El título de este artículo pareciera ser un juego de palabras. En realidad es una sucinta descripción del escenario que nos toca vivir a los venezolanos en estos momentos. Un ambiente que se ha tornado inhóspito y que al mismo tiempo pende de un hilo representado por la capacidad de resistencia de un pueblo que ha sido usado y abusado durante los últimos años.
En una de sus acepciones, la palabra precariedad se refiere a la falta de recursos y medios económicos suficientes. Para nadie es un secreto que la escasez es un marcador del clima de opinión del momento. La terquedad con la que el gobierno se aferra al monopolio del suministro de dólares lo hace automáticamente responsable de todas las penurias que estamos viviendo.
En un país que depende de la importación de productos terminados y de insumos para la industria, el dólar es un recurso esencial que actúa como marcador del comportamiento económico y de la existencia de elementos necesarios para una calidad de vida que esté acorde con la de un país que vive del petróleo, que ha estado en los precios históricos más altos durante los últimos siete años.
Sin embargo la situación de precariedad se hace omnipresente. Por donde uno pase encontrará un supermercado en el que cientos de personas permanecen en fila esperando su turno para hacerse de productos de primera necesidad en la dieta de los venezolanos. Es precariedad que una familia deba verse forzada a cambiar sus hábitos alimenticios porque una torpe decisión política se empeña en hacer del dólar un recurso escaso, necesitado y por lo tanto, ante la ausencia de oferta, extremadamente costoso.
Esta situación de precariedad inunda otros sectores de la economía. Y encontramos que es imposible tropezarse con insumos esenciales para la construcción. Más cuando el gobierno decidió que era buena idea ocupar las cementeras y las fábricas de cabillas. Miles de vehículos se encuentran estacionados porque no se consiguen los repuestos necesarios para su reparación. Trabajadores son asaltados y hasta asesinados para robarles sus motocicletas que serán usadas como repuestos para reparar otras.
En ámbitos más delicados y cercanos al individuo se ha hecho patente la escasez de medicinas para tratar enfermedades que no esperan como el cáncer. Los laboratorios no cuentan con insumos para la elaboración de productos farmacéuticos. Los hospitales son esencialmente los mismos que teníamos en 1999, pero con una capacidad disminuida. Por eso no sorprende que en un país con los recursos petroleros con los que cuenta el nuestro, haya miles de personas esperando por operaciones no optativas. Es decir intervenciones quirúrgicas que se deben hacer obligatoriamente para salvar la vida de los pacientes.
Es así como esta situación precaria lleva a una precaria situación en la otra acepción de la palabra: falta de estabilidad, seguridad o duración. Y es que, cuando uno habla con cualquier venezolano, encuentra un hilo conductor en el discurso: esta situación no se aguanta más. Esto se tiene que acabar en cualquier momento.
El precario gobierno lo sabe. Sabe que se le agota el apoyo popular. Que la gente se va cansando de la excusa permanente. De que no se asuman responsabilidades, Que siempre se esté culpando a unos enemigos invisibles. Que los dirigentes se autopresenten como unos eunucos mentales incapaces de impedir que otros factores de la sociedad les imposibiliten gobernar.
Y es así como este gobierno se encuentra en precaria situación. En un equilibrio inestable que lo lleva a cometer actos insensatos. Uno de ellos el de repetir la receta cubana que Mugabe aplicó con estruendoso fracaso en Zimbabue en 2007. Que queden los anaqueles vacios decretó con absoluta irresponsabilidad el dictador africano. Eso no impidió que los precios se duplicaran cada 24 horas, y trajo consigo mayor escasez y provocó que en 2010 ese país tuviese el peor índice de desarrollo humano del planeta.
En su precariedad, Maduro nos conduce por ese sendero. Pero, en su discurso y su expresión corporal se nota el miedo de quien se reconoce inestable, se siente inseguro, le parece que no durará. De ahí lo desesperado de las medidas. Amor con hambre no dura.
El pueblo, en su situación de precariedad, llevará al gobierno a una precaria situación. El 8D pende como espada de Damocles sobre las cabezas de una clase política que dilapidó las riquezas del país y no contenta con eso, nos sumergió en una tremenda crisis económica en la que el peso de la deuda nos impide subir a la superficie en busca de oxígeno.