Venezuela va a un proceso electoral en medio de una cantidad de problemas que se han vuelto crónicos y para los que el gobierno nacional no tiene remedios ni siquiera en el largo plazo. La población venezolana se encuentra abrumada por una situación difícil de digerir y para la que no encuentra mecanismos de expresión efectiva de protesta.
Es evidente el divorcio entre las prioridades que el gobierno le asigna a los asuntos y la urgencia que los venezolanos le atribuyen a la solución de la criminalidad, la escasez, la inflación, el sentimiento de estar empobreciendo ante la ausencia casi total de artículos en los cuales invertir el dinero antes de que pierda el ridículo valor que ya tiene.
El gobierno pone sobre la agenda y con prioridad la persecución de líderes de la oposición. En esto resulta ser mucho más eficaz que en lograr que llegue azúcar en forma regular a los mercados. La saña con la que la nomenclatura roja persigue a personalidades ligadas a la MUD es solo comparable al acoso que los ejércitos invasores emprenden contra los líderes de la resistencia del país ocupado.
Estos personajes de alta relevancia son atacados en su moral, en su figura, en su proyección como promotores de cambio. En su lenguaje mocho y falto de floritura, Maduro la emprende contra ellos y la oposición en general asumiendo un papel de dictadorzuelo de república bananera del Caribe.
Es así como un sector de la población se siente, con sobradas razones, excluido por una clase política retrograda que no entiende de los procesos democráticos modernos. Unos personajillos de historieta que se llaman a sí mismos revolucionarios pero que, en la práctica, no más que miembros de una soldadesca opresora. Creen que tienen moral para criticar a los demás sin detenerse a revisar una gestión que después de haber dilapidado la fortuna más grande en la historia del país tiene poco o nada que mostrar.
Encontramos también a un grupo de venezolanos dejados atrás por las pérfidas políticas económicas del gobierno. Personas que tienen que dedicar buena parte de su existencia para lograr satisfacer, a medias, las necesidades vitales de cualquier ser humano.
Estas personas, en palabras de Marx, se encuentran enajenadas de sí mismas. El régimen, lejos de promover su emancipación como personas, los ha hundido cual orca asesina a las profundidades del lumpen. Una vida que se va en obtener lo básico para las necesidades básicas. Una vida alejada de poder darle curso a un desarrollo de la personalidad que le haga sentir realizado en este momento y no en el más allá.
Los desengañados del proceso son cientos de miles. Personas que no ven venir las promesas que se les hicieron. Que no ven en las colas de Mercal o en la precariedad de su vida la tan cacareada soberanía del país. Se despiertan a un momento en el que se comienzan a dar cuenta que hay una distancia muy grande entre la promesa que siguieron y la triste realidad que los acoquina.
Los tres grupos tienen algo en común. Frustración. Un sentimiento de que la situación va por mal camino. Peor que eso, que no hay en el gobierno deseos de rectificación. Que por el contrario, ante el fracaso de la centralización y los controles, se responde con más centralización y más controles.
He aquí el problema: quienes dirigen el gobierno no tienen capacidad para entender la situación que están viviendo. Por el contrario, lo que hacen es buscar explicaciones que los llevan a la profundización de la crisis que estamos viviendo. La corrupción seguirá campante, el dólar paralelo por las nubes, la escasez empeorará, la inflación crecerá sin control. Y mientras tanto, la tragedia de los venezolanos que no consiguen medicinas para enfermedades que no esperan, continuará, la criminalidad ocupará cada vez más espacios y seguirá retando la capacidad del gobierno de ejercer la soberanía del país, los hospitales seguirán siendo monumentos a la desidia y la incapacidad.
Mientras tanto, los fanáticos rojos seguirán cantando odas a un proceso corrupto y fracasado. Defenderán a capa y espada los privilegios que han conquistado durante estos años en detrimento del resto del pueblo. Hablarán de maravillas que solo ellos ven. Ratificarán el sabotaje como excusa de la incapacidad. Seguirán ausentes ante el peligro que se les avecina.
La realidad venezolana es un coctel letal en el que problemas crónicos que el gobierno no atina a resolver, venezolanos inconformes con su situación por distintas razones, la ineptitud del gobierno para enfrentar la crisis y el fanatismo casi religioso de un grupo de privilegiados presagia una explosión social de dimensiones nunca antes vistas.
Ojalá no lleguemos a ese momento para no ver a unos gobernantes llorones y gimoteantes diciendo que todo fue culpa de algo que no supieron o pudieron controlar.
El 8D es una oportunidad magnífica para tomar el control. Una mayoría no puede ser desconocida olímpicamente como acostumbra hacer esta clase política. La capacidad de promover soluciones es mayor en la medida que una mayoría tiene que ser escuchada. Esa mayoría puede imponer las prioridades y hacer que de una vez por todas, los problemas que nos acogotan sean solucionados.
@botellazo