La creación del Estado pasó a ser para ellos la resultante de una conspiración burguesa para expropiar el poder de los más débiles. Las leyes económicas obedecían igualmente a artificios teóricos complejos para enredar a la gente y permitir que los ricos cada día acumulen mayor riqueza. Hasta las creencias religiosas fueron fuertemente cuestionadas, ya que las normas y reglas que mantienen cualquier iglesia, desde la católica hasta la musulmana, podían encubar nichos de libertad individual incompatibles con la noción del pensamiento único, de la única e inequívoca verdad, de la necesidad histórica de tomar y preservar el poder para desde ahí impulsar un mundo nuevo, un nuevo orden y por supuesto un hombre nuevo.
Después de 14 años en el poder, los cambios más evidentes que se presentan en la sociedad venezolana son tres. Por un lado, se da una sustitución de élites en el mando y la conducción del Estado. Los doctores formados en universidades del primer mundo expertas en fabricar prestidigitadores para engañar y someter al pueblo, fueron sustituidos por el pueblo mismo, sin títulos que enrarecieran su conciencia revolucionaria y cargados de valores ideológicos tan poderosos que les imposibilitan ceder a las tentaciones del mercado o del sentido común. Los nuevos burócratas están provistos de un escudo tan poderoso que hará imposible cualquier sumisión ante el legado cultural de occidente. Toda la estructura legal anterior a 1998 debía ser ignorada, destruida y sustituida. Afortunadamente para ellos en el momento de la concepción de una nueva legislación y un “Estado moderno y chavista” aparecieron los sabios cubanos.
El otro cambio significativo se refiere al surgimiento de una nueva élite económica, despectivamente descrita por la mentalidad opositora como “boliburguesía”, pero que en realidad son hombres superiores cargados de un alto compromiso revolucionario, designados en su mayoría por el líder supremo y los miembros del primer anillo, que están obligados a soportar los rigores de usar jets privados de millones de euros para confundir al imperio y poder asestarle un golpe certero cuando se encuentren desprevenidos comprando en algún mall mayamero. Esta élite económica ha sido una auténtica vanguardia sacrificada por la patria y que cada día esperan el momento de destruir sus fortunas y acabar con el falso confort burgués para sumergirse barrio adentro o empuñar un fusil contra los apátridas que sí disfrutan la vida de lujos y privilegios.
Finalmente, el más acabado logro de la revolución ha sido la multiplicación de las Empire. Cuentan personas cercanas al proceso que a raíz de los acontecimientos que provocaron la salida del poder de Hugo Chávez en el 2002 decidieron apertrecharse socialmente con los motorizados para que asumieran la vanguardia para-estatal en defensa de la revolución. Después con el tiempo esa idea inicial fue asumida por un emprendedor enchufado con los grandes decisores para convertir el negocio de las motos baratas en el mayor negocio de importación del país. El vivo rojo que se puso al frente de este negocio fue amasando una inmensa fortuna basada en permisos de exportación y dólares baratos para convertir hoy a Venezuela en un país lleno de motos, carente de reglas y envuelto en el caos. Hoy en día los motorizados se han convertido en amos y señores de las carreteras. Ellos parecieran estar exentos de cumplir las normas de tránsito, el respeto a los demás y además pasan a competir con el Estado por el monopolio de la fuerza física, como quedó demostrado con la trifulca de Petare.
La situación de los motorizados es a todas luces el reflejo de la decadencia, ineficiencia y falta de planificación que caracterizan a este estilo de hacer gobierno llamado revolución. No hay nada más caótico, fuera de la norma y a ratos pareciera que sin solución que el tema de los motorizados. Sin duda las motos representan una alternativa para ganarse la vida a muchos venezolanos que desafortunadamente no consiguen opción en el mercado formal de trabajo, otro gran logro de este gobierno, pero permitir la importación desmedida sin crear los mecanismos de supervisión y control para garantizar la seguridad del resto de los venezolanos es la muestra más fidedigna de la improvisación que caracteriza a esta revolución. Sólo en los últimos tres años se han importado 860 mil motos.
En todo este caos el motorizado termina siendo un instrumento de la avaricia de unos vivos capturadores de renta que han encontrado un mercado para productos de baja calidad y alto riesgo. Las estadísticas de robos a motorizados para canibalizar repuestos, accidentes mortales y problemas de orden público comienzan a ser alarmantes. El PSUV creó un Frankestein que tarde o temprano se volverá contra ellos cuando por una noción mínima de convivencia ciudadana intenten poner algo de orden en la pea. Rodríguez Torres tiene en los motorizados su principal reto para garantizar un poco de patria segura. Ojalá este tema sea asumido por todos en forma despolarizada, con visión de Estado.
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