Lapatilla
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, se le puede acusar de muchas cosas, menos de traicionar el curso de navegación que dejó trazado el fallecido comandante Hugo Chávez Frías. En los seis meses que Maduro completa como timonel, lo está tratando de cumplir, aunque por esa ruta termine dirigiendo a Venezuela hacia un salto al vacío.
Justo hace un año, el 20 de octubre de 2012, Chávez reunió a toda su tripulación, y le dio instrucciones para consolidar el socialismo bolivariano del siglo XXI. En ese Consejo de Ministros, bautizado ‘golpe de timón’, ninguno se atrevió a sugerir una vía alternativa, porque la autoridad del comandante era incuestionable.
Pero ahora que ya no está Chávez, Venezuela es un barco a la deriva porque su actual capitán no solo no ha logrado agarrar el timón, disputado por otros oficiales y maquinistas, sino que se la pasa tratando de equilibrar las cargas para mantenerse a flote, en medio de una tormenta económica que no ha amainado y que pone en riesgo, no solo su mandato, sino la continuidad de la revolución. Hoy muchos en Venezuela no se preguntan si Maduro terminará su periodo, sino cuánto aguantará.
Donde mandaba capitán no manda marinero
Thais siempre votó por Chávez, pero se arrepintió de haberlo hecho por Maduro solo dos meses después de las elecciones. “Perdí el voto”, dijo esta obrera y madre soltera con tres hijos, beneficiaria de uno de los tantos subsidios del gobierno. Como ella, otros chavistas, aunque es imposible saber a ciencia cierta cuántos, están desencantados del presidente, que para muchos es colombiano porque no ha hecho nada para despejar las dudas sobre su partida de nacimiento.
“No se ve aún un desarrollo de su personalidad pública”, dice el analista John Magdaleno. Maduro intenta ser popular ante una base plural y compleja, integrada tanto por radicales como moderados, nacionalistas y procubanos, intelectuales y proletarios.
Por eso es errático, a veces colérico, extremista e incendiario, y luego conciliador, moderado y hasta cariñoso. Y no es claro si, por ignorancia o por tratar de ser chistoso, ha abusado de los lapsus línguae al referirse a “millones y millonas” de seguidores, a quienes entregaría “libros y libras” porque había que multiplicar el arte, como Cristo multiplicó “los penes” en vez de los panes.
Para sus opositores, Maduro, o Maburro, es un presidente “bruto”, lo que él ha aprovechado para empezar a construir su personaje de “presidente obrero-víctima”, de origen humilde que a pesar de no estar preparado para gobernar, hace lo que puede para salvar la revolución.
Esto genera simpatía entre muchos chavistas como Mindy, una funcionaria que asistió en Caracas a la marcha del año de la última victoria de Chávez. “A Maduro hay que apoyarlo”, dijo, porque desde su primer día como presidente, ha sido perseguido.
Cuando no es la oposición, especialmente Henrique Capriles, Leopoldo López y María Corina Machado, son los intereses capitalistas, confabulados con el imperio norteamericano y el uribismo colombiano los que quieren derrocarlo. Maduro ha utilizado las teorías conspirativas y ha denunciado innumerables planes en su contra.
La captura de dos supuestos sicarios colombianos, y la expulsión de tres diplomáticos estadounidenses que se reunieron con sindicalistas, han sido las ‘evidencias’ que ha presentado para probar que su gobierno está en peligro. Pero muchos las han percibido como cortinas de humo.
Calificado con frecuencia de paranoico, inseguro y débil, Maduro aparece siempre acompañado por su mujer, Cilia Flores, que le pesa como una sombra, así no tenga un papel muy activo en público.
Tampoco le ayuda el gobierno colegiado que lo rodea, en el que el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, el canciller, Elías Jaua, el vicepresidente, Jorge Arreaza, o el presidente de Pdvsa, Rafael Ramírez, por mencionar solo algunos, son voceros y protagonistas de tantos actos de gobierno como él. Las declaraciones de los miembros del politburo chavista son incluso contradictorias y así no se sabe realmente quién decide. Nada que ver con las épocas de Chávez, cuando el único vocero posible de la revolución era el comandante.
Por otro lado, ese gobierno de ‘compañeros’ ha ayudado a diluir la responsabilidad y eso puede explicar, en parte, cómo en la mayoría de las encuestas Maduro tiene una percepción favorable entre el 45 y el 50 por ciento, a pesar de que casi el 70 por ciento de los encuestados señala al gobierno como el culpable de los problemas, principalmente la inseguridad, el desabastecimiento, la inflación y el desempleo. La mayoría cree que, en el corto y mediano plazos, el capitán de ese barco escorado que se llama Venezuela tampoco podrá solucionarlos.
¿Máquinas a todo vapor?
Durante esa reunión de ‘golpe de timón’, Chávez advirtió a sus ministros que una de las mayores quejas del pueblo era la falta de eficiencia. Justamente, una de las consignas de Maduro es “Eficiencia o nada”. Sus opositores no tardaron en decir que su legado sería la nada.
Para salir al paso de sus críticos, Maduro empezó una gira nacional en lo que ha llamado “gobierno de calle”. Fue a cada estado e hizo tantas promesas de proyectos y planes como pudo y dijo que le “estaba echando un camión” de ganas. La oposición reviró con que le estaba echando “un camión de m…” al país.
Seis meses después, está comenzando la segunda fase del gobierno de calle que consiste en las 3 I: inicio de lo prometido, inauguración de lo construido e inspección de lo que ya existe. Todo esto se transmite por televisión, con frecuencia en cadena nacional, en donde se ve a Maduro en un encuentro con una comunidad, en una planta industrial, en un hospital, tal como lo hacía Chávez, experto en montar shows de una gestión ineficiente, como él mismo lo reconoció antes de morir.
Cuando no está en acciones de calle, Maduro está viajando, ha visitado 18 países desde que fue elegido, o está presidiendo encuentros, conmemoraciones, juramentaciones, y homenajes, a Salvador Allende, al pueblo de Siria, a la Revolución cubana, a los chinos, a deportistas, a cultores y folcloristas.
Y así, transmite la sensación de que gobernar es una permanente puesta en escena para defender valores ideológicos y conceptos como la patria. “No hay una agenda concordante entre lo que hace el gobierno y las expectativas de la gente”, dice el politólogo venezolano José Vicente Carrasquero.
Las expectativas de una mejor calidad de vida se han ido apagando con la permanente crisis eléctrica. A principios de septiembre, se quedó sin luz el 70 por ciento del país, incluida la capital. Muchos caraqueños entraron en pánico, abandonaron sus oficinas, salieron como hormigas del metro, buscaron transporte o caminaron hasta sus casas. La sensación de zozobra de que algo podía pasar reinaba en el ambiente caldeado, porque no pasa un día en que los oficialistas y los opositores no se acusan mutuamente por la situación del país.
Además de los apagones, los venezolanos se ven afectados por cortes de agua y fallas en las comunicaciones. Las colas de horas en los bancos y oficinas para cualquier trámite son tan infames como las que hay que hacer para comprar leche, cuando llega a los supermercados.
Tampoco se consiguen todos los medicamentos para pacientes terminales. Con el inicio de la temporada escolar, los padres saltaron matones para comprar útiles, mientras que los estudiantes de las universidades públicas no tenían certeza de si lograrían empezar clases luego del receso, antecedido por un paro de varias semanas.
Paralizadas también han quedado carreteras por puentes que se caen por falta de mantenimiento, pero también por accidentes de tránsito causados por atracadores en las vías.
Hace un mes, el hampa mostró su peor cara, cuando en vez de socorrer al conductor de un camión cargado de carne desde Colombia, que se estrelló al entrar en la capital, saquearon la comida mientras el hombre moría aplastado en la cabina. En las noches, cuando comienza un toque de queda tácito en varias ciudades, se puede circular libremente pero con miedo a la delincuencia organizada y a la impunidad con que actúa.
Como la inseguridad sigue siendo el principal problema, Maduro envió a los militares a patrullar las ciudades. El ministro del Interior, Miguel Rodríguez Torres, afirma que se han reducido los incidentes, especialmente en Caracas, pero el Observatorio Venezolano de Violencia afirma lo contrario. “No han disminuido ninguno de los delitos que monitoreamos.
El secuestro, robo, u homicidio se mantienen”, dice su coordinador, Roberto Briceño-León quien asegura que lo que ha mejorado es la percepción de seguridad de la gente, que quizá se siente más tranquila sabiendo que hay uniformados en las calles.
Maduro también ha optado por darles más poder en áreas estratégicas (ver recuadro militar) como logística, transporte, alimentos, pero no controlan aún los principales temas económicos, que según las más recientes decisiones han quedado en manos de una línea más radical, en consonancia con lo que ordenó Chávez en su ‘golpe de timón’, cuando alabó el trabajo de Jorge Giordani, artífice del sistema estatista y controlador de la actual economía venezolana, y reiteró la necesidad de avanzar en la construcción del modelo socialista y estructurar el esquema de gobierno comunal. (Ver recuadro económico)
El escenario de mayor confrontación política, por ahora, es el propio Parlamento, donde ya hubo una brutal golpiza, el allanamiento de la inmunidad parlamentaria a diputados y un montaje grotesco para atentar contra la intimidad personal de uno de los hombres de confianza de Capriles.
Allá se definirá en las próximas semanas si el chavismo logrará conseguir al diputado 99, que necesita para que le apruebe la Ley Habilitante que le dé poderes especiales a Maduro para defenderse de la guerra económica y perseguir a los corruptos con los organismos de control, que parecen cada vez más dependencias del Ejecutivo y no garantes de los derechos de los venezolanos.
Como señalan las encuestas, la mayoría de los venezolanos no cree el cuento oficial de que no se consiguen los productos porque los empresarios los acaparan, pero el gobierno parece empeñado en imponer su propia realidad (ver recuadro mediático) en vez de tomar correctivos que pueden ser costosos políticamente, como una devaluación, sobre todo a menos de 40 días de elecciones locales y en vísperas de Navidad.
El mito de Chávez (ver recuadro mítico-religioso) le seguirá siendo útil a Maduro y al chavismo para no perder el apoyo de la base chavista, pero también juega en contra de él y de la revolución. Cambiar la carta de navegación sería sublevarse ante los deseos del comandante y Maduro no tiene la legitimidad, el control, o el apoyo para dar su propio ‘golpe de timón’ y evitar que el barco vaya rumbo al abismo económico, con consecuencias impredecibles.
Lo que hace de su permanencia en el poder un drama humano es que Maduro sabe que en caso de un naufragio el capitán se debe hundir con su barco, así nunca haya podido tomar las decisiones para evitarlo.
Más información en Semana.com