Carlos Blanco: En medio de la neblina

Carlos Blanco: En medio de la neblina

Hace muchos años, más de cuarenta, lo que se llamó “la lucha armada” en Venezuela languidecía. Muchos en la izquierda universitaria compartíamos sueños aunque no la idea de usar “los hierros” para hacerlos realidad. Promovíamos la lucha de masas como alternativa a los que ejercían la violencia y nos empeñamos en facilitar su regreso a la legalidad y a las luchas de calle. Recuerdo reunirnos en casa de Luis Lander, quien había sido recio dirigente de AD y luego del MEP, sus hijos Edgardo y Luis Enrique, “el piojo”, seguramente Judith Valencia y quien esto escribe, con Douglas Bravo y Alí Rodríguez. Los primeros veníamos de las luchas por la renovación universitaria y contra los allanamientos a la UCV de los gobiernos de Raúl Leoni y Rafael Caldera; comenzábamos a forjar un movimiento que se llamaría “Proceso Político” por la revista que luego fundamos. Con “el Catire” Arnaldo Esté estábamos en una relación directa con el FLN-FALN y los contactos con los jefes guerrilleros tenían el propósito de ayudar junto a muchos otros, a la entrada de su liderazgo a la lucha civil. En otro momento también trabaríamos estrecha relación con Julio Escalona y los dirigentes de una fracción del MIR, tal vez ya convertidos en OR, Organización de Revolucionarios, que incluía a Marcos Gómez, José Enrique “el Che” Mieres, Carlos Muñoz… y quien fue mi querido amigo, Jorge Rodríguez. Época nebulosa en la que pugnábamos por una izquierda que estuviera en la calle, sin participar en lo que ya era una evidente locura guerrillera, y que se encontrara con muchos que desde las universidades ya nos entrenábamos en lo que entonces se denominaba “trabajo de barrios” y “trabajo obrero”. Judith Valencia, compañera de los que venían del MIR, el Catire Esté y Kleber Ramírez de los del FLN-FALN, y muchos de nosotros, independientes, nos encontramos en la idea de un movimiento popular en fábricas y barrios. Estos amigos y compañeros creíamos en la conveniencia de la reinserción legal de quienes eran o habían sido guerrilleros y vimos cómo el gobierno de Rafael Caldera, con el apoyo creciente de todo el sistema político y las Fuerzas Armadas, convino en la llamada “pacificación”. Caldera como Presidente no le pidió a nadie que renunciara a sus ideas, ni le exigió a los pacificados un arrepentimiento. Todos hicieron su autocrítica cuando les salió del alma, con la excepción -creo- de Douglas Bravo que, hasta la fecha, ha negado su rectificación y mucho menos ha aceptado haberse pacificado. Esas gestiones y escritos fueron modestos granos de arena en el esfuerzo de muchos, pero revelan cómo la libertad de los presos y el cese a la persecución podían tener oídos dentro de un sistema ya establecido y para esa época, muy fuerte.

No era miel sobre hojuelas procurar la libertad de los presos políticos y el cese a la persecución. Pero la movilización de las familias, de partidos de izquierda, de gente significativa de AD y COPEI, de la opinión pública, podía dar resultados. Pero hoy… nunca como ahora el poder fue tan sordo, al menos hasta escribir estas líneas. Ojalá que cuando esta columna salga los prisioneros estén en la calle…

ENTRAR AL FUTURO. Al cabo de los años encontramos que el camino de los cambios era compatible con la democracia. En la COPRE, en consulta con el país, hicimos un diseño de reformas. Eran ambiciosas y demandaban la participación de todos. En AD y COPEI había resistencias en sus direcciones, pero varios de sus dirigentes las apoyaron; dentro de las fuerzas de izquierda hubo severas reticencias porque se preguntaban cómo los dueños del poder iban a aceptar reformas que les serruchaban el piso. Hubo excepciones como la muy esclarecida de Pompeyo Márquez, entre otros pocos. Tenían y no tenían razón: se podía empujar, podía haber logros, pero las resistencias serían brutales como ocurrió.





En cualquier caso, Carlos Andrés Pérez apreció desde muy temprano la conveniencia y urgencia de los cambios; desde el flanco izquierdo reclamaba el apoyo de Jaime Lusinchi, creador de la COPRE, quien se opuso a la elección popular de gobernadores, como también lo hicieron Luis Herrera Campíns, Ramón Escovar Salom y, por un tiempo, Gonzalo Barrios. Luego, CAP, convertido en candidato a pesar de la dirección de su partido, se lanzó a fondo a promover las reformas propuestas, tanto en el campo económico como político. Jamás se lo perdonarían las élites; jamás se lo perdonaría el núcleo dirigente de su partido, despavorido frente a un neoliberalismo que en un país petrolero no había sido ni podía ser. Pero, en ese tiempo hubo cambios; se pudo olisquear el futuro, hubo un inmenso crecimiento económico, bajó en algo la desigualdad, se podía pensar en una PDVSA que pudiera producir 5 millones de barriles diarios; se eligieron gobernadores y alcaldes; era un tiempo duro, pero también de esperanzas. El futuro estaba allí. CAP abrió las compuertas para la participación de muchos, provenientes de la izquierda universitaria y académica, así como a empresarios de las nuevas generaciones. Independientes como José Antonio Abreu, Miguel Rodríguez, Moisés Naím, Imelda Cisneros, Gerver Torres, Eduardo Quintero, Ricardo Hausmann, Marisela Padrón, Gustavo Roosen, Rafael Orihuela, Teresa Albánez, Pedro Rosas, Fernando Martínez Móttola, Roberto Smith, Jonathan Coles, Enrique Colmenares Finol, concurrieron al lado de los dirigentes o amigos del partido, Alejandro Izaguirre, Enrique Tejera París, Antonio Ledezma, Armando Durán, Reinaldo Figueredo, Celestino Armas, y al final, Carmelo Lauría y Luis Piñerúa…

El Caracazo de febrero de 1989, apenas con 25 días en el gobierno, fue durísimo y tal vez mal interpretado, pero hizo que aumentaran los esfuerzos en que el cambio de esquema de desarrollo fuese compatible con los programas sociales. Algunos de éstos no han podido ser superados. No había enemigos sino adversarios y quien quisiera podía estar en el esfuerzo de construir el país que se avecinaba. Jamás pensó CAP que un personaje a quien había vuelto a encumbrar -Ramón Escovar Salom- se convirtiera en su verdugo; jamás imaginó que un cercano amigo, José Vicente Rangel, pudiera ser parte de la trama para derrocarlo. En fin, ingenuidades de un tiempo ido.

EPISODIOS SIN REGRESO. Eran momentos de un país que podía liberar sin complejos a los presos políticos y cesar la persecución en contra de quienes se habían declarado enemigos del sistema. A pesar de los conflictos se tejían iniciativas para las reformas económicas y políticas capaces de convocar al país plural. No hablo ahora de los errores cometidos, que fueron varios, sino de las posibilidades de enderezar lo torcido (“la lucha armada” en un caso; un “modelo de desarrollo rentista” en el segundo), con amplitud y sin humillaciones. Era posible… 

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Twitter @carlosblancog