De Alfaro, caudillos y Weber por @carmenbeat

De Alfaro, caudillos y Weber por @carmenbeat

Ha muerto Alfaro Ucero, autodenominado “el Caudillo”, y es inevitable que su fallecimiento evoque la campaña electoral de 1998, que puso a la sociedad en este trance revolucionario que aún nos consume tras 15 largos años.

El notable sociólogo alemán Max Weber murió cuando apenas jugaba metras en Monagas Luis Alfaro Ucero, pero aunque no hubo un encuentro de ‘carne y hueso’, estoy convencida de que se produjo una suerte de transmigración en la que Weber se imaginaba hasta el bigotico y la talla de zapatos de Luis Alfaro Ucero cuando escribía su ensayo “La política como vocación”.

En su escrito, Weber menciona las implicaciones de las elecciones sobre las estructuras burocráticas gubernamentales: cuando coexisten numerosos empleos públicos poco profesionalizados, al tiempo de una gran masa de activistas cuyo mayor mérito es el de ser proveedores de servicios a los partidos, el clientelismo es el incentivo principal, y los partidos se convierten en agencias de empleo. Este estado de las cosas, advertía Weber, “sólo puede ser tolerado por un país con ilimitadas oportunidades económicas”. Así ha sido, en efecto, para el caso venezolano, cuando sólo constataremos lo endemoniado del sistema clientelar, una vez que ya no alcance para todos.





Cuando Weber, dentro de ese esquema, describía al jefe de las organizaciones políticas plesbicitarias, afirmaba que “el jefe, con su juiciosa discrección en los asuntos financieros, es el hombre natural para estos círculos capitalistas que financian las elecciones. Es un hombre absolutamente sobrio, que no busca los honores sociales […] El jefe trabaja en la oscuridad: no se le oye hablando en público, aunque sugiere a otros lo que deben decir en sus alocuciones.[…] El jefe carece de firmes principios políticos, es pragmático y pregunta meramente: ¿qué captura más votos?. Con frecuencia es un hombre pobremente educado, pero en contraparte ofrece una vida privada correcta e inofensiva.[…] El jefe lidera una fuerte maquinaria partidista, estricta y rigurosamente organizada desde la cima hasta la base y afianzada sobre clubes de afiliación de gran estabilidad”.

Hay, sin embargo, una excepción notable en esta serie de acertadas descripciones. “Como regla, el jefe no acepta ni aspira a ningún cargo público, excepto, quizás, el de senador”. Decía Weber : “Como él personalmente no tiene aspiraciones políticas, sino que busca el poder por el poder, tiene frecuentemente la ventaja de escoger intelectuales cercanos al partido que pueden convertirse en candidatos, si el jefe cree que ello sería atractivo en las urnas electorales”. Y hasta aquí las semejanzas. !Ah malaya! ¿Qué mano avara le arrancara esa página al libro de cabecera del Caudillo? Desde ese fatídico día de 1998 las decisiones de AD y Alfaro comenzaron a ser menos y menos weberianas, para hacerse simplemente webonas.

En la cadena de equívocos que cometió AD en la década de los 90, la convicción de Alfaro de que podía ser candidato marcó, sin duda, un punto de inflexión que aceleró la pendiente negativa de la caida y le abrió las puertas al Caudillismo del Siglo 21. Fue un grave error coyuntural aquel de lanzar al hombre de aparato a la presidencia, y peor aún, el decidir quitarle el apoyo para dárselo a un hombre “de a caballo”, olvidando aquel precepto según el cual antes entra un camello por el ojo de una aguja que un adeco vota por un godo.

Pero, más allá de eso, también hubo errores peores, más estructurales. Como cuando no supieron ponerle coto al clientelismo que horadaba a la sociedad, partidos incluidos. O el repetido financiamiento de las estructuras partidistas a través del aparato del Estado. O, peor aún, cuando dejaron de sentir al pueblo. Y este último sí fue un pecado mortal para el partido de Juan Bimba.

En medio de tantos y tan contínuos errores, quedaron como niños desconcertados las bases adecas.  Esos adecos que estaban urgidos de que alguien les convenciera de que pese a haber hecho cosas terribles, las muy buenas son más numerosas, y que en el balance es injusto dejarse imponer el único fardo de lo negativo.

Oportuno el fallecimiento de Luis Alfaro Ucero, oajlá que el último caudillo, para reflexionar acerca de si es posible reconstruir el mítico partido, sin que necesariamente su liderazgo ni sus incentivos calcen con el partido plesbicitario que describe Weber, que adaptó Alfaro, y que luego calcó Chávez.

Ha muerto el Caudillo de Monagas, pero al caudillismo, y su consecuencia el clientelismo, parecen quedarles aún algún tiempo…

 

Carmen Beatriz Fernández es Consultora política