Carlos Blanco: Comandante Tormenta

Carlos Blanco: Comandante Tormenta

Barba sin afeitar, no por descuido sino por vano intento de lucir seductor con las camaradas de Inteligencia Militar, El Químico me busca con sus motociclistas de almas revolucionarias y gestos de sicarios. Me hizo saber que Dolores, mi íntima camarada en armas, me requería. Cavilé sobre la conveniencia de verla después de tanto abandono, pero la curiosidad pudo más que mis dudas. Así que me convertí en “parrillero” del que escoltaba al primer escolta, mientras sentía el ronroneo del poder, en poderosas BMW, especie de caricia a mi espectral ánimo opositor. Las seis potentes máquinas que acompañaban a El Químico, podrían haberse confundido entre las cientos que en la tardecita toman posesión diabólica de la Autopista Francisco Fajardo; pero, no; no pueden hacerlo; primero porque son demasiado contrastantes con las moto-chinas que hacen de taxis; y, segundo, porque el aroma del poder abarca muchos metros a la redonda, es corpulento, es caudaloso, es belicoso y… está armado.

Apenas asciendo al apartamento de la camarada (allí no se sube sino que se asciende), vislumbro un cuerpo hermoso que trae su indomable voluntad escarlata, cubierta con el kimono de las horas de confidencia y martinis. La seda se despliega sobre la amazona que, sin embargo, está cubierta desde el cerrado cuello hasta los tobillos para luego dejar que retocen, desnudos, sus pies perfectos. El Químico entra al bar-laboratorio y felizmente, en vez de preparar bombas de aniquilamiento, mezcla vodkas con un celaje de dry Martini, para terminar zambulléndole aceitunas traídas por el Almirante de la Mar Meada, uno de los que está en la Infantería de Marina.

No pronuncio palabra y entiende mi reproche. Entonces, ella viene, la muy bicha, se cuelga de mi cuello, me da ese beso seráfico detrás de la oreja y cree hacer las paces así. No le fue fácil porque veo muy equívoca su posición, aunque siempre comunica primicias hoy quiere proporcionar la “atmósfera” de Miraflores.





Antes de sentarnos a libar, procede a despojarse del kimono y como las matrioskas, esas muñecas rusas que destapas para encontrarte otra adentro, Dolores se queda envuelta en una fina túnica de algodón, con el hombro izquierdo descubierto y tal vez dorado por algún sol implacable en algún barco de la Armada en algún punto del Mar Esequibo. ¿Qué quieres?, pregunto con ánimo de ser tajante pero casi con las rodillas en tierra para rezarle a la diosa de la revolución.

¿CÓMO ASÍ? Carmen Teresa ha resultado un verdadero fiasco, afirma, puntillosa, refiriéndose a la Ministra. No se dio cuenta que era un mientras-tanto para que Nicolás procediera a proscribir a los generales de Diosdado, pero se creyó el cuento de que era jefe militar. Intentó colocar a varios oficiales de la Armada y los jefes del Ejército tuvieron que pararla en seco. Desde entonces ha quedado para reírle las gracias a Nicolás y para que sus subalternos se rían de ella, lo cual siento mucho porque yo la impulsé con Hugo y después con Nicolás el de la modesta nulidad. Dice Dolores.

Me inquieta la sugerencia de que Diosdado ha perdido poder porque cuando lo oigo extraviar la compostura y amenazar desde su talante rabioso, embutido en los trajes blindados, pienso que es más poderoso que nadie. Le dejo saber a Dolores estas cuitas. Ella se sonríe y en un giro de sus piernas veo aquellas pantorrillas que han provocado más de un golpe de timón. Me dice: No lo creerás; Diosdado ha demostrado ser un pésimo político; creía que Nicolás iba a tener poder, le tuvo miedo, y se le rindió sin queja. Perdió su poder militar, se volvió un basilisco sin rumbo en contra de la oposición, y ahora está en plan de ser perdonado por tanto atrevimiento en el pasado. Sigue con amigos militares -prosigue la deidad de las tormentas- pero ya no es el mismo: cada centímetro adicional en su panza representa un kilómetro menos de poder.

LA INCREÍBLE Y TRISTE HISTORIA DE LA PARTIDA. El Químico interrumpe el diálogo y con su estilo de “cédula y contra la pared” conmina a Dolores: cuéntale lo de la partida de nacimiento, cuéntale.

La camarada asegura que nunca le dio importancia al asunto, le pareció algo falso, similar a aquello de que CAP era colombiano o que Rafael Caldera había nacido en Belén. Pero… La camarada toma el último sorbo del penúltimo martini, se incorpora casi encabritada y dice que para la oficialidad es un casus belli. Nicolás no sabe nada y cuando supo continuaba sin saber; él es así en ésta y otras materias: se vuelve resistente a las explicaciones, tiene muchos anticuerpos para el saber. Prosigue la camarada: si Nicolás realmente tuviera doble nacionalidad no podría ser Presidente y sus actos serían ilegítimos desde el comienzo; lo firmado, acordado, respaldado, se convertiría en ilegal, y tal panorama es de gravedad extrema para la Fuerza Armada. Te imaginas como queda lo de China y lo de Rusia.

Me sonrío ante este ataque de institucionalismo, legalismo y constitucionalismo, de la camarada, a punto de corcovear de tanto madurismo atragantado. Si ustedes no han respetado nunca la ley, ¡ahora les va a importar! Me responde con un rostro que comienza con tenue sudor, como rocío vespertino, en el cual persiste la mirada de otras violencias: ahora nos volvimos institucionalistas… Con Hugo era diferente, su campo magnético descarriló todas las brújulas, unos se volvieron socialistas, otros narcotraficantes, los de más allá abandonaron a sus parejas y le “montaron apartamentos” estilo Cadivi a las amantes, varias mujeres acusaron a sus maridos militares de tener arrumacos conmigo, e inclusive un Almirante bocón y conocido llegó a abandonar a su amante y se reempató con la esposa, fin de mundo pues…

Ahora las cosas vuelven a estar en el lugar del cual nunca debían haber salido: respeto a la Constitución y a la ley. Si Nicolás tuviera dos nacionalidades no podría ser Presidente; con mucho cuidado y cariño la institución -unida como una sola mujer- le solicitaría que se mude de puesto; eso sí, con mucha decencia. Mientras, no se obedecerán órdenes ilegales. Fíjate que la Escuadra actúa en defensa de la soberanía en el Esequibo sin pedir permiso a nadie…

DOLOR FINAL.Ya risueña, se despoja de la túnica, y queda en la lycra, mapa tamaño natural de su geografía y de la perdición de tanta infantería de selva. Mientras se pasea como una medusa vagarosa, El Químico la llama a capítulo: Dolores, no te hagas la pasionaria, dile lo otro. Mariposeando por las nieblas del vodka y con la pena de una aventura que termina, susurra: no puedo creer cómo esta revolución en vez de estar inscrita para siempre en los textos de la historia universal de las-cosas-que-me gustan puede terminar clavando el pico en los archivos de la DEA.

Se levanta, me deja, en la antesala del Paraíso mientras entra en su alcoba, capilla de su llanto; templo de su cuerpo, esencia irreductible de la matrioska.

www.tiempodepalabra.com

Twitter @carlosblancog