Jotavé no da puntadas sin dedal. Esta semana ha dicho que ya no establece diferencias en el seno de la oposición venezolana y que son necesarias “medidas extremas” para encarar este “sórdido tiempo de criminales”. El excanciller desprecia el hecho de que el campo democrático desestime la enésima denuncia sobre un supuesto magnicidio y parece convencido de que Maduro debe responder apelando a una línea aún más dura contra los adversarios de la revolución.
La sugerencia, deslizada en forma de interrogante, ocurre en un momento de elocuente inquietud dentro del Gobierno, donde voces de todos los sectores comienzan a impacientarse por la parálisis en que está envuelta la gestión sucesoral. La tesis del “colapso total” -cuya versión original fue manipulada para desvirtuarla y responsabilizar a los contrarios de la hemiplejia que afecta al aparato estatal- tiene en realidad una indudable procedencia endógena, como puede comprobarse en cualquiera de los sitios empleados frecuentemente por los defensores del “proceso” para expresar sus opiniones.
Desde esos espacios ya es inocultable la intranquilidad, expresada también por el ministro Merentes, en la que tal vez sea una de las pocas declaraciones sinceras que haya producido funcionario alguno en los tres últimos lustros. A su manera, el jefe de las finanzas públicas ha admitido el fracaso económico del proyecto bolivariano, que está colapsando por causa de un peligroso coctel en el cual se mezclan la inflación, la carestía y la ineficiencia endémica de la revolución.
Los tres vértices del fatal triángulo de inestabilidad que amenaza con hundir al barco del “chavismo sin Chávez” proyectan la profundidad de las preocupaciones de Jotavé y de Merentes, así como también las diferencias entre las recetas que se le están prescribiendo a Maduro. Mientras uno dicta una fórmula para atender los desaciertos, el otro insinúa el viejo truco de la hiperpolítica, inventado para poner el acento en el espectáculo grotesco de una suerte de “confrontación final”, destinada, no a buscar la gobernabilidad a partir de una mejora del desempeño, sino a preservar, al costo que sea, e incluso por la vía represiva, el privilegio de controlar el poder.
De ese tenor son las discrepancias en el seno de la revolución, donde todos coinciden en un punto inalterable: el desastre en que se ha convertido el gobierno de Maduro y el peligro real de que los venezolanos, más pronto de lo que imaginamos, lo declaren indefendible e insostenible. Curtido en estas artes, el intuitivo Jotavé luce muy seguro de que estamos llegando al llegadero: a esa hora en la que el orden establecido ya no puede sino sentarse indisimuladamente sobre las bayonetas.