Los preparativos para la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos pusieron a prueba a Brasil, dándole al país una oportunidad para brillar, al mismo tiempo que lo expone a una enorme presión y escrutinio de la comunidad internacional.
Las muertes de dos obreros en un estadio en Sao Paulo que albergará el partido inaugural del Mundial en seis meses y medio ejemplifican la presión de organizar dos eventos de semejante magnitud, con estrictos cronogramas y grandes expectativas.
Las protestas que comenzaron en junio durante la Copa Confederaciones, un torneo que sirve como fogueo para el Mundial, provocaron que algunos se cuestionen porqué un país con una economía en desaceleración y con una marcada desigualdad social se gasta unos 15.000 millones de dólares en el Mundial, y una cifra similar para los Juegos Olímpicos de 2016 en Río de Janeiro.
China y Sudáfrica intentaron mejorar sus imágenes al organizar los Juegos Olímpicos de 2008 y el Mundial de 2010, mientras que Rusia tratará de hacer lo mismo con los Juegos de Invierno de 2014 en Sochi.
Irónicamente, Brasil tiene una imagen global principalmente positiva —fútbol, samba, playas y gente alegre— que podría verse afectada por tratar de hacer más de la cuenta.
El accidente del miércoles en la Arena Corinthians se produjo unos días antes que los principales dirigentes del fútbol lleguen a Brasil para el sorteo del Mundial de la próxima semana.
Por casualidad, dirigentes del COI estaban el miércoles en Río para realizar reuniones, incluyendo al director ejecutivo del COI, Gilbert Felli, y la jefa de la comisión inspectora de los Juegos de 2016, Nawal El Moutawakel.
“Estos eventos pueden ser muy beneficiosos, pero hay muchos riesgos si los hacen mal”, comentó Mark Jones, un experto sobre política latinoamericana de la universidad de Rice, en Texas. “Si hay violencia, o si la infraestructura es insuficiente, podrían provocar un moretón y socavar la meta principal, que es mostrar a Brasil como un protagonista a nivel mundial”.
Los preparativos para ambos eventos se han visto afectados por retrasos, accidentes y una presión constante para acelerar las obras. No hay duda de que ambos se realizarán, pero, ¿a qué costo, y quién paga?
Jerome Valcke, el principal encargado de la FIFA de supervisar las obras del Mundial, criticó a los políticos brasileños a principios de 2012 con un mensaje directo: “Tienen que esforzarse y mover sus traseros”.
Después se disculpó, pero el mensaje era claro.
Los organizadores locales de la Copa del Mundo han sido criticados por elegir 12 estadios, cuando la FIFA pedía sólo ocho. Cuatro de ellos —en Brasilia, Natal, Cuiabá y Manaos— parecen destinados a convertirse en elefantes blancos.
Un juez en el estado de Amazonas recientemente propuso que el estadio en Manaos se convierta en una cárcel después del torneo.
La cuenta por los 12 estadios, algunos nuevos y otros remodelados, ascienden a 3.500 millones de dólares. Los retrasos, conflictos laborales y otros problemas hicieron que el costo aumentara por 430 millones de dólares el año pasado, una situación que podría afectar la popularidad de la presidenta Dilma Rousseff, quien aspira a la reelección justo después del Mundial.
Rousseff también podría verse afectada si hay protestas durante el Mundial como las que sucedieron en la Copa Confederaciones, cuando la policía y el ejército utilizaron gases lacrimógenos, balas de goma y bombas de estruendo para controlar las demostraciones. Seis personas murieron en los disturbios.
Muchos fanáticos de otros países ya están preocupados por el viaje a Brasil. Del tamaño de Estados Unidos o China, la nación más grande de Sudamérica tiene pocos trenes y un sistema de carreteras en condiciones deficientes. Para la mayoría, volar será la única alternativa de transportación.
Se espera que unos 600.000 extranjeros y al menos tres millones de brasileños viajen dentro de Brasil para los partidos, muchos haciendo conexiones en aeropuertos viejos y en malas condiciones.
También hay que tomar en cuenta los exorbitantes precios de los hoteles, y la preocupación por el crimen en algunas ciudades.
“Brasil usualmente se compara con sí mismo”, señaló Jones. “Estos eventos obligan a Brasil a competir a nivel internacional”.
El comité organizador de los Juegos de Río, que ha cambiado de líderes en varias ocasiones, todavía no anuncia un presupuesto operacional, a menos de mil días de la inauguración el 5 de agosto de 2016.
Carlos Nuzman, presidente del Comité Olímpico de Brasil y jefe del comité organizador, fue criticado públicamente por otros miembros del COI hace dos meses en la asamblea general en Buenos Aires.
Río asegura que las obras están a tiempo, aunque el Parque Olímpico todavía es un terreno baldío donde apenas empiezan las obras. Otra zona importante para los Juegos, llamada Deodoro en el norte de Río, también está retrasada.
El vicepresidente del COI, John Coates, fue citado el domingo por el diario Times of London diciendo que Río “tiene una crisis peor que Atenas”, sede de los Juegos de 2004 y considerado como el ejemplo perfecto de retrasos.
Atenas finalmente tuvo todo listo a tiempo, aunque el costo de esa olimpiada es uno de los motivos para la crisis económica del país.
“Estos países siempre lo logran”, indicó Greg Michener, un profesor de administración pública y de negocios en la Fundación Getulio Vargas en Río de Janeiro. “Políticamente, probablemente termine siendo una bendición para Brasil, que intenta presentarse como (un país) capaz y transparente, y todo el mundo estará pendiente. Brasil probablemente tiene que mirar al exterior, y estos eventos lo están obligando a hacerlo”.
AP