En primer lugar se encuentra una de las palabras que más se han pronunciado ante el féretro del gran hombre: Perdón. Por supuesto que Mandela proclamó el perdón de aquellos que lo habían secuestrado y mantenido fuera de la vista del mundo. Es más, el perdón es uno de los instrumentos más eficientes para lograr la reconciliación, condición indispensable para alcanzar la solidaridad, que es el soporte fundamental del desarrollo democrático.
Sin embargo, ese perdón sólo es posible en el ejercicio de la justicia. No es `posible hablar de perdón si aquellos que son responsables de crímenes no aceptan previamente sus delitos y pecados y se exponen a que la sociedad los juzgue. Así ocurrió en el ejemplar proceso de determinación de la verdad que ocurrió en África del Sur entre 1991 y 1994. El hecho de que esos pecados y daños sean el producto de convicciones o ideologías políticas, e incluso constitucionales, como lo fue en su momento el Apartheid, no invalida el hecho de que produjeron violaciones flagrantes de derechos naturales inalienables. Aquellos que, por cualquier razón, violaron los derechos de los ciudadanos, deberán confesarlo y solicitar el perdón.
Al considerar el perdón, se impone el concepto de la justicia, no como un sistema parcializado de actuación política, sino como una conducta que se inspira en las más puras fuentes de la ética y que responde al cumplimiento de mandatos ancestrales y básicos, que para muchos se plasman en los Diez Mandamientos: No matarás, no robarás, no harás falsos juramentos o promesas, respetarás a los mayores… Aquellos que han violado el elemento central del contrato social, al que Benito Juárez identificó con la frase: “El respeto al derecho ajeno es la paz”, deberán confesar sus violaciones y entregarse a una justicia magnánima, pero claramente sustentada en la conciencia colectiva.
La justicia se relaciona inmediatamente con la reconciliación, porque no somos enemigos irreconciliables, ni acogemos el dictum de Hobbes: “El hombre es el lobo del hombre”. Entre seres que se confiesan y ven como iguales, es siempre posible la reconciliación, una vez eliminados los elementos de exclusión por motivos raciales, políticos o sociales.
La muerte de Mandela, es de especial significación para los venezolanos, porque enfrentamos una de las situaciones más humillantes que pueblo alguno haya sufrido en la historia, que un grupo de nacionales, obedeciendo a dictados de un país extranjero, ejerzan la segregación política y nieguen, de manera sistemática, los derechos fundamentales a la mayoría de quienes tienen una nacionalidad y una conciencia comunes.
Por eso, ante quienes hoy hablan de olvido y de perdón, les decimos, con la mayor serenidad de ánimo, sin odios ni malicia, que el perdón de aquellos que confiesen sus pecados y hagan un claro y demostrable propósito de enmienda, será un proceso expedito. Pero el olvido no procede, porque no podemos echar en saco roto esta experiencia dolorosa. Nuestros niños, junto con los integrantes de futuras generaciones deben conocer en detalle los extremos a los que puede llevar, y eventualmente siempre lleva, la pasión desbordada de quienes desean apoderarse de la justicia y ejercerla para su propio beneficio. Estamos obligados a construir, en el sitio más sagrado y recóndito de nuestra anatomía moral, el recuerdo imperecedero de la ignominia, para desterrarla por siempre e impedir que vuelva a aparecer.