A raíz de la crisis financiera mundial de 2008 ha cambiado de manera importante la manera como se percibe el negocio bancario, los efectos adversos de lo que fue un mal funcionamiento de los mecanismos de mitigación de riesgos por parte de los bancos han llevado al surgimiento mecanismos de regulaciones más fuertes y a la específicos de ayuda a los bancos en creación de problemas. Al mismo tiempo, se ha acentuado la tendencia a exigir una mayor transparencia en los negocios de la banca, y los bancos centrales no han escapado de esta exigencia.
Asdrúbal Oliveros/Ecoanalítica
El incremento en la transparencia de los bancos centrales a nivel mundial ha respondido a la presión popular de hacer dichos entes más responsables ante el público, siendo que sus acciones, aunque bienintencionadas en cuanto a la consecución de los objetivos de baja inflación (y de impulso al crecimiento en los últimos años), tienden a tener efectos deudores colaterales importantes sobre los ahorristas y los dedores.
A medida que los bancos centrales se han vuelto más independientes a la hora de escoger sus políticas, la transparencia se ha convertido en un mecanismo para evaluar si las acciones que toman los bancos centrales son congruentes con los objetivos de sus políticas.
La transparencia le permite a los mercados (de bienes y servicios, financiero y cambiario) responder de una forma menos volátil a las decisiones de política económica. Mientras más transparente sea un banco central acerca de sus perspectivas macroeconómicas y de cómo estas se relacionan con su conjunto de políticas, más previsibles son sus decisiones de política económica, por lo que dejan de ser una sorpresa.
Además, la transparencia le imprime credibilidad a los bancos centrales en cuanto al cumplimiento de sus objetivos. Si el ente emisor se compromete a conseguir una inflación baja y estable, dicho objetivo es más creíble si el ente explica en detalle cómo sus políticas le ayudarán a conseguirlo, de otra manera el oscurantismo sumado a los sucesivos incumplimientos en las metas macroeconómicas terminan por desboronar la poca credibilidad que le quede.
Recientemente, el Banco de Corea (BOK) hizo público un documento de investigación1 en el cual se mide la transparencia de 120 bancos centrales en el mundo (entre 1998 y 2010), y se evalúan los posibles efectos que una mayor o menor transparencia puedan tener en la volatilidad y el nivel de inflación.
El informe del BOK incluye la elaboración de un índice de transparencia de la banca central, en la que se miden la transparencia política (claridad de los objetivos del banco), la transparencia económica (disponibilidad de datos, acceso a modelos y predicciones), la transparencia de las actuaciones (claridad acerca de las razones por las que se toman las medidas), la transparencia de las políticas (claridad acerca de las implicaciones de política económica) y la transparencia operacional (claridad acerca de cómo se implementarán sus decisiones y cómo se manejarán los efectos colaterales).
De acuerdo con el informe del BOK, el Banco Central de Venezuela (BCV) consiguió en 2010 una puntuación de 4 puntos (de un máximo de 15) y se clasificó de número 76 de 120 bancos centrales estudiados y de número 15 entre los 24 bancos centrales de América incluidos en el estudio. Si bien en materia de transparencia el BCV no sale bien parado, hay que destacar que entre 1998 y 2010 el índice de transparencia del emisor venezolano se ha incrementado de un punto a cuatro puntos, siguiendo una tendencia generalizada a nivel mundial.
En Ecoanalítica consideramos que si bien el BCV ha sido consecuentemente transparente con su objetivo primario (estabilidad de precios), no ha sido claro en los mecanismos mediante los cuales pretende conseguirlo, ni ha explicado las consecuencias derivadas de su política monetaria (actualmente expansiva). Esto, sumado al incumplimiento de la meta inflacionaria, le ha impedido ganar algo de credibilidad.
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