Redefinir con los venezolanos una alternativa política o dialogar con el gobierno es la disyuntiva que transita la MUD después de las municipales. Los objetivos se excluyen. De hecho, cada uno sugiere una lectura diferente de la reciente historia del país. Basta pensar que insistir en el dialogo con Nicolás Maduro entre otras cosas significaría aceptar que con el oficialismo las diferencias han sido administrativas. Las discrepancias que ha tenido la mitad de la población con el PSUV habrían sido técnicas. Problemas de políticas públicas, dirían los expertos. Por supuesto, esa interpretación desemboca en la tesis según la cual los conflictos entre gobierno y oposición se superaran intercambiando ideas en Miraflores. Con lo que se posiciona otra creencia; aquella que afirma que la fractura social también se resuelve con encuentros entre representantes de los bloques. Después de todo, la ruptura sería artificial. O si se quiere, habría sido provocada por errores instrumentales, antes que por divergencias de idearios políticos.
El dialogo con el gobierno lleva agua al molino de la Venezuela del Siglo XXI. Los acuerdos que se pudieran definir se realizarían dentro de esa visión. Sobre todo, esos pactos abrirían las puertas para reconocer que dentro del modelo de sociedad postulado por el PSUV se pueden definir consensos para el bienestar de los venezolanos. Por cierto, una conclusión que refuta lo que hasta ahora han afirmado los líderes de la MUD.
Los acuerdos en materia de derechos humanos son los únicos arreglos que la oposición pudiera realizar con el gobierno sin rendir tributo a la cosmovisión oficial. Los convenios que se concreten para la amnistía de Iván Simonovis o de los presos y exiliados políticos son de otro orden; se encuentran fuera del regateo doctrinario. El resto de los pactos que se pudiesen alcanzar rarificarían los valores, creencias y prácticas de quienes ejercen el poder. Argumentar algo distinto sería engañarse. Las decisiones del gobierno lo demuestran de manera suficiente. Las acciones de sus líderes ratifican que no modificarán sus ideales; al contrario, los promueven y consolidan. Por eso, es conveniente señalar que mientras conversar con Nicolás Maduro profundiza las heridas en la autoestima de una ciudadanía que necesita re-conquistar la confianza en su liderazgo; el diálogo con la gente produce lo opuesto: mantiene vivas las esperanzas sobre las transformaciones que se pueden lograr a través acciones consensuadas.
El 2014 es un año de comunicación con el pueblo, no con el gobierno. Pues lo que se cuece es de su exclusiva competencia: se trata de renovar el actual contrato constitucional. Pero también será un tiempo para internalizar que las expectativas de la población hasta ahora chavista forman parte esencial de la agenda de ese dialogo que se necesita para construir el futuro de Venezuela. Sobre este punto no pueden existir consideraciones ambiguas o grises.
La convocatoria planteada excluye la intolerancia como marco regulador de ideas y opiniones. En particular, rechaza la tesis que propone arrasar con la historia reciente o aquella que promete la salida exprés del gobierno. Se aparta de la versión que reduce la política al golpe por golpe. Por supuesto, desprecia cualquier guiño a los militares. Sin embargo, argumenta que en el ciclo que se inicia el liderazgo de oposición debería entender que las expectativas cívicas difieren de los intereses de quienes ejercen el poder. Esos interlocutores no se pueden confundir. Al equivocarlos se cierran las oportunidades que otra vez los ciudadanos, no los dirigentes, abrieron con las municipales.
Alexis Alzuru
Profesor del Doctorado en Cs Políticas. U.C.V.