Gonzalo Himiob Santomé: El salto atrás

Gonzalo Himiob Santomé: El salto atrás

Digamos que tienes un hijo preso en cualquiera de las terribles cárceles de nuestra nación. Llega el día de visita y te enteras de que no puedes verlo porque ha ocurrido un motín en el penal y los muertos, según se lee en internet (eso no sale en las noticias regulares, pues al gobierno no le interesa) ya suman varias decenas. Igual corres a la prisión a ver qué se sabe de tu hijo y luego de dar tumbos de un lado a otro descubres que te lo mataron. Cuando tras varios días de espera logras que por fin te entreguen el cadáver, te encuentras con que fue un tiro de FAL en la nuca el que le quitó la vida.

Pese a que ese tipo de armas sólo puede estar en manos de los custodios externos de la GNB, y aunque todo parece indicar que lo ajusticiaron, ninguna averiguación se abre sobre la muerte de tu hijo. El poder sabe que no murió a manos de otro recluso, sino que fue un efectivo militar el que lo mató a traición, pero por supuesto más le interesa al gobierno protegerse inventando mentiras que castigar a los culpables del asesinato. Según la “verdad oficial” el tumulto en la prisión no tuvo que ver con el retardo procesal, ni con las quejas sobre los abusos de los custodios, sino que fue inducido “desde afuera”, por “los representantes de la derecha traidora y apátrida”. A final de cuentas, al poder no le interesa la verdad, y tu hijo sólo es un número más en una estadística que nadie llega jamás a conocer en realidad. Pese a que tu muchacho estaba preso sólo por un hurto menor, le inventan un cuento sobre su carácter de protagonista de la violencia en el penal, y te quedas al final sólo con eso: Con un cadáver y con una sarta de mentiras a cuestas, nada más.

La Fiscalía y los tribunales callan. Al cabo de unos días te queda claro que no harán nada para castigar al asesino de tu hijo (ya tú sabes quién fue), y hasta te enteras de que lo van a condecorar por sus “heroicas acciones” durante la protesta ¿A dónde irás entonces? ¿Quién se ocupa de que se castigue al Estado y al que mató a tu muchacho?

Imagina que eres la madre de un estudiante universitario al que has criado con mucho esfuerzo, y siempre poniendo el acento en los aspectos críticos y pensantes de su carácter. Un mal día tu vástago sale a protestar contra las erradas políticas del poder, por ejemplo, en materia económica o energética, y no lo vuelves a ver jamás. Lo último que se supo de él es que una comisión del SEBIN se lo llevó luego de la manifestación “para interrogarlo”, pero ni allí, ni en la Fiscalía, ni en los hospitales o en las morgues te dan razón de su paradero. El gobierno, podría ser hasta por boca del propio presidente, explica que “no era -la de tu muchacho- una protesta pacífica”, que los que participaron en ésta eran “terroristas y subversivos”, que la misma no estaba “permisada” y que “como no hay cadáver”, según dicen, no pueden abrir investigación alguna. Pasan los años y las únicas certezas que consigues son la de la dolorosa ausencia de tu hijo y la del silencio del poder. Cada vez que buscas la verdad te amenazan, y lo peor es que la administración de justicia ni siquiera te recibe: “Son órdenes superiores”, te dicen, y hasta allí llega todo ¿Qué harás? ¿Quién escuchará entonces tu voz?

Eres parte de la etnia de los Warao y vives tranquilo, aunque en una extrema pobreza, en las riberas del Delta del Orinoco. De pronto a todos los muchachitos de tu aldea empiezan a pelárseles las manos, comienzan a experimentar taquicardias, debilidad general e incluso algunos terminan por morirse. Las mujeres abortan espontáneamente, o dan a luz infantes con deformaciones, y tú no sabes qué puede estar pasando. Al cabo de un tiempo y luego de que investigas, te encuentras con que el gobierno, para acallar unas protestas de unos mineros que buscaban oro río arriba (y para mantener el “guiso” de muchos altos “potentados” con la minería ilegal) permitió hace ya unos años la explotación del oro en las cuencas del Orinoco, con el uso irresponsable y no sujeto a control alguno de mercurio. Tu gente llevaba mucho tiempo consumiendo agua y pescados contaminados y no lo sabías. Luego de un arduo trabajo, presentas las pruebas a los tribunales y buscas justicia, pero como a muchos en el poder no les interesa perder sus ganancias de sangre, ni que se les reconozca como verdaderos genocidas, tus denuncias quedan engavetadas. El Aidamo de tu ranchería aparece muerto (“a manos del hampa común”, según las autoridades) a poco de haber hecho pública la situación, y desde ese momento todos los demás han decidido callar. Pasan los años y la situación sigue igual ¿Y ahora? ¿A dónde acudes?

Un día, mientras ves orgulloso la foto de tu bella hija en el uniforme de gala de la Academia Militar que guardas en casa, te llaman del “hospitalito” de Fuerte Tiuna, y te dicen que debes ir a buscar a tu muchacha para trasladarla a otro lugar en el que pueda recibir mejor los cuidados intensivos que requiere. Te enteras de que fue víctima de una paliza brutal, seguida de una salvaje violación, a cargo de “sujetos por identificar”. Pasó lo que tanto tú, que la conocías bien, como ella misma, tanto temían: Descubrieron en su batallón que ella era lesbiana, lo cual al menos de la boca para afuera, para muchos de sus superiores (que bastante que la acosaron, sin éxito) “era inaceptable”. Por supuesto nadie habla de las verdaderas causas de las agresiones, nadie se atreve a hacer público su odio absurdo a los homosexuales, ni a evidenciar al mundo su estrechez mental, y la verdad termina oculta tras un breve y sumario procedimiento en el que a ella le dan de baja deshonrosa y no comparece ningún testigo a su favor. “Ella se lo buscó” te dicen, pero nadie vio nada, nadie oyó nada. Ella queda desfigurada, ajada, y jamás vuelve a ser la misma, pero a nadie le interesa que se sepa la verdad. Los tribunales militares y la Fiscalía te cierran sus puertas en la cara y te quedas sin lugar al cual acudir ¿Qué harás entonces?

Nos van a dejar sin posibilidad de lograr justicia afuera cuando acá, por las razones que sea, no sea posible alcanzarla. Estos son sólo unos breves ejemplos, en clave de ficción, de lo que está por ocurrir en nuestra nación cuando se concrete el capricho, primero de Chávez y ahora de Maduro, de sacarnos del Sistema Interamericano de Protección a los DDHH. Será ya, el próximo martes, cuando después de la denuncia de la Convención Americana sobre DDHH en 2012, se cumpla el año de “preaviso” previsto en su Art. 78.

Venezuela, de la mano de quienes saben que en materia de DDHH la deben, y en consecuencia la temen, está por dar un peligrosísimo “salto atrás”, absolutamente inconstitucional por cierto, sin que la ciudadanía, del bando que sea, se percate de la gravedad de lo que esto implica y sin darse cuenta de que cuando el poder viola los derechos humanos, no discrimina. En esta obtusa jugada, el tiempo lo demostrará, perdemos todos.

@HimiobSantome

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