Las especies cívica y militar suelen ser asociadas de cuando en cuando para justificar procesos de diverso y hasta contradictorio pelaje. El régimen de Chávez y su desleída aunque amenazante continuación, acostumbran reclamar su condición cívico-militar cuando, en realidad, podrían ser mejor descritos dentro de la subespecie de amotinados-troperos.
Un movimiento cívico-militar implica un reconocimiento de los valores ciudadanos y también del valor institucional de los militares, muy especialmente por su subordinación al poder civil, que no es solo el reconocimiento de la voluntad condensada en las figuras de elección popular, sino en la asimilación profunda de los valores de la civilidad, uno de los cuales es el reconocimiento que a su primacía rinde la institución militar.
El 23 de enero de 1958 fue un movimiento cívico-militar. Aunque los oficiales alzados contra Pérez Jiménez fueron los que definieron la situación entre el 1º y el 23 de enero, rápidamente presentaron sus armas ante el nuevo poder que emergía con los partidos, los héroes civiles que pasaban al primer plano, y, sobre todo, ofrecieron sus armas para garantizar la prevalencia de la civilidad que emergía a tientas con pasos a veces infantiles. Ese movimiento en el cual concurrieron oficiales y líderes políticos tuvo la misión de reforzar el papel de estos últimos y de enaltecer su función.
MILITARES Y MILITARISMO. Cuando existe un genuino movimiento cívico-militar el proyecto implica el fortalecimiento de la ciudadanía y de la institución militar al servicio de la civilidad y rechaza el militarismo que es el uso anticiudadano del militar. Cuando este, lejos de ser soporte del lugar de lo civil, se convierte en su sustituto y en su amenaza, lo que hay es militarismo rampante.
El militarismo es enemigo de la institución militar. La corroe, la corrompe y la destruye. Obsérvese a los oficiales rojos, a esos frenéticos generales, capitanes y tenientes, activos o retirados, que cumplen la función de depredadores de la ciudadanía. Esos que amenazan a opositores; esos que prevalidos de la corte de guardaespaldas y soldados que los rodean, maldicen, injurian, se llenan la boca con el lenguaje de los verdugos y los carceleros. Personajes que pregonan las maldades de un capitalismo al que no renuncian y las virtudes de un socialismo que no entienden.
Esos militares militaristas están desentendidos de las necesidades de la institución militar porque el militarismo implica la destrucción de la institución como tal y la emergencia de grupos armados, militares o no, por ellos controlados. El militarismo emplea la fuerza contra la civilidad para obtener sumisión; emplea la fuerza contra los militares para obtener la destrucción de la institución como tal. Es el brazo de los jefes del motín para ejercer la fuerza bruta contra la población civil, potencialmente insurrecta, que clama por democracia y libertad.
EL MANDO (IN) CIVIL. En un régimen como el actual, el valor cívico desaparece. Las normas, los valores, los principios -el de la libertad, en primer lugar- son piezas que se mercadean por el ejercicio directo, desnudo y furioso del poder. El lenguaje que usó Chávez, el que ahora usa el custodio de su tumba, y el que emplean los funcionarios gubernamentales, es el arma más importante con la cual destruyen la civilidad. Cuando un teniente sin credenciales, encumbrado por la vorágine, se atreve a espetar a un ciudadano el cognomento de “ladrón” sin que medie acusación, juicio o proceso alguno, y sin que tenga consecuencias para el acusador, destruye con su verbo impune no sólo la presunción de inocencia, sino el esfuerzo civilizador centenario de esta patria. Esos que gobiernan no son constructores de país sino patanes con o sin uniforme que destruyen en forma simultánea lo civil y lo militar.
Una de las formas que adquiere el irrespeto a la institución militar es pretender que aumentos de sueldos, bonos y otras prebendas, resuelven lo que inquieta a los oficiales. Es un doble error: por una parte, alientan la idea -como en el resto de la población- de que el objetivo es tener más dinero y, en consecuencia, tener más bienes; por cierto, en contra del voto de pobreza que los enfundados en Armani y Gucci le reclaman a los demás como ideal revolucionario. Por otra parte, ofenden a los beneficiarios, les transmiten la idea de demandar su apoyo a cambio de regalías que, de todos modos, son insuficientes. Baste decir que un general con su sueldo no puede comprarse un automóvil.
VENDRÁ DE TODOS MODOS. Sin embargo, un movimiento cívico-militar para rescatar la libertad y la democracia se hace necesario, en la medida en que se plantee el rescate del valor de la civilidad, de la ciudadanía y se proponga la reinstitucionalización de la Fuerza Armada. Nadie sabe cómo será el proceso en medio de este bochinche, pero las fibras civilizatorias que el país ha construido a lo largo de años están allí. Así como han sido estimulados los virus de la corrupción, el facilismo, el populismo, el resentimiento, que también viven en la conciencia de los pueblos; se pueden estimular las células del crecimiento cívico, de la vergüenza ante el saqueo, del sentido pleno de dignidad del trabajo productivo y honrado. Porque es verdad que hubo saqueadores (persisten en los altos niveles del Estado) pero también hubo quienes se enfrentaron y hasta destruyeron objetos del saqueo para evitar que el robo diera impropias satisfacciones.
Para que se rescate la civilidad se requiere un liderazgo abnegado, honrado, que se niegue a hacer lo que critica en el adversario. También es indispensable un liderazgo militar que rompa con el militarismo, capaz de superar este bolivarianismo falso y tropero, para rehacer una institución necesaria en un país que se encoge por la acción de las guerrillas, el narcotráfico y las vivezas de los vecinos.
El régimen encubre con lo cívico-militar una concepción cínico-tropera, pero un esfuerzo cívico-militar genuino es una tarea que está por delante para la recuperación de la civilidad y de la institucionalidad en la FAN.
En toda la vida democrática 1958 a 1998 hubo conspiraciones y seducciones, tentaciones y caídas, pero existió una institución ahora destruida en elevadísimo grado. Esa institución que existió, pudo sobrellevar y superar errores de sus comandos naturales y del liderazgo civil. Así se necesita una Fuerza Armada capaz de superar sus propias fallas y la de sus jefes electos y esto será una tarea cívico-militar. También lo será la recuperación de la libertad y la democracia.
No dejaría de ser paradójico pero tal vez también gratificante que así como el movimiento democrático progresivamente se apropió de los símbolos de la patria, la bandera en primer lugar, también al final fuese el que reivindicase la unión cívico-militar para restablecer la democracia.
Twitter @carlosblancog