Hace ya unos meses, el malvado nigromante destructor de la riqueza venezolana, Jorge Giordani, cometió la insensatez de declarar que Venezuela tiene todos los dólares que necesita. Debo confesar que tal acción no me sorprende. Soy un convencido de la falta de preparación de ese individuo para desempeñar los cargos por los cuales ha pasado en los últimos quince años.
El asunto se vuelve preocupante cuando la monserga comienza a ser repetida por Merentes, Maduro y Ramírez. Que estos señores que tienen en sus manos el manejo de la economía del país sean capaces de dar semejante declaración, se convierte en un dato de que estamos en manos de mentirosos contumaces o de ignorantes desconocedores de los requerimientos de divisas para el desarrollo del país.
Lo primero que hay que decir, como elemento de comparación, es que las autoridades de Noruega, país que cuenta con 40 veces más ahorros que nuestras reservas internacionales, serían incapaces de decir que tienen todos los dólares que requieren para el desarrollo de una nación de apenas 5 millones de habitantes. Para que tengamos una idea, con un territorio que ocupa un tercio del nuestro, disfrutan de un producto interno bruto per cápita de 80 mil dólares al año.
La necedad de aferrarse al absurdo monopolio de proveedor de dólares ha hecho del gobierno venezolano el hazmerreir universal. Muchos extranjeros vienen a Caracas para volar desde nuestro país a sus destinos a precios irrisorios. Nuestra gasolina a precios ridículos se fuga a los distintos países fronterizos para beneficio de mafias que sin duda involucran a venezolanos. Los alimentos subsidiados con nuestro dinero cruzan las fronteras para ir a parar a mercados donde son mejor valorados.
Esto no es más que un signo de nuestro empobrecimiento. Nuestro poder adquisitivo está muy por debajo del de los habitantes de los países que nos rodean. Nuestra riqueza está siendo expoliada por unos incapaces que no saben multiplicar nuestros recursos y además, por aquellos que se aprovechan de unos mecanismos de supuesta ayuda interna que se terminan convirtiendo en beneficio para negociantes extranjeros.
Mientras tanto, este gobiernito que se autodenomina revolucionario nos ha hecho más dependientes del petróleo. El rentismo puro y simple es nuestra forma de sobrevivencia. Con el agravante de que las deudas contraídas y la caída en la producción petrolera se manifiestan en cada vez menos divisas para financiar nuestras necesidades. Y nótese que no digo desarrollo sino necesidades. Es decir, nos estamos comiendo todo lo que producimos y además necesitamos pedir prestado para no morir de hambre. Hemos sido convertidos en un país pobre que depende de otras naciones cuyos privados hacen pingües negocios con nuestros incapaces burócratas y capitostes.
Lo inadmisible es que el gobierno, incapaz de entender lo que está pasando, se empecine en la aplicación de más y más controles que se convierten en combustible adicional para los males que supuestamente quieren combatir: la corrupción y el imparable dólar paralelo.
No se toman decisiones porque el gobierno quiere esperar los resultados electorales. Somos rehenes de unos políticos que prefieren dar prioridad a los posibles resultados de unos comicios que a la solución de los problemas que nos aquejan. Y esto lo hacen con una actitud altiva y sobrada de quien se la está comiendo y le importa poco la opinión del pueblo.
Se olvidan, o no conocen, que la gente tiene la capacidad de hacerlos escarmentar. Que se tienen instrumentos para decir con contundencia que están reprobados y que merecen ser castigados. Y esto es lo que se perfila pasará en las elecciones del 8D. Los venezolanos tendrán la oportunidad de darle un parao a un gobierno que desprecia al venezolano.