He escuchado de diversas fuentes que el problema de Venezuela no tiene nada que ver con la ideología. Es un grave error pensar así, especialmente si los que lo hacen pretenden ser los conductores de los procesos que marquen el destino nacional. Para abordar el complejo panorama que hoy borra el futuro de este país, es fundamental comprender el efecto pernicioso que ha tenido la ideología en todo lo que nos ha ocurrido. La única explicación que consigo para entender el por qué hemos dilapidado tantas oportunidades providenciales, el cómo teniendo tantos privilegios naturales hoy lucimos como uno de los países más retrasados del planeta, tiene todo que ver con la forma como se concibe la vida, a las personas y al grupo social enmarcado en la comunidad internacional. Mientras no se aborden conceptos idiosincráticos como la libertad individual, la responsabilidad, el trabajo, la importancia del mérito, la ética, la competitividad, y se les dé una orientación elevada y desprejuiciada, continuaremos a la deriva, improvisando las realidades, observando una y otra vez como el tren de la historia pasa por nuestra estación sin detenerse, dejando un polvo que nos cubre como si fuésemos un pueblo de fantasmas. Lo que nos trajo hasta este momento tenebroso que vivimos tiene todo que ver con la ideología. Se fundamenta el error en una concepción equivocada del petróleo, el Estado y la sociedad. Hoy existe un Minotauro jadeante, encerrado en un laberinto maldito llamado Venezuela. Este monstruo no ha hecho otra cosa que engordar y fortalecerse. La única salida que existe, pasa por aniquilar a la bestia y deslastrarnos del laberinto, transformando a la nación en algo coherente, que permita la prosperidad sostenida. Muchos países lo han logrado. Este debe ser el reto.
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