Cada año, por estas fechas, la alegría, la nostalgia y la esperanza invaden nuestros hogares. Alegría por el nacimiento del Salvador (para todos quienes creemos en su existencia) y por las caras de sorpresa de cada niño que recibe un juguete con el que soñó; alegría por compartir en familia momentos especiales que se quedarán por siempre en nuestra memoria y por haber cumplido gran parte de aquellas metas que nos propusimos al iniciar el año; alegría por ver a nuestros más cercanos vivos y con salud.
Nostalgia de aquellos que se nos fueron y a los que en estas fechas extrañamos y recordamos más (como a nuestra querida abuela Margot para quien la Navidad y Año Nuevo siempre fueron una gran fiesta familiar); nostalgia por aquello que no pudimos lograr aun cuando luchamos para alcanzarlo y por tantas cosas que muchas veces no logramos determinar con exactitud pero que están allí dentro de cada uno; nostalgia porque el tiempo pasa inclemente y no hay manera de detenerlo.
Esperanza en que Dios y nuestra Santa Virgen María nos guiarán en los pasos futuros para tratar de cometer más aciertos y menos errores; esperanza en que las decisiones que deberemos sin duda tomar serán producto de reflexiones profundas para que produzcan los resultados deseados; esperanza en que algo de lo que hemos dicho o diremos, o de lo que hemos hecho o haremos, podrá influir en algunos con más poder para hacerlos reflexionar y cambiar; esperanza en que todos seremos mejores de lo que hemos sido, y ¿por qué no?, que nos irá mejor de lo que nos ha ido.
Cada vivencia del pasado nos da a cada uno bases y experiencia para decidir nuestro futuro, como personas y como pueblo. Estas fechas son siempre de renovación y en estas líneas de hoy quiero compartir con todos ustedes, mis consecuentes lectores, algo que siempre releo en esta época. En Navidad todos cantamos aunque muchos tengan sobrados motivos para no hacerlo y a otros les abunden razones para hacerlo.
Hace unos años, cuando no entendía por qué razón muchos cantaban y celebraban y era evidente no deberían estarlo haciendo, bien porque el año que se iba no había sido el mejor, o porque su familia no podía estar unida en estas fiestas, o porque su pobreza era tal que no entendían que podían estar celebrando, o porque su libertad era una farsa, o por tantas y tantas razones por los que cantar no tenía sentido, leí a Mario Benedetti, pude entenderlos y pude cantar sin sentir culpa al hacerlo.
¿Por qué cantamos? Si cada hora viene con su muerte; si el tiempo es una cueva de ladrones; los aires ya no son los buenos aires, la vida es nada más que blanco móvil. ¿Usted preguntará por qué cantamos? Si nuestros bravos quedan sin abrazo, la patria se nos muere de tristeza, y el corazón del hombre se hace añicos, antes aun que explote la vergüenza. ¿Usted preguntará por qué cantamos? Si estamos lejos como un horizonte, si allá quedaron árboles y cielo, si cada noche es siempre alguna ausencia y cada despertar un desencuentro. ¿Usted preguntará por qué cantamos? Cantamos porque el río está sonando, y cuando suena el río / suena el río; cantamos porque el cruel no tiene nombre, y en cambio tiene nombre su destino. Cantamos por el niño y porque todo, y porque algún futuro y porque el pueblo; cantamos porque los sobrevivientes y nuestros muertos quieren que cantemos. Cantamos porque el grito no es bastante y no es bastante el llanto ni la broca; cantamos porque creemos en la gente y porque venceremos la derrota. Cantamos porque el sol nos reconoce y porque el campo huele a primavera; y porque en este tallo en aquel fruto, cada pregunta tiene su respuesta. Cantamos porque llueve sobre el surco, y somos militantes de la vida; y porque no podemos ni queremos, dejar que la canción se haga ceniza.
Tengo el sincero deseo de que algunos de quienes nos leen todos los viernes en esta misma página desde hace ya tantos años, las líneas del poeta Benedetti les ayuden como a mí a entender por qué cantamos y que cada uno complemente ese poema con las razones personales que tengan aún para cantar.
Con la humildad de quienes nos sabemos humanos, plenos de defectos y con algunas virtudes; con la fortaleza de quienes actuamos buscando el bien de propios y extraños sin buscar atajos indebidos para conseguirlos; con la esperanza de que el futuro para todos sea mejor que el presente, sabiendo que está en nosotros mismos la capacidad de construirlo, este escribidor de todos los viernes les desea salud y prosperidad para el 2014 y que cada uno encuentre mil razones para seguir cantando. ¡Feliz año 2014 para nuestra Venezuela!