En Latinoamérica tenemos categorías políticas reconocidas para casi cualquier espécimen que ha dado nuestro folclore, o mejor, nuestra fauna popular de hombres públicos.
Aunque con ciertas variables en el tiempo, cuando a uno le hablan de un priista, un panista, un aprista, un peronista, un castrista, un guevarista, un adeco o un copeyano, uno tiene una idea remota de quién es o de qué se trata.
Ha surgido una nueva categoría, el chavista, que habría sido fácil de categorizar de no haber sido por la bobalicona descendencia, Nicolás Maduro, que se supone debe darle trascendencia. Este hecho inesperado e inaudito, lo pervirtió todo.
Digo fácil porque de Hugo Chávez sabemos que era tramposo, cobarde, gritón, payaso, que para él un gobierno, una dictadura, incluso una revolución, era una “joda”, un teatro, un show de televisión, pero lo que no conocíamos ni suponíamos era su tendencia pervertida, promiscua, su flaqueza por un amor secreto que a la postre haría sucumbir su memoria estridente pero precaria.
Lo que no conocíamos ni suponíamos es que, como las más tragedias amorosas de la historia de la humanidad, destruiría todo, acabaría con todo, por un amor firme, pleno, como la luna llena, irrevocable, absoluto y total por Nicolás.
Era Chávez, cualquier cosa podía suceder con él, sorprendió hasta el final de sus días.
La hostilidad encubierta
Para suerte de la libertad y de la coherencia histórica latinoamericana, Chávez hizo trizas su memoria, decapitó su movimiento político obligando a los fieros revolucionarios que le acompañaban a que aceptasen a su amado como sucesor.
Cuándo se estudie a Chávez a fondo habrá que señalar su tendencia suicida para destruir todo lo que decía amar y defender, su deshonestidad solapada en todo y cuanto hizo, su hostilidad encubierta contra el mundo y contra los devotos que lo seguían, su resentimiento no expresado contra sí mismo y contra su revolución: su traición.
Chávez era un traidor y el chavista por esencia también lo será. Encubiertamente destruirá toda idea que se proponga emprender. Esa es su fatalidad: la destrucción.
Un chavista, como buen fanfarrón, es hostil, destruirá de manera solapada, consciente o inconscientemente, todo lo que dice amar y defender, entre otras cosas a nuestra bella Latinoamérica.
Si Chávez en vida humilló nuestra cultura, pervirtió nuestra fortaleza moral y lucidez cultural y nos convirtió en el hazmerreír universal, muerto y legándonos a su Maduro, elevó nuestra vergüenza mundial hasta el paroxismo.
El realismo mágico de García Márquez no es una ficción, es una tristísima y patética realidad. Maduro, el dictador, le habla a los pajaritos.
¡Oh, my god!
La raza cósmica corrompida
Un latinoamericano es a un tiempo un árabe, un judío, un africano, un cristiano, un indígena y un europeo. Nuestro espíritu, además, posee la gracia y hondura de los griegos y la reciedumbre de los romanos. Somos la raza cósmica, según José Vasconcellos.
Nuestro mestizaje, pluralismo y variedad sociológica sólo podía sentenciarnos, según el filósofo mexicano, a completar acciones sublimes, nuestro destino inevitable debía ser guiar a la humanidad.
Ninguna raza ni sociedad posee la misma complejidad y gracia del latinoamericano. Somos universales y cósmicos, según nos figuró y visualizó Vasconcellos.
Lo que no figuró jamás el pensador mexicano es que así como el mestizaje trae bondades y colorido a una cultura, también puede acarrear maldades y oscuridad, una sociedad mestiza no sólo hereda lo más hermoso y noble de su pasado, sino también lo más corrupto y pervertido de él.
Chávez es en ese sentido la encarnación de la raza cósmica corrompida, el rostro que envilece y pervierte la belleza de la cultura latinoamericana, es la unión de todos los males pasados y presentes de la fauna política latinoamericana: es la prostitución de nuestras ideas políticas.
Es el fingidor, el taimado; es el traidor.
Hugo Chávez Frías
Cada vez que tengo la oportunidad, lo recuerdo y pregunto: ¿cuál fue el primer discurso público que pronunció Hugo Chávez Frías a Venezuela y Latinoamérica?
Una estridente y asesina ráfaga de balas, -a traición, por la espalda, nunca de frente- sobre la humanidad de sus incautos “hermanos del alma” militares en el sigilo de la medianoche del 3 de febrero y durante la madrugada del 4 de febrero de 1992.
Su primer discurso político fue un asesinato en serie y a mansalva, sin ninguna contemplación ni escrúpulo contra inocentes venezolanos. Pregunto ¿qué diferencia esta acción de Chávez de cualquiera de la de esos asesinos en serie que, con razones “redentoras” de la humanidad, se presentan en escuelas o espacios públicos y asesinan a incautos seres humanos?
Nada, son igual de deplorables y lunáticas, de desquiciadas y asesinas sus acciones y sus consecuencias. La diferencia es que en Venezuela, Rafael Caldera perdonó al psicópata asesino, excusando de alguna manera su traición y colaborando para que fuera presidente.
Mágica realidad o trágica ficción, en todo caso traición ineludible a nuestra cultura.
Así comenzó el despelote revolucionario chavista y su permanente mentira. Así se institucionalizó el cinismo socialista del siglo XXI: con traición y muerte. Así deberá comenzar cualquier caracterización que se pretenda hacer del chavismo, como un traidor mortal de Venezuela, de Latinoamérica y de nuestra Raza Cósmica.
Dime si eres chavista y te diré quién eres.
(Continuará la semana que viene…)