Su voz ya no retumba en el espejo de la ciudad ni volvió por los caminos del Yaracuy. Estará siempre en donde vino, en la sangre de su pueblo. Y tendrá quien le recuerde y le escriba, porque hay un aliento vivo del Apóstol de la Dignidad; su ideal y ejemplo, acción y obra de un yaracuyano inmenso. Escribió en la cárcel;”…la muerte se ha llegado hasta el lecho de un hombre. Le ha mostrado su sonrisa pálida, descarnada. Le ha apretado, convulsa entre sus manos. En el pecho del hombre jadea la vida, como un escape abierto. Se le ensanchan los músculos en la defensa del organismo que se evade.
En los tejidos se abultan bajo la piel y el cerebro, débilmente, sus mensajes En la soledad de este minuto de encuentro con su propia conciencia, con el resto de conocimiento de su propio ser, el hombre ha comenzado a bajar por el pozo de sus recuerdos. Aparecen ante él seres humanos. Vidas rotas, torturadas, agrietadas de exclamaciones y de silencios trágicos. Voces confusas que claman por una gota de agua en el dolor de las noches. Manos que se arrastran por el piso para recoger los desperdicios. Espaldas que se doblan bajo el peso de las torturas. Rostros torvos que se agrupan sobre el manchón de sangre de una víctima. Papeles que se llenan con las confesiones arrancadas por la fuerza. Espectros que se mueven bajo la luz con movimientos torpes. Recodos llenos de sombras de donde surgen de tiempo en tiempo, estertores de pesadilla. Tiene en sus manos el símbolo de toda una etapa de barbarie. Lo hace con júbilo entre sus dedos afilados y se complace en mostrar la furia asesina de su sonrisa…”.
Alberto Ravell nació en San Felipe, Estado Yaracuy el 30 de noviembre de 1901. Su existencia fue azarosa, agitada, útil, la consumía la lucha desde que tenía uso de razón hasta el día de su muerte. La cárcel, torturas y exilios oyaron su cuerpo, pero no sus ideas. Seguía en sus luchas por lo que creía y sentía, nutrido por el palpitar del pueblo en su dolor, por las tragedias y miserias en aquella Venezuela empobrecida lo motivaron a darse íntegramente por la redención de los sufridos. Expulsado fue a parar a México, Trinidad, Cuba, Ecuador, Colombia, Guatemala, EE.U.U . Y otros suelos lejanos. Más de 14 años preso en el Castillo de Puerto Cabello, aislado y solitario, conversando a ratos con las olas que se batían contra las piedras del muro que le reducía la vida. En ese santuario de la muerte leyó a Marx, Lenin, Barbusse y Chejov.Escribio, aprendió idiomas y fundó la primera Universidad Popular de Venezuela y escogió como lema:”Por la cultura me haré un hombre”.
Desde el calabozo escribió a su madre Cleotilde:” Hoy amanecí escribiéndote. Anoche tú hablabas por mi boca. Quiero que mi carta no te haga llorar. Quiero que llegue suavemente hasta ti con un paso callado y que haga su entrada en tu corazón en una hora clara, cuando sea más brillante la mañana o cuando el mar despliegue ante tus ojos toda la sinfonía de colores. Te quiero sonreída, con tus cabellos plateados entre cruzados de hebras de sol, con tus ojos lavados de amargura, linda y fresca como una novia para mi ternura de muchacho grande que ensancha en afirmaciones su espíritu cuando siente enraizada en la entraña de su carne y de su ser. Mañana, mañana es siempre para los hombres que luchamos, la madre siempre alcanzará la plenitud de su instante en la revolución, y ya la tierra no será nuestra enemiga, ni los hombres nos disputaremos ferozmente, uno con los otros, el derecho de vivir. Entonces, y solo entonces, tu vivirás mas cerca de mi espíritu, comprendiendo mis desbordamientos, explicándote el sentido de mis ideas, acogiendo en tu regazo a los hijos venidos de todas partes: blancos, negros o mulatos, en la palpitación creciente de una nueva maternidad, virgen todavía para los hombres de hoy. Tus lágrimas florecen en sonrisas y tus manos cuajadas en fervor con el peso inútil de la plegaria, habrán encontrado por fin a Dios. Mientras llega ese instante que yo vivo para ti, desde el fondo de mi calabozo con una humedad de emoción en las pupilas, te abrazo y beso eternamente. Alberto”. Leyéndolo, conociéndolo en la lejanía del tiempo y por lo que contaba mi padre Nicolás Ojeda Parra, su amigo, lo admiro en la dimensión en que se puede apreciar a un ser humano, incomparable y necesario.
Artículos publicados por Ravell, guardados por un admirador suyo, Roberto Gazzoti Febres, al que nunca vio en persona los transformo en libro y lo hizo llegar a sus manos que leyó poco antes de emprender la ruta eterna. La introducción escrita de puño y letra, por Gazzotti Febres, dice:
“Alberto: Esta, tu propia semilla sembrada por ti en los surcos de la Patria, con mucho trabajo ,penas, angustias, desvelos, ingratitudes, decepciones y hambre, es el fin de todo, hija de tu talento. Yo he venido silencioso , siguiendo peregrinamente tus pasos ,día a día, mes a mes, y año por año, recogiendo tras tu marcha la bendita cosecha de esta siembra; ha sido también con mucho trabajo, un poco de paciencia y una afanadora pasión por conservar lo bueno, instructivo y útil. Son mis deseos que esta fecunda semilla no se pierda para que sea, hoy como mañana, alimento espiritual y brújula enrrumbadora a las presentes y venideras generaciones, para que vean en ellas las huellas de un Alberto Ravell, veterano sembrador, noble, sincero, desinteresado, humilde, pulcro y ampliamente preocupado por las grandes necesidades y bienestar de la Patria. Hoy, un poco cansado en el largo vía-crucis de mi vida rota; viendo como lentas se marchitan las sesenta primaveras y parpadea la lámpara de la esperanza en el supremo equilibrio de la ultima encrucijada, vengo a ofrecerte este libro de humilde trabajo y quien sabe si del ultimo venezolano, aun cuando parezca pequeño delante la Eternidad, para nosotros es y será grande puesto que son astillas de nuestras vidas, en la vida misma de la Eternidad. Es un símbolo de mi aprecio y admiración por tu infatigable y ardua tarea de construir. Poco importa que nuestras caras jamás se hayan visto, pero en cambio nuestras almas, en el cruce de los años, siempre han permanecido unidas en comunión con el sagrado pan de las ideas. Mañana, cuando estemos devolviéndole a la madre tierra lo que un día, de todos los días nos prestara, nuestros hijos no leerán este libro, lo rezaran como se rezan los misales y estoy seguro que encontraran en cada palabra, un dogma y en cada frase un oasis apacible de paz, de fe, de esperanzas y de amor. Te suplico perdonar el travieso escape de mi profunda sinceridad, el escaso manejo de la prosa salpicada muy a menudo por errores ortográficos y la carencia de musas bien nacidas en el amado Cocorote. Solo tu clemencia en mi suplica complace mi deseo en ofrecerte este trabajo, donde encontraras las huellas de mis manos y la sombra de mi espíritu para unirse al tuyo, en dialogo cordial de paz y de bien. Tu hermano espiritual te abraza: Roberto Gazzotti Febres. Caracas Julio l960”.
La tarde del 4 de agosto de 1960, se apago la luz de Alberto Ravell a los 59 años de edad, siendo Senador de la Republica por Yaracuy. Su cuerpo fue velado en capilla ardiente en el Congreso Nacional.´ El diario El Nacional publica:”Falleció Alberto Ravell, eco patente de la conciencia venezolana. Era noche ayer cuando murió un defensor de los descalzos. De los que se arropan a veces con luceros, o con oscuros nubarrones que gruñen hostigados por látigos tronantes. De los que buscan agua para pasar el pan. De los que al meridiano no tienen pan ni agua. Debió nacer en tierra del samarìa. O más lejos junto a una higuera, por los recodos donde Buda ambulo. El destino sin embargo, dio a su gentilicio ámbitos jirajaras y le puso al oído miserias y dolores de su prójimo. Así, cuando espigo en adolescencia, su horizonte lo limitaron las rejas de un presidio. No por felón. No por malvado. El angustiante clamor de sus hermanos lo hizo predicador, el amago feudal lo hizo rebelde. La opresión del ruralismo mandón le reparo cadenas y martirios. Era un veterano del presidio cuando la muchachada del 28 pago entre los barrotes el gesto desafiante. Años pasaron. Murió el tirano. Y el salio a la calle despojado de odios, ajeno de rencores, no mercó en el trastrueque del sufrir. No mostró llagas ni permuto cicatrices. Se fue al encuentro de los descalzos, De los que no tienen mantel, ni camisa dominical, ni almohadas blandas. Dio la mano a la prostituta, al niño abandonado, al pordiosero. Llevo la voz de los desposeídos al Congreso. Y combatió por ellos. En “El Nacional” asoleo los pañales justicieros cuando el diario nació. En la radio fustigo a los poderosos, hasta ayer. Era un eco patente de la conciencia venezolana. Por eso la colectividad lo hizo Senador de los sin nada. Hablamos de Alberto Ravell. Ayer hizo camino hacia la eternidad. El viejo León Tolstoi, desde hace mucho tiempo, le esperaba para dialogar.”.Otros aspectos sobre la vida y obra de este yaracuyano se encuentra en el Libro “Alberto Ravell Apóstol de la Dignidad” (2001) escrito por Domingo Aponte Barrios, Carmen Dudamell y este servidor. *Cronista-Asesor Cley. [email protected]