Este complejo entramado de poder se ha hecho aún más complicado por la evidente necesidad del PresidenteMaduro de asignar parcelas a cada enano de la vieja la corte del fallecido Presidente Chávez. De ese modo,Maduro ha pretendido garantizar la estabilidad de su gobierno al costo de la inacción. Así los vice-presidentes, ministros y vice-ministros se han multiplicado, las divergencias y ciertos contrastes de visiones se han hecho más evidentes, y el proceso de toma de decisiones llevó al gobierno durante meses a una parálisis desesperante.
Entre tanto la economía venezolana se vino al suelo y quedo presa del colapso del régimen cambiario. La realidad es que el Banco Central no recibía ni recibe aún divisas suficientes para atender el creciente apetito de la economía, las reservas operativas del país llegaron a niveles críticos y la brecha entre la paridad cambiaria oficial y el tipo de cambio paralelo no-legal se ensanchó a niveles insospechados. El resultado de esta crisis del régimen cambiario ha sido una inquietante aceleración inflacionaria y una creciente escasez de bienes de consumo e insumos esenciales. Sin la menor duda, son estos los factores más erosionantes de la frágil popularidad del presidente Maduro.
El nudo finalmente se rompe con el advenimiento de la competencia electoral. Maduro decidió finalmente encarar la crisis inflacionaria y la creciente escasez, enfilando a un ejército de funcionarios públicos y pelotones de las fuerzas armadas contra el sector comercial de la economía, en una lucha que ha bautizado como la “guerra económica”. Al comando de ésta “guerra” ha puesto a un general de las fuerzas armadas con rango de ministro. Cadenas y centros comerciales, tiendas por departamentos y hasta pequeños establecimientos minoristas han sido visitados por los temibles comandos gubernamentales a lo largo y ancho de todo el país, que no más anuncian sus ejecuciones son recibidos por cadenas humanas de inquietos consumidores ávidos de conseguir mercancías a precios nunca imaginados.
La estrategia está diseñada para tocar la fibra económica más desarrollada del votante medio: el consumo compulsivo. Sin incentivos para el ahorro y en medio de un creciente inflación, esta conducta no más refleja el conocimiento cabal que tiene hoy día los venezolanos de que el bolívar ha perdido por completo su función de reserva de valor.
Paralelamente el gobierno ha dado instrucciones para acelerar el gasto público, aumentar las bonificaciones de fin de año y el Banco Central ha prolongado su más decidida acción de política monetaria de los últimos tiempos: la emisión de dinero para financiar el gasto extra-presupuestario de la estatal petrolera, PDVSA. Así, los venezolanos viven semanas de ingresos aluvionales y precios increíbles. Pero no del todo miopes se preguntan si no será ésta, fiesta y celebración de un solo día. El chance del gobierno de salir bien en la fotografía pende pues de una estrategia deliberadamente populista y en muchos sentidos irresponsable. Los graves desequilibrios de la economía venezolana aún están allí, el clima para la actividad empresarial es bizarro y el estancamiento y la escasez siguen presentes. A decir verdad, Maduro débil o victorioso no puede eludirlos.
Por otro lado está la oposición. En cierto modo una gran incógnita. Ciertamente viene creciendo de consulta en consulta. Ciertamente es la alternativa para muchos frente al descontento y el desecanto. No cabe duda ha venido incluso afianzando algunos liderazgos locales, pero se ve de cara a una campaña de grotescas asimetrías de poder y de recursos. Sin recursos y con escaso acceso a los pocos medios de comunicación independientes que aun existen en Venezuela, su mensaje llega con débiles señales a un electorado muy desorientado y narcotizado por la propaganda oficial.
Su líder fundamental, Henrique Capriles, decidió asumir un cargo público y eso ha debilitado su perfil político nacional. Pero su mayor carencia quizás no sea en el liderazgo, sino más bien en la organización política, en el activismo, la participación y la presencia constante de una comprometida militancia. La oposición en realidad no está aglutinada en un partido político. Esa es una grave carencia, pues va siempre a los comicios electorales con una precaria maquinaria de voluntarios pero no de militantes. La MUD es una organización de pequeños partidos políticos, pero no es en sí misma una organización política. En contraste con el PSUV, no hay allí una maquinaria y ese puede ser otro elemento que marque una esencial diferencia.
Publicado originalmente en Infolatam