Me toca escribir sentidamente y apartarme de lo político, si acaso no termino cabalgando una vez más en él. Quiero entrar a lo que Hipólito Taine (rancio positivista francés) resumió en su tratado Filosofía del Arte, como la gran virtud del observador historicista que da con la esencia del ser humano a través de la valoración de la lengua, las ideas y las creencias, quiero decir, de la educación, hábitos, intereses, nivel geográfico, raza, cultura, prosapia y composición del artista.
Deseo compartir con mis lectores -alegremente- La distancia más larga, una película dirigida por la joven cineasta venezolana Claudia Pinto Emperador. No soy crítico de cine, pero si a partir del análisis sugerido por Taine podemos apreciar el derroche costumbrista y fastuoso de nuestro gentilicio y de nuestra geografía expresado en un film, no dudo que esta oferta magistral tendrá su ruta más corta a la consagración. Es una hermosa representación de nuestra tonicidad, de nuestra complejidad-país, y del carácter notable y saliente de lo que nos tocó vivir a una generación. Es la puesta en escena -bien montada y bien pensada- de múltiples temas humanos (hijo, madre, padre, vida, génesis y muerte) que mejor se desanudan, con el perdón.
Tuve el gran privilegio de estar en el estreno mundial de este rodaje en Montreal. Es la primera producción venezolana que logra ópera prima en un festival de cine… A tenor de las lágrimas y aplausos que desató, no es difícil pronosticar una buena taquilla y un merecido reconocimiento como pieza central y semiótica, de las carencias, realidades y arraigos de la venezolanidad, combinadas con nuestra abundancia natural. Magistral contraste bien ejecutado por la actriz catalana Carme Elías, el niño Omar Moya, los jóvenes actores Malena González y Alec Whaite y los veteranos Isabel Rocatti, Iván Tamayo y Marcos Moreno. Guiones sencillos de Claudia Pinto que ponen sobre la mesa el drama de la violencia y la desolación, barnizada por la inocencia de un impúber, la decencia natal y la magia incontenible de la Gran Sabana…Y un privilegio mayor me asistió: Expresarle a garganta quebrada a sus protagonistas, mil gracias por haber traído a esta tierra de hacedores de revoluciones tranquilas (Québec), un trozo de nuestra Venezuela bonita, de lo mejor de nuestro espíritu humano; al decir de Taine: de nuestro “adecuado suelo y clima para florecer cualquier naranjo”.
“El arte no se produce aisladamente… Un artista -a diferencia de un filósofo- no se levanta con una idea, sino con un sentimiento”. Así como Peter Paul Rubens expresó en La Kermersee, el sabor popular flamenco donde las pasiones de los hombres son acordes con la naturaleza y el espíritu de su pueblo, los hacedores de la distancia más larga -consciente o inconscientemente- vencieron la brecha entre la lejanía y la esperanza, entre la miseria y la nobleza… Rubens amplificó los torsos de sus personajes, redondeó sus caderas, arqueó sus lomos, encrespó sus cabellos y encendió las miradas salvajes e insaciables de sus lugareños -entre chillidos, orgías y besos- para consagrar el triunfo más asombroso de la bestialidad humana… Claudia eligió la mirada dulce y profunda de un niño venezolano (Lucas), la calidez de su madre (Sara), la honestidad de un montañés, el corazón de un joven sabanero (Kayemo) y la rigidez de una abuela catalana (Martina) doblegada por la majestuosidad del Roraima y la humildad de su gente, para decretar el triunfo de nuestra belleza. Así, Pinto “coloreó” la esencia de nuestro pueblo, de espíritu opulento y grande, capaz de derrotar cualquier reflujo histórico o grupal.
La distancia más larga nos muestra cómo la obra, amoldando la relación de las partes, deja de manifiesto un sentir-individual y colectivo, que distingue nuestra prosapia. El hábitat, el momento que vive y ofrece su autor, y los gustos que comparte, suma el estado de las costumbres y el estado del espíritu del mismo público que lo contempla. Y el mensaje llega a nosotros como canto armonioso y trascendente, por la generosa interpretación de una época, que aun en momentos tórridos, en tiempos tristes o lúgubres circunstancias, vuelca la fe en Venezuela y en nosotros mismos. La composición logra desaparecer la oscuridad y rescata la luz, al darle sentido evolutivo a nuestra confianza grupal, y restarle espacio a la intemperancia y a la indiferencia. Virtudes de nuestro gentilicio, resumidos por una abuela, un niño y un tepuy, que redimen nuestra barbarie…
Esto es la distancia más larga: la elegancia de un celuloide que hace trascender nuestra plenitud y renacer el amor por un país…Ya lo intentó Simplicio una vez y no lo quisimos ver…
Otro sí: Al tiempo de escribir estas líneas es noticia que la ópera prima de Claudia Pinto Emperador, La distancia larga, obtuvo el premio Glauber Rocha, como mejor película latinoamericana en el festival de Montreal… ¡Bravo! Decíamos es el triunfo de nuestro talento, que alberga como guión, tierra de gracia.
@ovierablanco