Si han faltado estímulos a las exportaciones y una política decidida para su fomento, han sobrado los incentivos a las importaciones. El profesor Jorge Giordani, la persona que más peso ha tenido en la toma de decisiones en la historia de Venezuela ha sido un impulsor abierto de la política de convertir los puertos de Venezuela en el centro de la economía nacional, no para exportar, sino para importar. La tesis del ministro Giordani tiene dos vertientes. La primera se sustenta en la creencia de que la economía venezolana está genéticamente imposibilitada de exportar bienes que no sean petróleo y, por tanto, no se debe estimular exportaciones distintas al petróleo. Ello claramente no resiste un análisis histórico sobre el desempeñó de otras economía de América Latina que al remover el sesgo anti exportador que las caracterizaba, se lanzaron a la conquista de los mercados internacionales, como se hace evidente en los caso de Chile, México y Perú, para citar solamente un grupo limitado países. La segunda parte de la tesis del ministro Giordani consiste en que para bajar la inflación se debe fijar el tipo de cambio del bolívar contra el dólar y dejarlo fijo por un tiempo más o menos prolongado, para de esta manera hacer que las importaciones baratas compitan con la producción nacional y así colocar una especie de termocauterio sobre la tendencia alcista de los precios, derivadas de las condiciones locales de la economía. Si la primera vertiente es deficiente conceptual e históricamente hablando, la segunda la refuta de manera contundente el comportamiento reciente de los precios al aumentar estos de manera persistente no obstante la fijación del tipo de cambio.
La política económica que se ha seguido en Venezuela no puede analizarse exclusivamente con el rasero de la teoría económica. Hay que tener cierta imaginación y apelar inclusive hasta a las anédoctas para tratar de descifrar lo que ha pasado en Venezuela con las políticas públicas. Así, a lo largo de 2011 y 2012, Edemée Betancourt quien estuvo a cargo del Ministerio de Comercio sostuvo que la manera más eficaz de bajar la inflación en Venezuela era mediante el aumento de las importaciones, en particular las provenientes de China. Y antes de Betancourt, María Cristina Iglesias quien se ha paseado por varios despachos, incluyendo algunos del área económica en 2007 fue firme partidaria de abrir las importaciones para atenuar las tendencias inflacionarias. El antecedente más lejano que se recuerda de esta tesis fue en 1979, cuando el entonces presidente Luis Herrera Campíns y su primer ministro de Fomento, Manuel Quijada, aplicaron una política de promoción de las importaciones en un contexto de desregulación de precios manteniendo el tipo de cambio fijo con el objeto de evitar que los precios internos se desbordaran, una vez eliminado el control que había aplicado la primera administración de CAP, entre 1974 y 1978.
Si las experiencias de crisis de balanza de pagos que esta política provocó en América Latina no se hubiese documentado, se podría explicar la repetición de estos episodios. Lo cierto es que actualmente Venezuela, de la mano del gobierno, es un importador de bisuterías y bienes que fácilmente se pueden elaborar en el país, y esa situación está evaporando los ingresos petroleros, que bien aplicados hubiesen servidos para aumentar el potencial productivo de la economía. En el gráfico adjunto se documenta la tendencia que muestran las compras de bienes al exterior. Importar no es malo. Lo que si es dañino es propiciarlas con un tipo de cambio subsidiado para destruir las capacidades productivas y el empleo interno.