Es imposible escapar a la sensación de que el gobierno venezolano juega a estimular un tipo de caos de baja intensidad que una parte de la población percibe como una tragedia pero que otros sectores pueden interpretar como una reacción justificada para defender a la revolución en contra de la “guerra económica” desatada por sus adversarios. Ya varios analistas han señalado con lujo de detalles las similitudes entre lo que está haciendo el gobierno de Maduro y lo que Mugabe hizo en Zimbabue. El caso es tan claro, que uno puede hablar sin ambages de la operación Mugabe-Maduro para referirse a lo que está ocurriendo, o con su acrónimo, la operación MM. El nombre es un acto de justicia: por un lado se reconoce la paternidad del déspota africano y por el otro se destaca la contribución caribeña al proceso de destrucción de un país.
En condiciones normales, la verdad aceptada por la gente está influenciada por muchos factores, entre ellos los medios de comunicación y las interpretaciones que se construyen en los tanques de reflexión de las grandes corporaciones, los gobiernos u organizaciones políticas y sociales. De hecho, el concepto de verdad “objetiva” prácticamente ha quedado relegado a ciertos espacios de las ciencias naturales, y aun es estos ámbitos es discutible, porque en definitiva el objeto de la ciencia no es la realidad “verdadera” sino la realidad medible y emergente que se puede representar mediante modelos y paradigmas que pueden cambiar en el tiempo. En el dominio público, la posibilidad de la existencia de una verdad conveniente es una cuestión perturbadora que genera muchas dudas sobre la forma en que se manejan las palabras y como se construyen aparentes certezas de realidades fragmentarias y manipuladas, o simples mentiras.
Uno de los ejemplos más recientes fue la manipulación del gobierno norteamericano, secundada por Gran Bretaña, durante la presidencia de George Bush Jr, para justificar la invasión a Irak con el argumento de la posesión de armas de destrucción masiva. No que Saddam Hussein no fuera un tirano impresentable, que merecía lo que le vino en destino, pero es indudable que se construyó una verdad aceptable para el pueblo norteamericano que justificara la invasión sobre argumentos que luego resultaron insostenibles.
En este contexto, el caso venezolano es especialmente patológico, y probablemente sus más claros antecedentes estén en los regímenes totalitarios del siglo pasado en Europa. La manipulación de la realidad en nuestro país cabalga y se sostiene en la decisión de la revolución de modificar los paradigmas culturales, políticos y sociales de los venezolanos.
En este sentido, el atribuir la crisis económica a una supuesta guerra de la burguesía y sus aliados imperiales es una consecuencia lógica de la conducta del chavismo durante estos últimos quince años. Por mucho que a la clase media le parezca que la conducta del gobierno es suicida y que conduce cada vez en mayor grado a penurias para la población, hay un sector importante del pueblo que se cree y respalda la construcción de la verdad revolucionaria. En un sentido muy profundo, la existencia de dos verdades es una consecuencia de la profunda división del país.
De hecho, la Operación MM le puede resultar exitosa al gobierno de Maduro en la medida en que la misma apunta a diluir y trasladar su responsabilidad en adelantar una desastrosa política económica y fiscal para hacerla recaer en un supuesto sabotaje de la oposición “apátrida.” El caos de baja intensidad provocado por la conducta permisiva y anticonstitucional del gobierno para facilitar la quiebra del Estado de Derecho pretende no solamente generar una nueva inyección de miedo entre la población, sino convencer a sus propias huestes de que en verdad el desabastecimiento, la escasez y la inflación son producto de una maniobra de los sectores contrarrevolucionarios.
El caos controlado juega también un importante papel en relación con las venideras elecciones. Por un lado, en el escenario de que se den las elecciones, y contrariamente a lo que puede pensar la oposición, puede mejorar la percepción del gobierno entre los sectores cercanos al chavismo, algo que es de importancia vital vistas las recientes estadísticas que evidenciaban una erosión del apoyo a Maduro. En otra dirección, si el caos controlado degenera en violencia, el gobierno siempre tiene el expediente extremo de suspender las elecciones por razones de seguridad pública y amparados en el control institucional.
Si eso ocurre, la decisión de suspender los comicios de diciembre no sería entendida como un acto de miedo a perder sino como una reacción de protección a la ciudadanía.
Vista en su conjunto, la Operación MM está bastante bien blindada, a pesar, y a propósito, de su perversa concepción. Ello obliga a la oposición democrática a plantearse las respuestas adecuadas para una trampa tan compleja. Pienso que es necesario escalar la apuesta de diciembre. Llegar a las elecciones en medio de un ambiente de protesta y de movilización ciudadana pacífica que le dificulte al gobierno manejar la idea de que el descontento se limita a los sectores burgueses de y clase media. Hoy más que nunca se impone trascender los alcances de la MUD como espacio de concertación electoral y dotar al movimiento opositor de una verdadera dirección política.
Ello conduce cada vez más a la idea de que las elecciones de diciembre, si se realizan, pueden adquirir las dimensiones de un voto de confianza implícito, para no llamarlas un plebiscito, sobre el gobierno de Maduro. Ello no puede ser impuesto pero sería el resultado más favorable de esta contienda.
El reto del caos controlado tiene que tener una respuesta contundente que, paradójicamente, puede ayudar de modo indirecto a los esfuerzos de reconciliación que algunos sectores están promoviendo y que probablemente sean más necesarios que nunca en el apretado futuro que se respira para nuestro país.