gmail.com / @Argeliarios